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Cosas Peligrosas. Amy BlankenshipЧитать онлайн книгу.

Cosas Peligrosas - Amy Blankenship


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el arte de escabullirse para ser libre. A su lado animal nunca le había gustado estar en una jaula.

      Ahora que estaba en casa y su familia necesitaba protección, no era justo que todo el mundo se uniera y la dejara de lado. Si Micah hubiera estado aquí, habría comprendido sus necesidades y, por muy protector que fuera, nunca habría tratado de quitarle su libertad. Eso fue definitivamente algo que ella apreciaba de Kane.... él la había aceptado como si supiera por lo que estaba pasando.

      Ahí estaba el problema principal. Micah había desaparecido y ella lo iba a encontrar aunque tuviera que enfrentarse a todos los seres paranormales de la ciudad para hacerlo.... empezando por los vampiros y hombres lobo.

      Sabiendo que había arruinado todo tratando de usar un hechizo en el cementerio, se miró al espejo y frunció el ceño. Hasta ese momento, no se había dado cuenta de que había dos tipos de vampiros completamente diferentes.

      Durante sus cortas visitas a casa nunca conoció a Michael ni a ningún otro vampiro, y el único que había venido a visitarla regularmente a la escuela había sido Micah. Solía venir a la escuela y firmar su salida para el fin de semana y las vacaciones. Fue entonces cuando se iban al bosque donde él le enseñó a luchar con y sin armas.

      Cuando no estaban entrenando, se transformaban y corrían disfrutando de la libertad. Gracias a Micah, ella era más inteligente, más rápida y fuerte que la mayoría de las cambia formas femeninas. Micah siempre había sido su héroe y él era el único en la familia que no creía que ser una niña fuera una desventaja.

      Todavía recordaba la primera vez que Micah la sacó de la escuela para pasar juntos el fin de semana. Habían ido a los bosques a acampar cuando Micah le dijo que iban a correr. Alicia nunca había tenido tal oportunidad y estaba tan emocionada que cuando se transformó, despegó corriendo a toda velocidad y dio tres vueltas completas al campamento.

      Cuando paró, miró a Micah, que se reía a carcajadas. Al principio pensó que se estaba riendo de ella, pero él solo se reía de lo estúpidos que eran en su familia. Ninguno de ellos se había molestado en enseñarle todo lo referente a su herencia de puma y tampoco le habían permitido correr demasiado. El solo hecho de verla así en libertad le había hecho pensar en un gatito que salía por primera vez a la calle.

      Ella había crecido pensando que todos los vampiros eran monstruos porque eso era lo que Nathaniel les había enseñado a sus hijos pero Nathaniel estaba equivocado. Si Kane no hubiera sido liberado de la tumba a la que su padre lo había condenado, entonces seguramente habría sido asesinado en el cementerio la otra noche.

      Se sentía agradecida de que Kane hubiera estado allí para salvarla, pero no iba a dejar de buscar a su amado hermano. Esta vez tendría más cuidado. Podía agradecerle a Kane una cosa más... gracias a él, Michael la había besado. Se preguntaba si Michael sólo veía a una niña cuando la miraba pero de alguna manera lo dudaba. Sonrió ante el espejo. Había sido un beso increíble.

      Se dio una vuelta delante del espejo para asegurarse de que no se parecía a la niña que todos creían que era. La falda de cuero negro tenía una cremallera que iba desde el dobladillo en la mitad del muslo hasta arriba, y ella la llevaba medio abierta a propósito. La camisa negra estaba hecha en su mayor parte de un material ligero, con una pequeña camisa de seda debajo.

      Se metió un par de mechones de cabello rubio debajo de la peluca de Cleopatra que había encontrado en un baúl de disfraces de Halloween almacenados en el ático. Incluso ella tuvo que admitir que aquel atuendo elegante la hacía parecer muy sexy.

      Apostaría dinero a que si Quinn o alguien que ella conociese la viera ahora, no tendrían ni idea de que era ella. Quinn estaba tan ocupado persiguiendo a Kat y tratando de actuar como si nada, que de todos modos no le había prestado atención. Ahora que él y Kat estaban juntos... había puesto toda su atención en su pareja. Todo lo que había hecho era poner dos cambia formas vigilando a Alicia y le ordenó a esta que se mantuviera quieta hasta que ellos decidieran que era lo suficientemente seguro para que ella saliera a jugar afuera.

