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¿El hombre apropiado? - Sorprendida con el jefe. Natalie AndersonЧитать онлайн книгу.

¿El hombre apropiado? - Sorprendida con el jefe - Natalie Anderson


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dos sabíamos que no era la decisión correcta –añadió Liam, dejando la vela y mirando a Victoria fijamente–. Hasta Oliver lo sabía.

      –Será mejor que me vaya a casa a trabajar –dijo Victoria entre dientes.

      –¿Quieres que te lleve? –preguntó Liam con una de sus tentadoras sonrisas.

      –¿No te alojas aquí?

      Liam sacudió la cabeza y se cuadró como si entrara en acción.

      –Tengo cosas que hacer en la ciudad.

      Victoria ni quería ni podía permitirse ir con él. El tren era mucho más seguro.

      Alzó la mirada y vio que él la observaba con sorna. Pero cuando estaba a punto de contestar, él le puso un dedo en los labios.

      –¿Qué te preocupa tanto? –preguntó con picardía–. ¿Tienes miedo a estar conmigo menos de una hora?

      Victoria intentó encontrar cualquier excusa. Claro que le preocupaba pasar una hora encerrada en un coche con el hombre que representaba pura tentación.

      –¿Contigo al volante? –preguntó en tono de broma–. Siempre vas demasiado deprisa, Liam, así que puede pasar cualquier cosa.

      –En ese caso –dijo él con indolencia–, ¿Por qué no conduces tú?

      Capítulo Dos

      –No hace falta que me acompañes a la puerta.

      –Claro que sí –Liam no iba a dejar que Victoria volviera a desaparecer de su vida. O no tan pronto. Y antes de que acabara el día, conseguiría que admitiera que también ella lo deseaba.

      –Tengo que trabajar.

      –No te he pedido que me invites a dormir –aunque aceptaría la invitación si se produjera.

      Con una noche le bastaría. No sabía qué tenía Victoria para producirle aquel efecto, pero lo cierto era que le había bastado verla para sentir que cada célula de su cuerpo se activaba.

      Afortunadamente, ya no era el joven insensato que había decidido hablar tan inoportunamente.

      Pero antes de que Victoria tuviera tiempo de recomponer su gesto, había visto en su rostro la misma reacción. Y era patente en los esfuerzos que hacía para no cruzar la mirada con él y para evitar cualquier contacto físico.

      Subió las escaleras detrás de ella, intentando no fijarse en sus perfectas curvas y concentrándose en el entorno.

      La entrada estaba escasamente iluminada y olía a comida recalentada. ¿Cuántos apartamentos habría encajados en aquel horrendo edificio? Pasaron junto a unas cuantas puertas. No era de extrañar que Victoria estuviera tan en forma con todas las escaleras que tenía que subir.

      –¿Has decidido experimentar lo de la buhardilla bohemia en París? –bromeó.

      –No es que no tenga dinero –dijo ella cuando finalmente llegaron al ático. Metió la llave en la cerradura y añadió–: Además, la caligrafía es un arte; así que estoy encantada.

      –Me alegro –Liam pasó por alto el tono de despedida y entró tras de ella en el minúsculo apartamento–. Pero hay buhardillas con mejores vistas –continuó. Y miró a su alrededor. Una habitación con una ridícula cocina, y una puerta que debía dar la cuarto de baño. Era un espanto.

      –No necesito vistas, sino buena luz.

      Victoria había dispuesto un escritorio contra la ventana con una mesa en ángulo donde había un ordenador. En la pared del fondo, había una cama pequeña.

      –¿Cómo puedes trabajar aquí? ¡Ni siquiera es un estudio! –dijo Liam. Era el sitio más feo e incómodo que había visto. Y desde luego, el menos apropiado para una preciosa rubia de ojos verdes.

      –Claro que lo es –dijo ella, levantando la barbilla como si hubiera estado esperando la crítica.

      Al ver su expresión, Liam decidió no censurarla. Era evidente que Victoria quería ser independiente. Y lo era. Mucho más que cinco años atrás. Pero por algún motivo que no comprendía, puesto que nadie entendía mejor que él el deseo de alcanzar éxito por uno mismo, esa actitud le irritaba.

      –¿Por qué no vienes a trabajar a mi hotel? Tengo una suite tres veces más grande –antes de terminar, Liam supo que había cometido un error. Pero, por una vez, la oferta no era una excusa.

      –Vamos, Liam, no seas tan poco sutil.

      Victoria volvía a colgarle el sambenito de ligón.

      –Esta vez no tendríamos que compartir el cuarto de baño –Liam se acercó a ella. Puesto que era lo que esperaba, ¿por qué no provocarla?–. A no ser que tú quieras –dijo, y le acarició la mejilla–. ¿Esto es más sutil?

      Nunca olvidaría aquella escena. Afortunadamente, en lugar de salir corriendo, Victoria, como él, se había sentido mortificada. Él había bromeado para disimular. Pero, aunque la toalla cubría sus partes más íntimas, había quedado suficiente piel expuesta como para moverlo a cometer un error.

      Hasta la mañana siguiente no supo que era la novia de Oliver, la mujer con la que salía desde hacía dos años y con la que todo el mundo asumía que se casaría. Y él era tan joven, que había confundido la intensidad de su deseo con amor a primera vista.

      –Sutilísimo –Victoria movió la cabeza bruscamente para librarse de los dedos de Liam.

      –No es un barrio seguro –dijo Liam.

      –No finjas que te preocupa mi seguridad –dijo Victoria con sorna.

      Liam se dio cuenta de que no iba a convencerla.

      –¿Dónde esperas estar en unos años? –preguntó entonces Liam, indicando con la mano el escritorio.

      –¿Te refieres a mis objetivos?

      –Sí. ¿Qué perspectivas de crecer tienes trabajando tú sola? ¿Qué pasaría si te rompieras un brazo?

      –Tengo un seguro de trabajo. En cuanto a crecer, ¿es imprescindible? Solo necesito ganar el dinero suficiente como para vivir cómodamente.

      Una cama pequeña no era nunca cómoda. Era evidente que Victoria debía aumentar sus ingresos.

      –¿Vas a poder tomarte vacaciones?

      –¿Y tú? –preguntó Victoria, riendo.

      –A mí me encanta mi trabajo. Trabajar es para mí como estar de vacaciones –navegar había sido y siempre sería su pasión. Adoraba el mar; era su hogar, el lugar donde se sentía a salvo. Y libre.

      Victoria lo miró con un brillo de determinación en sus ojos verdes.

      –¿Y no crees que yo pueda sentir lo mismo por mi trabajo? –preguntó.

      –En un sitio como este, lo dudo. Pero quizá a ti no te importa dónde trabajas porque solo ves lo que estás haciendo –dijo él, acercándose al inmaculado escritorio.

      Victoria se asombraba de su osadía. Ni siquiera había visto su trabajo y la halagaba. No tenía ni idea de si era buena o mala, pero… A no ser que… Una espantosa sospecha la asaltó.

      –¿Me recomendaste tú a Aurelie? –al ver que Liam se tensaba, añadió–: Así que lo hiciste. Me buscaste en Google y…

      Por primera vez, Liam pareció perder su aplomo. De hecho, parecía culpable.

      Victoria apretó los dientes. Era demasiado tarde, pero de haber podido, habría abandonado el trabajo.

      –No creía que fuera a llegar a la boda –explicó Liam–. Así que no pensé que fuéramos a vernos. Admito que quise ayudar.

      Ayudar a quién. ¿A Aurelie o a ella?

      Aunque


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