Lunes por la tarde... Reuniones con familias - 21. José KentenichЧитать онлайн книгу.
su lugar. Y la esposa debe amar al esposo como se ama a sí misma.
Detengámonos un poco en este punto y preguntémonos: ¿Cuánto me quiero a mí mismo? Porque en esa misma medida tengo que querer a mi prójimo. Fíjense que a menudo olvidamos la envergadura de las exigencias que nos plantea el cristianismo. Y así solemos repetir mecánicamente consignas como: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo" y luego pasamos a otra cosa, sin entender en su justa dimensión lo que significan esas palabras.
Repasemos el segundo grado: ¿Cómo habremos de amar al prójimo, vale decir, cómo amaré a mi esposa o cómo el esposo a la esposa? En él debo ver a un pedazo de Cristo7. Por lo tanto amaré a Cristo en el. Por favor, no pasen por alto que en nuestra condición de cristianos somos, en cierto sentido, “otros Cristos”. De ahí que debamos amar a Cristo en el prójimo. Mediten alguna vez sobre cuán elevado grado de amor al prójimo es este. ¿Y por qué es tan raro de encontrar este grado de amor al prójimo o de amor conyugal? Porque no tenemos espíritu de fe; porque por lo común en el otro vemos cualquier otra cosa pero no a Cristo.
Por último, el tercer grado: en el otro no sólo debo amar a Cristo, sino en Cristo amar a ese Cristo que está en el prójimo. Yo, como una parte de Cristo, tengo por lo tanto que amar la parte de Cristo que está en el otro. Y si me pregunto cómo amó Cristo al prójimo, recordemos entonces aquellas palabras de Jesús: Les doy un mandamiento nuevo8. Pues bien, ¿en qué grado nos amó Cristo? Él se sacrificó por entero, entregó hasta su última gota de sangre por nosotros. Aplicándolo a mi caso podemos decir lo siguiente: Cuando Cristo en mí ama al Cristo que está en el otro, entonces debe haber un celo singular por sacrificarse abnegadamente por el prójimo.
Les vuelvo a pedir (que mediten estas palabras): ¿Acaso no nos volvemos a hallar sobre una cumbre tan alta que nos infunde vértigo? Pero, por favor, no se digan: “Bueno, estas cosas son sólo para religiosos y sacerdotes". No; Jesús lo dijo para todos; son palabras que también valen para nosotros.
¿Y el cuarto grado del amor? Amar en comunidad9. Vale decir, no sólo que se amen el esposo y la esposa, amarnos junto con nuestros hijos.
Todos los miembros de la familia deben integrar un sólo círculo, un circuito de amor. Contemplándonos ahora a nosotros mismos, que entre todos y junto a los demás conformamos una sola familia, podemos decir igualmente que la corriente de amor debe fluir a través de nosotros con la plenitud de su caudal.
Ya hemos conversado sobre esto la última vez. Lo repito: la luz de la fe alumbra nuestra razón, para que en esa luz podamos comprender mejor, y de un modo incomparable, nuestro destino.
Volvamos a decirlo: Debe haber luz en nosotros. La luz de la fe nos da también luz para entender mejor la totalidad del acontecer mundial, tan caótico en la actualidad; más aún, para entender cuál es el sentido de ese acontecer. Recordemos de nuevo la situación del mundo en que vivimos, la confusión reinante en nuestros días a nivel mundial. Y pasen luego a considerar la historia de su propia familia... Se nos plantea así la pregunta: ¿Qué fin persigue Dios con este acontecer universal?
Dos son las cosas que hay que discernir aquí: Por una parte, el sentido del acontecer mundial desde el punto de vista de Dios y, por otra, el sentido del acontecer mundial desde nuestro, desde mi punto de vista.
Hablábamos del punto de vista de Dios, vale decir: ¿Qué quiere Dios, a qué apunta con todo este caos del tiempo actual? Y visto desde mi propio ángulo: ¿Qué habré de responder yo a la confusión de la vida de hoy?
Desde el punto de vista de Dios el sentido del acontecer mundial es la repatriación victoriosa de los hijos del Padre en Cristo y a través de María Santísima hacia el Padre. Lo repito para que lo recordemos bien: repatriación victoriosa en Cristo y a través de María Santísima hacia el Padre.
¿Qué es lo que quiere hacer entonces el Padre con sus hijos? Repatriarlos a su propio corazón.
