El otro. Miranda LeeЧитать онлайн книгу.
fuera millonario. La corbata era de seda, también gris con rayas de color azul y amarillo. Era moderna y elegante, sin llegar a ser chillona. Incluso se puso algo de la colonia que guardaba para ocasiones especiales.
Jason sabía que esa noche tenía una misión difícil y no quería dejar nada al azar. Quería dar a Emma una imagen atractiva y deseable de sí mismo. Quería demostrarle que él era lo que Dean Ratchitt no podía ser nunca. Quería ofrecerle lo que Dean Ratchitt nunca le había ofrecido. Un matrimonio sólido, seguro, con un hombre que nunca le sería infiel y del que se podría sentir orgullosa.
Respiró hondo y continuó subiendo los escalones, levantó una mano y llamó a la puerta. Los segundos que tardó ella en abrir le hicieron sentir el estómago revuelto. Tendría que haber comido algo antes de ir. Pero no había sido capaz de probar bocado hasta no saber la respuesta de Emma.
Una vocecilla interna le advertía que le iba a rechazar, que ella era una mujer romántica y que no estaba enamorada de él.
La puerta se abrió poco a poco. Un rectángulo de luz iluminó su rostro. Emma se quedó de pie, su rostro en la oscuridad.
–¿Jason? –le preguntó con voz débil. Habían pasado bastantes semanas de visitas a Ivy, antes de que se dirigiera a él por su nombre de pila. Aunque a veces lo seguía llamando doctor Steel. Le alegró de que esa noche no lo llamará de esa manera.
–Hola, Emma –saludó él, sorprendido por su tranquilidad. Tenía el corazón en un puño y el estómago revuelto, pero respondió de forma muy segura.
–¿Puedo entrar un momento?
–¿Entrar? –repitió ella como si no lograra entender lo que le había dicho. No la había ido a ver desde la muerte de su tía. Había ido al funeral, pero había recibido una llamada y se había tenido que ir a una urgencia. Seguro que pensaba que su amistad con él se había acabado cuando murió su tía.
–Es que quiero pedirte una cosa –añadió él.
–Ah, bien –se apartó y le dejó entrar.
Jason la siguió con el ceño fruncido. Parecía estar mejor de lo que había estado el día del funeral, pero todavía estaba muy pálida y delgada. Tenía los pómulos hundidos, con lo que parecía que sus ojos verdes eran más grandes. Llevaba un vestido suelto y el pelo casi no tenía brillo.
Jason echó un vistazo a la cocina. Estaba muy limpia. Posiblemente no había estado comiendo bien desde que murió su tía. El frutero que había en el centro de la mesa estaba vacío, y también el tarro de las galletas. A lo mejor es que no tenía dinero para comida. Los entierros eran muy caros.
¿Se habría gastado todo el dinero que tenían en enterrar a Ivy?
Ojalá se le hubiera ocurrido pensar en eso antes de ir. No debería haberla dejado sola. Tendría que haberle ofrecido ayuda. ¿Qué clase de médico era? ¿Qué clase de amigo? ¿Qué clase de hombre?
Pues la clase de hombre a la que no se le ocurría otra cosa que pedirle a una mujer que se casara con él sólo porque le convenía. Pero no había tenido en cuenta las necesidades de ella. Era un gesto muy arrogante por su parte.
En realidad, no había cambiado tanto. Seguía siendo el mismo egoísta y avaricioso que había sido siempre. ¿Cuándo iba a aprender? ¿Cuándo iba a cambiar? Esperaba conseguirlo algún día.
Sin embargo, estaba decidido a continuar con lo que le había llevado allí esa noche. Decidió que él era un buen partido para una muchacha cuyo estado no era muy boyante.
–¿Quieres que prepare café? –le preguntó con gesto triste. Sin esperar su respuesta, se fue a llenar de agua la cafetera.
