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Pie De Cereza. George SaoulidisЧитать онлайн книгу.

Pie De Cereza - George Saoulidis


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de Cereza

      Ver 2.2.3

      George Saoulidis

      Copyright © 2019 George Saoulidis

      Traducido por Simon Molina

      Published by Tektime

      All rights reserved.

      Cover image Copyright © João de Souza Antunes Jr AKA Antunesketch

      CAÍDA UNO

      Cherry se quitó su morral de viaje de la espalda y se detuvo frente a la calle de su nueva casa. Había un letrero con el nombre “HPP”. Era el frente de una tienda con un apartamento encima de ella. Arrugó la nariz, lo pensó por un segundo y luego se sentó sobre su morral. Sacó su tableta y comenzó a dibujar lo que tenía enfrente.

      La tienda de armaduras estaba en el medio, al lado de otra tienda que equipaba autos blindados a pedido; a la derecha se encontraba la tienda de botas. Sólo botas: botas raras, de cuero y de imitación de cuero, todas en vivos colores. Cherry dibujó todo lo que veía: los clientes que pasaban charlando entre ellos o con alguien que estaba fuera de su vista, viendo las vidrieras de las tiendas, las siluetas de los dueños adentro de ellas apenas visibles por el reflejo del sol, los autos estacionados en la calle y el grafiti en las paredes.

      Esta no era la parte más agradable del pueblo. Sólo un par de calles en la Avenida Syggrou, la calle ciega donde los sueños van a morir. Sin embargo, a Cherry le parecía agradable.

      Cualquier cosa resultaba agradable comparado con lo que tenía antes.

      Una vez que hubo terminado, guardó el dibujo y puso su tableta en blanco para comenzar de nuevo con algunos detalles. Héctor estaba frente a su tienda poniendo una armadura en uno de su maniquís, no la había notado y estaba concentrado en su trabajo, sus diestras manos colocando las distintas piezas en el muñeco inanimado y ajustándolas como debía ser.

      Cherry lo dibujaba todo: su expresión concentrada, su cabello oscuro, sus ojos.

      Alguien lo llamó desde la parte trasera de la tienda y gritó algo como respuesta. Rápidamente Cherry guardó el dibujo y abrió otra pantalla para dibujar su expresión de disgusto cuando movía su cabeza hacia atrás con los ojos aún fijos en su trabajo.

      Patty apareció y Cherry volvió a guardar el dibujo y cambió a una nueva pantalla para incluirla en un doble dibujo. La dibujó rápidamente de memoria, fuerte, más grande, dominante. Héctor hizo un gesto con su mano, parecía enojado. Ella le corrigió algo, acercándose para ajustar la armadura de tal forma que recibiera más luz. Él respondió algo, ella levantó las cejas y él asintió, aparentemente de acuerdo con ella aunque de mala gana. Patty se fue diciendo algo que Cherry no pudo oír. Héctor frunció el ceño y continuó vistiendo sus otros maniquís.

      Cherry capturó todo el intercambio en una tira cómica improvisada. Revisó toda la secuencia, ajustando un par de detalles, colocando algunos toques aquí y allá y añadiendo algunos detalles en las manos como fuese necesario. Las manos eran lo más difícil de dibujar, había practicado bastante, pero parecía que nunca sería suficiente.

      Satisfecha con su tira cómica, le dio una mirada una vez más. Se imaginaba lo que dirían los globos de texto y las añadiría a la tira. Conocía a Patty, pero apenas conocía a Héctor así que puso su imaginación a trabajar. Masajeándose la cabeza y pensándolo por un minuto, tomó un paso mental hacia atrás. Bien, su conversación era la de una pareja casada por mucho tiempo, así que los pondría a hablar como tales.

      “¿No te dije que los pusieras bajo la luz?” “¿Cómo los verán los clientes?” “¿Cómo los comprarán?”

      “¡No me digas lo que tengo que hacer con mi tienda!”.

      “No lo haría. Si alguna vez alguien viniera a comprar algo”. “Uuhm, uuhm”.

      “¿Qué dijiste?”

      “Nada Patty”.

