Lunes por la tarde... Reuniones con familias - 21. José KentenichЧитать онлайн книгу.
del acontecer mundial
Desde el punto de vista de Dios: repatriación victoriosa al Padre de los hijos del Padre, en Cristo y por María Santísima
Repatriación victoriosa:
porque también el demonio extiende su mano hacia nosotros;
porque hay personas que quieren retenernos;
porque nosotros mismos queremos retenernos
Aceleramiento de la repatriación a través de las dificultades extraordinarias de nuestro tiempo, por ejemplo:
Desgracias en la familia:
confinamiento en el campo de concentración
Repatriación al Padre
Muchos cristianos tienen una imagen falsa de Dios
Nosotros vemos a Dios como Padre y queremos ser niños ante Él
Tres maneras de Ser niños:
Niños adultos: Nunca queremos serlo en nuestra relación con Dios
Niños recién nacidos: vivir en dependencia de Dios
Niños no nacidos: vivir en el corazón del Padre
Desde nuestro punto de vista: Regreso al Padre, vale decir, ofrecerle el corazón al Padre, procurarle alegría
Cuando nos hable a través de las desgracias:
No plantear enseguida la pregunta por la culpa
Hacia el Padre va el camino
Confiamos en que en el Santuario la Sma. Virgen nos conduce hacia el Padre
Mucha gente no tiene una imagen correcta de Dios
porque hay muy pocas imágenes auténticas de Dios Padre
Procuremos que en la familia los niños vuelvan
a experimentar al padre
Oremos para que la Sma. Virgen encienda
en nosotros la luz de la fe
En nuestra última reunión del lunes comenzamos una especie de “escuela de fe” o bien una “clase de fe”, por llamarla así. ¿Quién fue nuestro maestro? El apóstol y evangelista San Juan. ¿Recuerdan el tema que exponía y trataba San Juan? Era una idea directriz muy hermosa y que calaba en lo hondo: Quien ha nacido de Dios vence al mundo1. La fe es la que vence al mundo. Dicho con mayor exactitud, ¿quién es el que por último vence al mundo de hoy con todas sus dificultades? Aquel que tenga una fe viva en Cristo y su enseñanza.
Volvamos a plantear el interrogante: ¿Cómo es este mundo de hoy? Recordemos brevemente todos los estímulos que nos envía el mundo de hoy, cuánto desarraigo y cuántas cosas incomprensibles se observan en él.
Basta recordar de nuevo lo que se escucha sobre Israel2, Cuba3, o bien Argelia4.
¡Ah! ¡Cuánta confusión, cuántas revoluciones por todas partes! ¿Quién habrá de vencer un mundo de estas características? Aquel que tenga una fe profunda y viva en Cristo y su enseñanza.
Podríamos aplicar estos pensamientos a nuestro caso. Basta con plantearse la siguiente pregunta: ¿Qué dificultades enfrentamos en nuestra familia, en nuestro matrimonio? Advertiremos que en ellos quizás existen las mismas crisis que hemos constatado a nivel mundial.
¡Cuánto desarraigo puede haber también en el matrimonio! ¡Cuántos peligros puede haber también en la familia para nuestra interioridad, para nuestra vida moral y religiosa! ¡Cuántas desilusiones hemos sufrido ya en la relación de unos con otros! Por favor, hagan un examen de conciencia y recuerden las crisis y dificultades concretas de su familia y matrimonio...
¿Cuál es el remedio que nos propone San Juan? Quien tenga una fe viva en Cristo y su enseñanza, ése superará todas las dificultades. Lo repito: una vida de fe ardiente nos ayudará a superar todo eso.
Ahora bien, ¿qué significa esto a la hora de enfocar específicamente nuestro caso de personas casadas? Que tenemos que poner nuestra vida sexual a la luz de la fe. Me parece que debería recordarles lo que hemos venido hablando en el transcurso de los últimos meses5. Pero ahora lo haremos desde un nuevo punto de vista que, podríamos formular así: Es posible contemplar nuestra vida sexual desde tres ángulos diferentes:
Desde un punto de vista biológico,
desde un punto de vista antropológico y
desde un punto de vista teológico.
