Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten. Victoria DahlЧитать онлайн книгу.
a disfrutar del aire acondicionado.
Resonaron las risas en la habitación y el propio Jamie se descubrió sonriendo de oreja a oreja, como si, de alguna manera, también él fuera responsable del buen hacer de Olivia.
–Como esta es una asignatura abierta a estudiantes no universitarios, será bastante tranquila. Pero, por favor, recordad que cuando imparto la asignatura, no lo hago para entregar una nota. Estudiar esta asignatura os brindará una oportunidad de aumentar vuestros conocimientos y, quizá, de comenzar a trabajar en el sueño de abrir un restaurante. Más adelante, os invitaré a hablar de lo que cada uno de vosotros espera de esta sesión. Pero comenzaremos aportando información que pueda seros útil a todos. Así que, vamos a empezar, ¿de acuerdo?
Encendió la pantalla del ordenador y comenzó a exponer una estadística del número de restaurantes que había en el mundo real. Jamie se relajó. Aquello era justo lo que estaba buscando. Él tenía muchas ideas, pero necesitaba comprender hasta qué punto eran prácticas.
El hecho de que fuera Olivia la que le diera la clase iba a ser un extra.
Fue tecleando las notas en el ordenador y solo muy de vez en cuando se tomó algún descanso para alzar la mirada y deslizarla por las piernas de Olivia. Esta iba calzada con zapatos planos, pero a Jamie no le costaba nada imaginar aquellas piernas con unos zapatos de tacón y un vestido corto de color negro. ¿Se vestiría alguna vez de aquella manera? El día que había ido a la cervecería llevaba unos pantalones negros y un jersey sin mangas. No era probable que fuera muy aficionada a los vestidos ajustados. Pero había algo en aquella mujer que hacía que quisiera averiguarlo.
Cuando Olivia por fin alzó la mirada hacia él, cuando por fin le descubrió y abrió los ojos como platos, sintió una fiera punzada de interés. Y cuando comenzó a tartamudear y perdió el hilo de la clase, su interés aumentó hasta convertirse en algo más sólido. Al fin y al cabo, no era la primera vez que conseguía ponerla nerviosa.
A lo mejor Olivia Bishop no era una mujer tan fría y serena como ella misma pensaba.
¿Habría sufrido algún daño cerebral por culpa de la cerveza negra? ¿Cómo podía explicarse si no que estuviera viendo a Jamie Donovan sentado en su clase?
No era tan raro, intentó decirse a sí misma mientras tragaba con fuerza por décima vez en un minuto. Era socio de una cervecería. ¿Por qué no iba a estar allí? Pero la lógica no podía impedir que su mente saltara como un CD rayado. Y no ayudaba mucho el que Jamie estuviera sonriendo como si supiera lo nerviosa que estaba.
Debería haberse fijado en su nombre al leer la lista, pero la había repasado dos semanas atrás, antes de la excursión a la cervecería. De modo que allí estaba, enfrentándose a Jamie Donovan sin advertencia alguna.
Olivia se alisó la chaqueta. Se agarró después al delicado algodón de su vestido favorito, pero se obligó a soltarlo para no terminar arrugándolo de forma irremediable.
–Eh, bueno. Por lo que respecta al porcentaje de fracaso durante el primer año, oiréis que se arrojan muchas cifras, pero no significan nada a no ser que… eh… a no ser que estudiemos de cerca los motivos en cada fracaso.
Retomó por fin el hilo y consiguió superar los noventa minutos de clase con algunos vestigios de su dignidad intactos. Cada vez que miraba de forma accidental hacia Jamie, le veía tecleando con diligencia en el ordenador, tomándose la clase en serio, por lo menos en apariencia. Aquello la ayudó a relajarse, pero la relajación desapareció en un segundo cuando terminó la clase y Jamie comenzó a bajar las escaleras en vez de subirlas.
Gracias a Dios no llevaba falda escocesa alguna a la que asomarse. Aquel día, llevaba unos vaqueros envejecidos y una camiseta con un Correcaminos descolorido en el pecho.
–¡Hola, señorita Olivia!
–No me llames así –le pidió.
Jamie arqueó las cejas.
–Señorita Bishop entonces. Creo que me gusta. Me entran ganas de traerte una manzana.
Olivia no pudo evitar el sonrojo que le cubrió las mejillas, así que se puso a remover los papeles que tenía encima de la mesa, dejando que la media melena cayera hacia delante.
–Estamos en un curso de verano, no es una clase estrictamente académica. Puedes llamarme Olivia.
–De acuerdo, Olivia.
Al igual que la última vez, hizo que su nombre sonara como algo sensual. Olivia se aclaró la garganta.
–¿Vienes a clase por la cervecería?
–Sí, estoy intentando actualizarme un poco.
–¿Y qué te ha parecido la primera clase? ¿Te ha parecido útil?
–Ha sido genial, de verdad. Me preocupaba que fuera una pérdida de tiempo. Que terminara siendo demasiado teórica para lo que yo necesito. Eres… increíble.
Aquello la hizo alzar la cabeza.
–¿Sí?
–Sí. Llevas las riendas de la clase, pero lo haces de una forma muy sutil. Aportas mucha información, pero no eres rígida.
–Gracias.
–Y –se inclinó hacia ella–, eres, con mucho, la profesora más guapa que he tenido.
Olivia dejó caer los papeles, se enderezó en la silla y retrocedió.
–Señor Donovan.
–¿Sí?
–Eso no es apropiado.
–Lo sé –su sonrisa se convirtió en un provocativo gesto.
Olivia fingió no sentir el escalofrío que recorrió su cuerpo. Aquella sonrisa no tenía nada que ver con ella. Seguro que ya la había utilizado diez veces aquel día. Era una herramienta, aunque Oliva no estaba del todo segura de qué pretendía arreglar con ella.
–Coquetear en este contexto es de lo más inapropiado.
–¿De lo más inapropiado? Vamos, Olivia. Si apenas eres mi profesora. Ni siquiera tienes que ponerme una nota, así que eso de «lo más inapropiado» me parece una exageración. Pero si te gusta ocupar una posición de poder…
Olivia soltó un grito ahogado y alzó la barbilla.
–Sal conmigo –le pidió Jamie.
–¿Qué? ¡No! ¿Es que no has oído lo que he dicho?
–¿Y has oído tú lo que he dicho yo? Dame una buena razón por la que no podamos tener una cita.
–Eres… –señaló el cuerpo de Jamie con un gesto–. Creo que ni siquiera sería legal. ¿Cuántos años tienes?
–Veintinueve. ¿Y tú? ¿Treinta y uno?
–Treinta y cinco –contestó.
Estuvo a punto de romperse los dientes por la fuerza con la que los apretó cuando Jamie soltó un silbido. de admiración
–Treinta y cinco, ¿eh? Podría traer una nota de mi padre, pero mi padre murió hace mucho tiempo. Creo que no le parecería mal que saliera contigo.
Olivia oyó un suave gemido y se dio cuenta de que procedía de su propia garganta.
–No, gracias. Pero te agradezco el ofrecimiento. Ahora, si no te importa, tengo que cambiar de clase.
Era una mentira pura y dura, pero los momentos desesperados exigían medidas desesperadas.
Jamie se encogió de hombros con aquel cuerpo maravilloso, suelto y relajado.
–Si cambias de opinión, dímelo. Ya sabes dónde me siento.
Lo había hecho a propósito. Reconoció el brillo travieso de sus ojos antes de que se volviera para subir las escaleras.
Olivia se había creído a salvo de la tentación de comérselo