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Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo. Linda Lael MillerЧитать онлайн книгу.

Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo - Linda Lael Miller


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aún, como estás en paro, podrías empezar la semana que viene —se dio una palmadita en el bolsillo de la chaqueta—. Tengo dos billetes de vuelta. Puedes estar en casa mañana.

      Josh sintió que se le helaba el corazón al pensar en la marcha de Stacie.

      —No volveré a Ann Arbor —Stacie alzó la barbilla con determinación—. Ni mañana, ni en una semana, un mes o un año.

      Para sorpresa de Josh, Paul no contestó de inmediato. Escrutó el rostro de Stacie largo rato.

      —No te entiendo —dijo con la voz teñida de desilusión—. Allí tienes amigos que te echan de menos. Familia que te echa de menos. Y ahora te sirven un trabajo en bandeja de plata. ¿Por qué no consideras al menos la idea de volver?

      A pesar de su brusquedad, el hombre parecía sincero y sus argumentos eran buenos. Josh miró a Stacie y vio que ella no había cedido en absoluto.

      —¿Cuántas veces tengo que decírtelo? No quiero estar detrás de un escritorio —sus ojos llamearon y Josh habría jurado que le salía humo por la nariz. Parecía un toro a punto de embestir—. Sólo estudié Empresariales porque papá insistió.

      —Papá quiere que tengas una buena vida. Un futuro seguro —su tono de voz indicaba que él era de la misma opinión—. Te quiere, Stacie. Todos te queremos. Y nos preocupamos por ti.

      Stacie enarcó una ceja.

      —Bueno, soy yo quien se preocupa —a Paul se le quebró la voz. Tardó un momento en recomponerse. Miró a Josh de reojo—. Envía al vaquero de vuelta al rancho. Esto es un asunto de familia.

      Aunque a Josh no le hacía ninguna gracia escuchar esa conversación íntima, plantó los pies en el suelo. Se iría si se lo pedía Stacie.

      —Él se queda —afirmó ella.

      Paul cerró los ojos y resopló.

      —Mamá y papá siempre han querido lo mejor para ti —repitió Paul, sonando totalmente sincero—. Todos lo queremos.

      Stacie dio un paso hacia él y puso una mano en su brazo.

      —El problema es que lo que creéis mejor para mí no es lo que yo deseo.

      —¿Qué quieres hacer, hermanita? —los ojos de Paul destellaron con ira—. ¿Pasarte la vida paseando a los perros de otros? ¿Haciendo cafés en una cafetería? ¿O acaso quieres casarte con un vaquero y vivir en mitad de la nada?

      Stacie apartó la mano y enrojeció como si la hubiera abofeteado. Si Paul había creído que la dureza y la manipulación iban a conseguir algo, sólo tuvo que mirar sus ojos para comprender que había perdido todo el terreno ganado.

      —Me da igual lo que pienses de mis elecciones, Paul —su voz sonó fría como el hielo—. El que tenga objetivos diferentes, que quiera otras cosas de la vida no…

      —Tú y Amber Turlington, siempre buscando el maldito edén —Paul apretó los labios, como si se esforzara por mantener el control.

      La frase sonó como una maldición, pero Stacie no pudo evitar sonreír al oír ese nombre. Amber y ella habían sido amigas íntimas durante toda su etapa escolar.

      —Amber y yo solíamos decir que éramos gemelas que habían sido separadas al nacer.

      —Ella tampoco era feliz en Ann Arbor —dijo Paul con amargura—. Siempre quiso algo más. Y ya ves adónde la llevó eso.

      —¿Adónde la llevó? —Stacie alzó la voz. No soportaba la arrogancia de su hermano—. Puede que la escuela de Los Ángeles en la que da clases no tenga renombre nacional y que no esté ganando una fortuna, pero cada día influye positivamente en la vida de sus alumnos.

      —No lo has oído —afirmó él. La mirada vacía de Paul provocó a Stacie un escalofrío.