Creo que habría que recordar con frecuencia estas ideas y otras similares, para tener lineamientos claros.
¿Qué significa contemplar desde el punto de vista de la biología nuestra vida sexual, y en particular el acto sexual? Desde este punto de vista el acto sexual es un acto puramente animal; es simplemente un contacto de órganos motivado por una sensación de placer.
Desde el punto de vista antropológico, hay que recordar que nosotros, los seres humanos, no sólo participamos del mundo animal, sino que también tenemos vida intelectual y espiritual. Somos personas dotadas de espíritu. Por lo tanto el contacto entre ambos sexos es asimismo contacto entre dos personas dotadas de espíritu y no sólo un contacto entre dos órganos.
Pasemos, por último, al punto de vista teológico. Este nos dice que en el caso del acto sexual se trata de un contacto entre dos hijos de Dios o dos miembros de Cristo. Pero, ¿cómo lograré considerar al otro como un hijo de Dios o miembro de Cristo y amarlo íntimamente en calidad de tal? Eso sólo se consigue valiéndose de los ojos de la fe.
Fíjense, ahora hay que ser lo suficientemente inteligentes como para recordar aquellos diferentes tipos de mirada sobre los cuales ya hablamos. En primer lugar teníamos los ojos puramente sensibles o materiales; luego aquellos de intelecto, del entendimiento; y, por último, los de la fe. Vuelvo entonces a plantearles la misma pregunta: ¿Quién habrá de vencer de manera eminente el mundo en general, y también el mundo en nuestra vida conyugal? Aquel que en su calidad de hijo de Dios y miembro de Cristo tenga ojos de fe claramente desarrollados.
Pero además dijimos que la luz de la fe, o bien la fe, nos regala tres bienes: luz para la razón, fuerza para la voluntad y calidez y energía para nuestro corazón.
¿Qué significa luz para la razón? Es recién a la luz de la fe cuando sabemos correctamente cuál es nuestro ser y nuestro destino verdaderos. Si, planteémonos la pregunta: ¿qué somos? Somos hijos de Dios y miembros de Cristo ¿Y cuál es nuestro destino? En nosotros debe repetirse el destino de Jesús.
Asimismo destacamos dos pensamientos que tampoco debemos olvidar:
Si somos miembros de Cristo y si participamos del destino del Señor, hay que tener presente lo siguiente: en primer lugar, que el Señor está clavado en una cruz. Por lo tanto es evidente que hay que contar con dificultades en el matrimonio y en la vida. No hay que asombrarse de que sobrevengan tales dificultades; más bien habría que maravillarse si no tuviésemos ninguna cruz. Vale decir entonces que si se nos ha cargado con una cruz grande y pesada, ese don constituye una distinción especial, ya que de ese modo podremos asemejarnos de manera especial a Cristo, el Crucificado.
En segundo lugar, si somos miembros de Cristo no sólo debemos participar de la pasión de Cristo, sino también de su amor. En nuestra vida matrimonial, ¿quién habrá de ser de modo especial el objeto de ese amor? El cónyuge. Pues bien, ¿cómo amaré a mi cónyuge? En nuestro último encuentro mencionamos cuatro grados o formas de expresión del amor. Estos grados valen naturalmente para todo tipo de amor al prójimo, pero en especial para (el amor) hacia quien está más próximo de nosotros. ¿Quién es este? Nuestro cónyuge. De ahí que se hable de amor al “próximo" y no al “lejano”. A los que no están aquí se los puede querer sin impedimento alguno, porque no molestan. En cambio cuando se está continuamente uno dependiendo del otro, uno junto al otro, ésa es (la piedra de toque) para el amor al prójimo.
¿Cuáles son esos cuatro grados? Resumamos ahora todo