La repatriación es victoriosa. Bueno... ¿por qué? ¿Dónde están los enemigos que buscan obstaculizar los designios del Padre? ¿Quién pretende apoderarse del corazón de un hijo del Padre? Este es, en primer lugar, el demonio. Sí; él quiere apoderarse de nosotros. ¿Qué fin persigue el Padre al repatriarnos a su corazón? Ante todo, vencer al diablo. El demonio extiende su brazo amenazante, y lo hace también hacia nosotros.
Repito la pregunta: ¿Quién pretende enseñorearse de nosotros? Pues bien, es el mundo; y también esa gran cantidad de personas que quieren hacernos posesión suya. Pero por último somos nosotros mismos quienes queremos retenernos a nosotros mismos. Por eso el hecho de que el Padre realmente nos repatríe a su corazón constituye una gran victoria que él obtiene en nosotros y a través de nosotros.
Y si pensamos ahora en las dificultades extraordinarias del tiempo de hoy o de nuestra vida familiar, volvemos a esa misma gran intuición católica: las dificultades extraordinarias significan aceleración de la repatriación.
Meditemos muy bien lo que esto significa. A menudo solemos hacer comentarios como: "¡Qué buena vida se da Fulano o Mengano! ¡Miren cómo le va a él y como me va a mí!". Dicho de manera popular: "Unos nacen con estrella y otros nacen estrellados"... "Yo siempre tengo mala suerte, una y otra vez fracaso en tales y cuales cosas”… Pero ahora podemos tener una visión muy distinta de tal situación. En efecto, cuanto más grande sea la cruz, tanto mayor la celeridad con la que Dios estará repatriándome a su corazón de Padre.
Tomemos, por ejemplo, el caso de la esposa enferma. Yo noto que ella físicamente todavía está bastante bien, pero que a veces la cabeza “no le funciona” como debiera. ¿Se dan cuenta de lo que esto significa? ¿Qué habré de pensar entonces a la luz de la fe? ¡Aceleración de mi repatriación al Padre! Naturalmente es difícil asumirlo en la práctica; pero es muy importante entender que ésa es la interpretación que hay que hacer a la luz de la fe.
O bien imagínense que un día vienen los rusos10 y se nos recluye a todos en un campo de concentración. O quizás sólo a una parte (de nosotros), y los demás se libran del confinamiento. Si nosotros formamos parte de los destinados al campo de concentración, ¿acaso habremos de decir?: “¡Qué bien les va a los demás! ¡Los campesinos más tontos son los que cosechan las papas más grandes! ¡Otra vez volvieron a sacarse el premio! ¿Y yo? ¿Y yo? ¿Por qué me pasa esto?”.
Fíjense que mi reflexión sobre la realidad hecha desde un punto de vista puramente humano es también una reflexión correcta. Pero si lograse pensar desde un ángulo sobrenatural, entonces diría lo siguiente: "Me tocó una parte mejor que la de aquellos que se libraron del campo de concentración; porque, ¿qué es lo que quiere Dios con esta prisión mía? ¡Acelerar mi repatriación!
Teóricamente podemos vislumbrar ya un poco que esta actitud es la acertada ¿no les parece? Ahora bien, ¡qué difícil es llevarla a la práctica! Sin embargo ser cristiano estriba justamente en ese llevar las cosas a la práctica. Por eso es que hay tan pocos cristianos de verdad.
Para formular con mayor detalle esta propuesta de contemplar la situación que vivimos desde la perspectiva de Dios, podríamos decir lo siguiente: A través de todo el acontecer mundial, a través de la alegría, el dolor y la cruz, a través del éxito o del fracaso que Él me envíe, el Padre cielo tiene siempre un solo objetivo: Acelerar de manera eminente mi regreso a Él, en Cristo y a través de María Santísima.
Mediten cada una de estas palabras. En primer lugar regreso al corazón del Padre. Nosotros, que estamos juntos desde hace años, gracias a Dios hemos ido descubriendo que Dios es Padre. Pero existen millones de cristianos que no tienen ninguna idea de ello. Ven en Dios sólo una abstracta o bien el Dios al que adoran es un dictad porque sienten miedo ante ese Dios corren a refugiarse en Cristo. ¿Qué significa (en este contexto) "refugiarse en Cristo"? Pues bien, ellos tampoco comprenden que el Padre de cielo haya maltratado tanto a su Divino Hijo. Vale decir que entre Jesús y yo —así se lo imaginan—existe una cierta simpatía mutua y una antipatía común en relación con el Padre del cielo. Porque "a nosotros dos se nos maltrata allá arriba".
Tomen muy