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Historia de la Revolución Rusa Tomo II. Leon TrotskyЧитать онлайн книгу.

Historia de la Revolución Rusa Tomo II - Leon  Trotsky


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mí, una bala me atravesó una pierna y fue a alojarse a la otra... Mi pierna inutilizada y mi muleta constituyen, en mí, el recuerdo vivo de las jornadas de julio».

      En la colisión de la Liteinaya resultaron muertos 7 cosacos y 19 heridos. Los manifestantes tuvieron 6 muertos y cerca de 20 heridos. Aquí y allá yacían caballos muertos.

      Poseemos un testimonio interesante del campo contrario. Averin, aquel mismo abanderado que desde por la mañana se había dedicado a efectuar ataques de guerrilla contra los revoltosos regulares, cuenta: «A las ocho de la noche recibimos orden del general Polovtsiev de enviar dos centurias con dos cañones ligeros al palacio de Táurida. Al llegar al puente de la Liteinaya vi obreros, soldados y marineros armados. Me acerqué a ellos con mi destacamento de descubierta y les pedí que entregaran las armas, pero mi demanda no fue satisfecha y toda la banda se dio a la fuga en dirección al barrio de Viborg. Cuando me disponía a lanzarme en su persecución, un soldado de baja estatura se volvió hacia mí y me disparó un tiro a quemarropa, pero no hizo blanco. Este disparo fue una especie de señal, y de todas partes se abrió un fuego de fusilería desordenado contra nosotros. De la multitud partieron gritos: “¡Los cosacos disparan contra nosotros!”. Así era, en efecto: los cosacos se apearon de los caballos y empezaron a disparar; se intentó incluso poner en acción los cañones, pero los soldados abrieron un fuego tan infernal, que los cosacos se vieron obligados a retirarse y se diseminaron por la ciudad». No es inverosímil que un soldado dispare contra Averin; un oficial de cosacos más bien podía esperar de la multitud de las jornadas de julio una bala que un saludo. Pero son mucho más verosímiles todavía los numerosos testimonios de que los primeros disparos no partieron de la multitud. Un cosaco de esa misma centuria declaró con firmeza que los cosacos habían sido agredidos a tiros desde el edificio de la Audiencia, y luego desde varias casas del callejón de Samursko y en la Liteinaya. En el órgano oficioso de los soviets decíase que los cosacos, antes de llegar al puente de la Liteinaya, habían sido atacados desde una casa con fuego de ametralladora. El obrero Metelev afirma que cuando los soldados efectuaron un registro en dicha casa, encontraron municiones y dos ametralladoras en el domicilio de un general, Esto no tiene nada de inverosímil. Durante la guerra se encontraron en manos de la oficialidad no pocas armas, adquiridas por todos los procedimientos lícitos e ilícitos. Era demasiado grande la tentación de lanzar, desde arriba, impunemente una lluvia de plomo contra la «canalla». Es verdad que los disparos fueron hechos contra los cosacos. Pero la multitud de las jornadas de julio estaba convencida de que los contrarrevolucionarios disparaban conscientemente contra las fuerzas del gobierno para incitarlas a emprender una represión implacable. En la guerra civil, la crueldad y la perfidia de la oficialidad, todavía ayer todopoderosa, no tuvieron límites. En Petrogrado abundaban las organizaciones secretas y semisecretas de oficiales, que gozaban de la protección de las altas esferas y eran pródigamente sostenidas por las mismas. En la información secreta suministrada por el menchevique Líber, casi un mes antes de las jornadas de julio, se decía que los oficiales conspiradores estaban en relaciones directas con sir Buchanan5. ¿Acaso podían los diplomáticos de Inglaterra dejar de preocuparse del próximo advenimiento de un poder fuerte?

      Los liberales y los conciliadores buscaban la mano de los «anarcobolcheviques» y de los agentes alemanes en todos los «excesos». Los obreros y los soldados, persuadidos de que no andaban equivocados, hacían recaer sobre los provocadores patrióticos las colisiones y las víctimas de las jornadas de julio. ¿De qué parte está la verdad? Los juicios de las masas no son, claro está, infalibles. Pero quien crea que la masa es ciega y crédula se equivoca de medio a medio. Cuando se siente herida en lo más vivo, percibe los hechos y hace sus conjeturas valiéndose de millares de ojos y de oídos. La veracidad de los rumores lo comprueba sobre su pellejo rechazando unos y aceptando otros. Cuando las versiones relativas a los movimientos de masas son contradictorias, la que más se acerca a la verdad es siempre la propia masa. Por eso es tan estéril para la ciencia la obra de los sicofantes tipo Hipólito Taine, que, al estudiar los grandes movimientos populares, ignoran la voz de la calle, recogiendo cuidadosamente las vacuas habladurías de salón, engendradas por el aislamiento y el miedo.