      Sus guardaespaldas eran tontos perdidos, musculosos y sin cerebro. No se necesitaría mucho para ser más listo que ellos y escapar de su pequeña prisión. Iba a buscar a Micah esta noche con o sin su aprobación.

      Quinn le dijo que Micah los había dejado solos y que conocía el camino de regreso si quería volver a casa, pero ella sabía que Micah no se marcharía... no sin llevarla con él. Micah tenía problemas.... podía sentirlo. Alicia alzó los hombros e inclinó su barbilla hacia arriba desafiante.

      Con aquella vestimenta, parecería una prostituta para los hombres lobo que pretendieran secuestrarla o una especie de merienda a los ojos de un vampiro ingenuo. Estaba segura de que si podía luchar contra cualquiera de ellos, podría hacerles hablar antes de matarlos.

      Había hecho el suficiente espionaje para darse cuenta de lo que realmente estaba pasando y no culpó a Kane en absoluto. Mientras el vampiro no fuera Michael o Kane, entonces era mortal. En cuanto a los hombres lobo... si se dedicaban a la trata de esclavos o tenían a Micah, entonces no eran mucho mejores que los vampiros sin alma.

      Deslizó el pequeño cristal en forma de corazón alrededor de su cuello. Era más que una simple baratija. Había estado estudiando magia desde muy joven y este cristal haría imposible someterla a la esclavitud de los vampiros... incluso de un vampiro poderoso como Kane o Michael. Y también recordaba algunos de los hechizos más simples del libro que Kane le había quitado.

      Esta noche iba a descubrir lo que era ser parte de esta familia... iba a luchar en esta guerra, les gustara o no a sus hermanos y a los jaguares.

      *****

      Damon se reclinó en la silla y miró fijamente a la chimenea, observando cómo las llamas se entremezclaban con las sombras que se proyectaban en el interior del recinto de ladrillos. Levantando la copa de vino tinto, lo vio arremolinarse en el vaso y sintió cómo se desvanecía su tranquilidad. Podía oír a Syn susurrándole de nuevo.

      Cuando el vaso se rompió contra el ladrillo, apretó los dedos contra la sien izquierda sabiendo que su acababa de despertar a su snack de medianoche.

      La seductora chica morena se sentó en el lado izquierdo de la cama y se puso a hacer pucheros al ver que se encontraba sola entre las sábanas. Moviéndose entre las cubiertas, le ofreció un espectáculo de sensualidad arrastrándose hacia él a lo largo y ancho del colchón, pero aquello no iba a funcionar con él. A la velocidad del rayo, Damon se posicionó a un lado de la cama mientras sus dedos se aferraban con firmeza a la garganta de ella. No pretendía herirla ni estropear su belleza, sino mantenerla quieta mientras sus pupilas se dilataban y la sometía completamente a su esclavitud.

      Hasta este punto, no había tenido necesidad de hacerlo. Había sido una compañera muy dispuesta, pero ahora era el momento de poner fin a su amistad. Abriendo la boca, lentamente reveló sus afilados colmillos. No sabía por qué lo hacía, las chicas siempre reaccionaban igual.

      Sus ojos se abrieron de par en par horrorizados y rápidamente ahogó el grito que se abría paso a través de su mente ahora nublada. Las chicas mortales eran inútiles.... al igual que Katie lo había sido. Todavía podía oír el crujido del metal y ello le puso de mal humor.

      —Te voy a hacer un favor, pequeña. Su labio hizo una mueca que derivó en una sonrisa sarcástica: —Viniste a Los Ángeles para ser modelo, pero esta ciudad está llena de otras chicas que quieren lo mismo que tú, así que esto es lo que vas a hacer. Confía en mí.... es lo mejor.

      La estrechó contra él mientras la miraba profundamente a los ojos. —Odias estar aquí. Odias Los Ángeles y quieres volver a cualquier pueblo pequeño del que hayas salido. Si te quedas aquí, los monstruos te usarán como yo lo hice. Vete a casa y encuentra al chico cuyo corazón rompiste cuando te fuiste a la ciudad, y pídele perdón porque nadie te querrá nunca aquí.

      Le soltó el cuello mientras veía cómo se le salían las lágrimas al golpearse contra el colchón. No estaba de humor para escucharla llorar. —Tienes que irte... ahora. Le dio la espalda y cruzó la habitación para mirar por la


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