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Un hombre para un destino. Vi KeelandЧитать онлайн книгу.

Un hombre para un destino - Vi Keeland


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      Aquel lugar hacía que mi anterior oficina pareciera un vertedero.

      Por la ropa que llevaba el día que la conocí y la elegante tarjeta de negocios que me había dado, con las letras estampadas en dorado, era evidente que la empresa de Iris Locklear iba bien. Pero no tenía ni idea de que fuera tan grande.

      Miré a mi alrededor en la zona de la recepción con gran asombro. Los ventanales enormes, del suelo al techo, daban a Park Avenue y una lámpara gigante iluminaba todo el espacio, que era impresionante. De hecho, el vestíbulo del edificio era más grande que mi apartamento. Una morena atractiva me llamó mientras yo miraba por la ventana, anonadada. Traté de disimular mi nerviosismo al dirigirme hacia ella.

      —Hola, Charlotte. Me llamo Liz Talbot. Soy la directora de recursos humanos. La señora Locklear me ha dicho que hoy es tu primer día. Ahora está reunida, pero llegará en una hora más o menos. ¿Te parece bien si te enseño la oficina y rellenamos todo el papeleo del contrato mientras tanto?

      —Perfecto, sí. Gracias.

      Locklear Properties ocupaba toda la planta y empleaba a más de cien personas, incluidos cuarenta administradores de la propiedad, treinta agentes inmobiliarios, un departamento de marketing de diez personas y docenas de administrativos. Iris no bromeaba al decir que había ascendido a base de trabajo duro. Después del grand tour por las oficinas, nos dirigimos al despacho de Liz, que me dio un expediente con mi nombre, lleno de papeles que cumplimentar.

      —Te acompañaré a tu despacho y, luego, puedes dedicarte a rellenar la documentación. Aquí tienes el contrato de trabajo y toda la información sobre los distintos planes de seguro médico entre los que puedes escoger, sobre nuestras opciones para los planes de pensiones privados, tus formularios para Hacienda, el W-4, el I-9… Necesitaré que rellenes estos antes del miércoles. Se cobra el día uno y quince de cada mes. —Se dio unos golpecitos en el labio con el índice—. Creo que se me olvida algo, pero es lunes y solo he tomado una taza de café, así que es probable que más tarde te llame, cuando lo haya recordado.

      Liz abrió un cajón de su mesa y sacó una ristra de llaves antes de acompañarme a mi puesto de trabajo. Abrió la puerta de un despacho y encendió la luz.

      —Este es tu despacho. Pediré una placa con tu nombre para la puerta y te enviaré un juego de llaves adicional esta tarde.

      —Ajá. Creo que me confundes con otra persona.

      Frunció el ceño.

      —¿Eres Charlotte Darling, verdad?

      —Sí. Pero pensaba que trabajaría en algún cubículo de la planta. Esto parece un despacho para ejecutivos. Tiene hasta un sofá.

      Una mirada de comprensión se pintó en su rostro.

      —Vale. —Soltó una risita—. Llevo trabajando tanto tiempo aquí que se me olvida que algunas cosas de esta empresa pueden sorprender a cualquiera. La asistente ejecutiva de la señora Locklear se ocupa de todas las necesidades personales de la familia Locklear. Tendrás acceso a mucha información confidencial y personal, y la familia es muy discreta. No quieren que esa información circule por la zona de los cubículos, donde todo el mundo tenga acceso a ella.

      —Oh, vale, eso tiene sentido.

      No obstante, me parecía un despacho muy grande para una asistente. Pero ¿quién era yo para quejarme por tener un despacho elegante para mí sola en Park Avenue? Todo parecía demasiado bueno para ser verdad; un trabajo donde podía aprender de alguien como Iris, un salario con cobertura sanitaria y plan de pensiones, y ningún miembro de la familia Roth en el horizonte. Aunque había disfrutado de mi tiempo en la empresa de la familia de Todd, siempre tuve la sensación de que la gente pensaba que había obtenido mi puesto gracias al hombre que dormía en mi cama. Iris me había dado mucho más que un trabajo cuando nos conocimos y estaba decidida a demostrarle que no se había equivocado.