      “Bueno, bien, ahora todo parece bien. Estaré arreglando las alfombras arriba”.

      Riéndose sola, Cherry levantó la vista. Héctor estaba en la parte de atrás y ya no lo podía ver, no desde su ángulo.

      ¿Cómo se suponía que llegaría hasta allí? “Hola, soy Cherry y ahora vivo aquí. ¿Cierto?” ¿Y luego dejaría caer su morral en una esquina?

      Qué estúpido.

      Todo era estúpido. El transeúnte era estúpido. Si, tú, déjala en paz. Ella pensaba que estaría allí logrando sus sueños, dibujando con los grandes o al menos, tendría su propia tira cómica en la web. Pero el programa de entrenamiento para Ciberpink era una locura y las heridas sufridas no la dejaban dibujar tanto como ella lo quisiera. Seguro, era rápida pero el bloquear golpes con los antebrazos significaba que sus manos apenas podían funcionar después, menos aún dibujar.

      Ella sacó los datos de su programa veil para HPP. Era el mismo tipo de negocio, al que Héctor le cambió el nombre cuando se encargó de él después de su padre. La misma cosa durante casi cincuenta años. Cincuenta años. Cherry ni siquiera podía imaginarse esa cantidad de años, igual podía haber sido un siglo.

      Héctor caminó alrededor de la tienda, buscando algo en los diferentes estantes. Héctor, el nuevo dueño. El hombre, quien para toda intención y propósito, tenía el poder de la vida y la muerte de ella, podía rastrearla, darle una descarga con una pistola Taser, intervenir en su salario y podía venderla.

      Pero no parecía muy dispuesto a hacer nada de eso.

      Cualquier otro dueño la habría rastreado al minuto de haberla comprado, probablemente le hubiese dado una descarga Taser para que se avispara. Héctor llamaba antes y la invitaba a su casa. Invitaba. Amablemente.

      ¿Quién coño era este tipo?

      ¿Y Patty? Lo adoraba. Ella nunca, nunca, jamás lo admitiría ante él, pero eran taaán obvio. No podía dejar de mencionarlo cuando hablaban con ella. Héctor esto, Héctor lo otro.

      Cherry se detuvo y sopló en su mano, revisando su aliento. Necesitaba una menta o algo parecido. ¿Por qué estaba tan nerviosa? No era como si ya no lo hubiese conocido y también sabía que tenía una amiga allí. No, no era que estuviese preocupada, simplemente no quería hacerse muchas ilusiones. Estaba segura que tan pronto estuviera detrás de esas puertas las cerrarían al pasar y el monstruo aparecería. La bestia que se arrastra dentro de cada persona que tiene poder sobre otros.

      Ella lo sabía, eso iba a pasar, estaba segura. Estaría bien durante algunos días, diablos, incluso durante algunos meses, pero la bestia surgiría. Patty estaba equivocada. Ningún hombre era inmune a ello.

      Esperando lo peor, se echó el morral a la espalda y caminó hacia su nueva casa.

      Entonces se acobardó, se detuvo y se devolvió.

      CAÍDA DOS

      Se hacía tarde. El timbre de la puerta sonó y Héctor fue a atenderla.

      ¿Es Cherry? Dile que la he estado esperando por años”, dijo Pickle gritando a través de las habitaciones.

      Héctor regresó con una caja. Era una cava de una marca local de refrescos, Loux. “No, no era ella, un mensajero dejó esto, y…” leyó la Nota de Entrega. “Oh, en realidad es para ti”. La deslizó sobre la mesa hacia ella.

      Pickle se animó. “¿Para mí? ¡Oh! ¿Qué es?” Abrió la cava y encontró un tesoro adentro. “Vaya, por las tetas de Atenas. ¡Es increíble!”. Destapó una botella agitable y la sostuvo en alto.

      Héctor se inclinó hacia la cava haciendo una mueca. “¿Qué es eso?

      “Es Jugo de Pepinillos Granizado. ¡Nunca se me hubiese ocurrido! ¡Es genial, toma, pruébalo!” Ella apuntó la pajita hacia


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