      Los manifestantes volvieron a sitiar el palacio de Táurida y exigieron una respuesta. En el momento en que llegaban los manifestantes de Kronstadt, un grupo reclamó la presencia de Chernov. Dándose cuenta del estado de espíritu de la multitud, este ministro, tan locuaz de costumbre, se limitó en esa ocasión a pronunciar un lacónico discurso, en el que aludió superficialmente a la crisis del poder y, refiriéndose a los kadetes, que habían salido del gobierno, dijo en tono de menosprecio: «A enemigo que huye, puente de plata». «¿Por qué antes no hablaba usted así?», le interrumpieron varias voces. Miliukov cuenta incluso que «un obrero de elevada estatura, acercando el puño al rostro del ministro, le gritó, furioso: “¡Toma el poder, hijo de perra, puesto que te lo dan!”». Y aunque esto no pase de ser una anécdota, expresa, con un relieve un poco grosero, pero bastante claro, el verdadero fondo de la situación de julio. Las respuestas de Chernov no ofrecen interés; en todo caso, no le conquistaron los corazones de Kronstadt... Dos o tres minutos después entraba corriendo en la sala de sesiones del Comité Ejecutivo un hombre que anunciaba a gritos que los marinos habían detenido a Chernov y se disponían a tomar represalias contra él. El Comité Ejecutivo, en un estado de excitación indescriptible, delegó, para rescatar al ministro, a algunos de sus miembros más destacados, exclusivamente internacionalistas y bolcheviques. Chernov declaró posteriormente ante la Comisión gubernamental, que, al bajar de la tribuna, observó un movimiento hostil en un grupo que estaba situado en la entrada, detrás de las columnas. «Me rodearon, cerrándome el paso hacia la puerta ... Un sujeto sospechoso, que mandaba los marineros que me habían detenido, señalaba constantemente a un automóvil que se hallaba allí cerca. En aquellos momentos, Trotsky, que salía del palacio de Táurida, se acercó al automóvil, y, subiéndose al estribo del mismo, pronunció un breve discurso». Trotsky propuso que se dejara en libertad a Chernov, y pidió que los que no estuvieran conformes con ello levantaran la mano. «No se levantó ni una sola mano; entonces, el grupo que me había acompañado al automóvil se apartó del mismo con aire descontento. Si no recuerdo mal, Trotsky dijo: “Ciudadano Chernov, nadie le impide volverse atrás libremente” . Para mí, no hay la menor duda de que lo sucedido no era más que una tentativa, preparada de antemano por gente sospechosa que nada tenía que ver con la masa de los obreros y marinos, para provocarme y detenerme».

      Una semana antes de su detención, Trotsky decía en la reunión de ambos Comités ejecutivos: «Estos hechos pasarán a la historia, e intentaremos describirlos tal como fueron... Vi que cerca de la puerta había un grupo de sujetos de mala catadura. Dije a Lunacharski y a Riazanov que aquellos sujetos eran agentes de la Ojrana, que intentaban penetrar en el palacio de Táurida... (Lunacharski: “Es verdad”). Los hubiera reconocido entre diez mil hombres».

3

      Víctor Chernov

      En sus declaraciones del 24 de julio, escritas ya en la celda de Kresti, Trotsky dice: «En un principio, había decidido salir de entre la multitud en el automóvil con Chernov y los que querían detenerle, a fin de evitar conflictos y que se produjera el pánico en la multitud. Pero Raskólnikov se me acercó precipitadamente y, muy excitado, exclamó: “Esto es imposible. Si sale usted con Chernov, mañana se dirá que la gente de Kronstadt le ha detenido. Hay que poner en libertad a Chernov inmediatamente”. Tan pronto como un toque de corneta hizo el silencio de la multitud y me dio la posibilidad de pronunciar un breve discurso, que terminó con la siguiente proposición: “El que vote por la violencia, que levante la mano”. Chernov pudo volver al palacio sin obstáculos».

      La declaración de estos dos testigos, que eran al mismo tiempo los dos actores principales de la aventura, dejan las cosas completamente en claro. Pero esto no impidió que la prensa enemiga de los bolcheviques describiera lo sucedido con Chernov y el «intento» de detención de Kerenski como las pruebas más convincentes de la organización del levantamiento armado por los bolcheviques. Se afirmaba asimismo con insistencia, sobre todo en la agitación verbal, que la detención de Chernov se había efectuado bajo la dirección de Trotsky. Esta versión llegó incluso hasta el palacio


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