      —Te dejo a solas para que te organices. Ya sabes dónde está mi despacho, si necesitas algo. Mi extensión es la 109, por si tienes cualquier duda.

      —Uno, cero, nueve. De acuerdo, gracias.

      Liz sonrió y se marchó hacia la puerta. Se detuvo cuando llegó al sofá y pasó la mano por encima.

      —Por cierto, un aviso, de mujer a mujer. Max es un donjuán. Seguro que antes de que acabe el día te lo encuentras tirado aquí, tratando de ligar contigo. Pero es inofensivo, no dejes que te asuste.

      —¿Max?

      —El nieto de la señora Locklear. No viene muy a menudo, pero sí suele hacerlo los lunes. Creo que su fin de semana dura de martes a domingo. Él y su hermano se encargan de las ventas inmobiliarias del negocio. Bueno, sobre todo su hermano. La señora Locklear gestiona propiedades. Son empresas separadas, con nombres distintos, pero gran parte de los empleados, como tú y como yo, trabajan para ambas.

      —Ah, vale. Gracias por avisar sobre Max.

      Cuando Liz me dejó a solas, la cabeza me daba vueltas. Me tomé un minuto para tranquilizarme, inspiré profundamente varias veces y, luego, me puse manos a la obra con el papeleo. Iris y yo ni siquiera habíamos hablado del salario. Así que, por supuesto, sentía curiosidad por mi nuevo puesto y lo que iba a cobrar. Cuando lo vi, di las gracias por estar sentada. «¡Setenta y cinco mil dólares anuales!». Mucho más de lo que ganaba cuando trabajaba para los Roth. Todo me parecía un sueño.

      Justo casi una hora después, la mujer que me había colocado en un nuevo camino en mi vida llamó a la puerta de mi despacho.

      Me levanté.

      —Iris. Eh… Señora Locklear. —Me fijé en que Liz se había referido a ella así.

      —Llámame Iris, querida. ¿Qué tal estás hoy?

      Pensé que quizá le preocupaba que fuera emocionalmente inestable.

      —Bien. No voy a sufrir ninguna crisis aquí, se lo prometo. Por lo general, soy una persona bastante equilibrada.

      Su sonrisa delataba un punto de diversión.

      —Me alegra oír eso. ¿Liz te ha enseñado ya las oficinas?

      —Sí. Y mi despacho es precioso.

      —Gracias.

      —También me ha dado toda esta documentación que tengo que rellenar. Todavía no he acabado, pero puedo terminarlo esta noche.

      —Tranquila, tómate tu tiempo y, cuando acabes, pásate por mi despacho. De todos modos, tengo algunas llamadas que hacer. Te explicaré cuáles serán tus tareas. ¿Te han presentado a mis nietos ya?

      —Todavía no. Las puertas de sus despachos estaban cerradas cuando hemos ido a verlos. Liz ha dicho que aún no habían llegado, pero que no tardarían en hacerlo.

      —Estupendo. Ya te los presentaré después. Nos vemos en un rato.

      Estaba a punto de salir cuando, de repente, recordé algo:

      —¡Iris!

      —¿Sí? —dijo, y se volvió hacia mí.

      Abrí el cajón donde había guardado mi enorme Michael Kors y saqué un bulto envuelto en papel de periódico.

      —Te hice esto el fin de semana. ¿Recuerdas que me dijiste que querías una pieza de cerámica?

      Iris volvió a acercarse a mi mesa mientras yo desenvolvía el jarrón que había hecho para ella. Como hacía tiempo que no practicaba, había necesitado una docena de intentos para obtener el resultado que buscaba, pero, al final, lo había conseguido. Me había pasado todo el fin de semana en el taller al que iba, el Painted Pot. Lo había cocido y pintado, pero aún tenía que barnizarlo y pasarlo por el horno otra vez.

      —Todavía no está terminado. Aún tengo que pulirlo y cocerlo, pero quería que lo vieras y supieras que lo he hecho para ti.

      Iris tomó el jarrón entre sus


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