No era la primera vez que le había preparado café. Cada vez que había ido a visitar a Ivy se lo había ofrecido. Emma sabía que le gustaba tomarlo en un vaso, con sólo una cucharada de azúcar.
Jason cerró la puerta de entrada y se sentó en la mesa de formica, observándola moverse por la cocina. Se movía de forma muy grácil y elegante.
Una vez más, sintió deseos de acariciarle el cuello, seducirla para calmar su deseo, un deseo tan fuerte como el que había sentido una vez por Adele.
Pero no era Adele, una mujer cuya belleza tenía un toque muy sofisticado. Adele tenía unas piernas muy sensuales, sobre todo cuando llevaba los trajes negros que se ponía para ir a trabajar.
Jason no se imaginó a Emma vestida con traje, ni con la ropa interior que Adele utilizaba.
Pero, de alguna manera, la encontraba mucho más sensual con aquellos vestidos sueltos. Seguramente se pondría un camisón con puntilla para dormir. La verdad, le daba igual. No había cosa más excitante que una mujer con su cuerpo cubierto. Le añadía misterio, una sensación de «no me toques» que era muy excitante.
Jason no se podía imaginar a Emma desnuda. Parecía tener unos pechos de tamaño adecuado, pero no sabía lo que era sujetador y lo que era carne. Aunque a él le gustaban también los pechos pequeños.
Era una mujer pequeña en altura, a diferencia de Adele, que casi era tan alta como él. A decir verdad, le encantaba que Emma tuviera que levantar la cabeza para dirigirse a él. Le gustaba aquella mujer. A pesar de que era un hombre egoísta, Jason juró no hacer nunca nada que pudiera hacerle daño.
–Lo siento, pero no tengo galletas para ofrecerte –se disculpó mientras ponía los dos vasos de café encima de la mesa–. No me apetecía ir a comprar, ni cocinar, ni comer.
–Pero tienes que comer, Emma –le aconsejó–. ¿No querrás ponerte enferma?
Emma sonrió débilmente, como si la idea de caer enferma fuera algo que no le preocupara demasiado en aquellos momentos. Estaba claro que la muerte de su tía la había deprimido.
Pero no sabía qué decir. Parecía que se le habían borrado todas las ideas de la cabeza.
Se quedaron en silencio durante unos minutos, dando sorbos de café, hasta que Emma dejó su taza y lo miró.
–¿Qué querías pedirme? –le preguntó en un tono muy débil de voz–. ¿Es algo sobre la tía Ivy?
La verdad era que no estaba mirándolo. Podía haber llevado puesta cualquier cosa, que ella no se habría dado cuenta.
–No –respondió–. No es algo sobre tu tía Ivy. Es algo sobre ti.
–¿Sobre mí?
Por la expresión de sus ojos y el tono de su voz estaba claro que aquello la había sorprendido. Pero había llegado demasiado lejos como para echarse atrás.
–¿Qué es lo que vas a hacer ahora, Emma, que Ivy se ha ido?
–No tengo ni idea.
–¿No tienes familia?
–Tengo primos en Queensland. Pero no los conozco mucho. De hecho, llevo años sin verlos.
–No creo que te quieras marchar de Tindley. Todos tus amigos están aquí.
–Sí –le respondió y dio otro suspiro–. Supongo que abriré la tienda la semana que viene y seguiré haciendo lo que hacía antes.
Lo que hacía antes.
¿Se refería a esperar a que volviera Dean Ratchitt? ¿No se daría cuenta de que una relación con aquel tipo era un callejón sin salida?
–¿Y qué has pensado del futuro, Emma? Una chica guapa como tú habrá pensado en casarse.
–¿Casarme?
–Serías una mujer maravillosa para cualquier hombre, Emma –le dijo de corazón.
Ella se sonrojó y miró su café.
–Lo dudo –murmuró.
–Pues yo creo que el hombre que se case contigo tendría que sentirse muy afortunado.
Aquellas