      —¿Oído qué? —sabía que Amber y Paul seguían en contacto. Muchos años antes, Paul había deseado con desesperación casarse con su amiga. Aunque había seguido adelante con su vida y se había casado con otra mujer, Stacie sabía que Amber seguía ocupando un lugar especial en su corazón.

      —Pensé que Karen y tú ya habríais hablado —un músculo se tensó en la mandíbula de Paul.

      Karen era una de las hermanas de Stacie. Le había dejado varios mensajes la semana anterior, pero Stacie aún no le había devuelto las llamadas.

      —Karen y yo no hemos hablado. ¿Ha tenido noticias de Amber?

      —Amber ha muerto —el músculo de su mandíbula empezó a moverse espasmódicamente—. Un gamberro le pegó un tiro en el aparcamiento de la escuela.

      Las palabras parecían llegar de muy lejos. Stacie sintió calor y luego frío. La imagen de Amber, pelo cobrizo, ojos verdes y perenne sonrisa, destelló en su mente. Se preguntó cómo podía estar muerta su amiga. Había sido la persona más vivaz que había conocido en su vida.

      —No es verdad —Stacie movió la cabeza, intentando desterrar la imagen de Amber tendida en un charco de su propia sangre—. Te lo estás inventando. Quieres que vuelva y renuncie a mi sueño. Igual que querías que Amber renunciase al suyo por ti. Pero ella no lo hizo y yo no…

      —Shh. Tranquila —Josh se acercó a ella y, esa vez, cuando le puso un brazo sobre los hombros, no lo rechazó.

      —El funeral fue el jueves —dijo Paul con voz de cansancio infinito.

      Stacie se tragó un sollozo. Parecía más fácil centrarse en su ira que en el dolor que le estaba partiendo el corazón en dos.

      —¿Por qué no me avisaste? —su voz sonó aguda, estridente casi—. Habría ido. Era mi amiga. Mi mejor amiga.

      —Karen y yo te dejamos mensajes pidiéndote que telefonearas. No podía dejar una noticia como ésa en el buzón de voz —respondió Paul.

      Stacie sintió una oleada de remordimiento y vergüenza. Se apoyó en Josh, sacando fuerzas de su apoyo. Había hecho mal acusando a Paul. La culpa era suya por no haber devuelto las llamadas. Había retrasado el momento porque siempre que hablaba con él o con Karen, al colgar se sentía como una fracasada. En consecuencia, los padres de Amber seguramente pensaban que su amiga no le importaba lo suficiente como para ir al funeral.

      —No puedo imaginar lo duro que debe de ser esto para su familia.

      —Yo sé bien cómo se sienten —dijo Paul—. Por eso estoy aquí. Te quiero, Stacie. Quiero asegurarme de que no te ocurra lo mismo que a Amber.

      El sol de media mañana atravesaba los visillos de encaje de la ventana de la cocina y el olor a café recién hecho se respiraba en el aire. Stacie miró su humeante taza de café, aún perturbada por los acontecimientos de la noche anterior.

      Alzó la vista y vio que Lauren y Anna la contemplaban, esperando que acabara su historia.

      —Convencí a Josh de que mi hermano me traería a casa sana y salva. Paul y yo pasamos un par de horas hablando, llorando y hablando otra vez. Durmió tres o cuatro horas y luego condujo de vuelta a Billings para tomar su vuelo.

      Aunque Paul y ella estaban en desacuerdo sobre la mayoría de los temas, ambos habían querido a Amber. Stacie sintió que las lágrimas le quemaban los ojos, pero parpadeó para contenerlas. Nunca le había gustado llorar en público, incluso si, como era el caso, el «público» eran sus amigas.

      Anna, pensativa, con la bayeta en la mano, dejó de limpiar la encimera y miró a su amiga.

      —Sigo confusa. Tu hermano quería que volvieras a casa porque una amiga de instituto falleció. No lo entiendo.

      —Yo sí —Lauren dio un mordisquito a su sándwich de huevo—. Amber buscaba su edén y murió. Stacie está haciendo lo mismo y a Paul le preocupa que pueda ocurrirle algo.

      —Eso no tiene sentido —Anna dio una pasada a la encimera—.


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