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Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo. Linda Lael MillerЧитать онлайн книгу.

Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo - Linda Lael Miller


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gusta el béisbol? —le preguntó a Alex.

      —No especialmente. Pero cada una de estas personas es un cliente en potencia. Decidí que ya era hora de salir y socializar. ¿Qué me dices de ti?

      —He venido con mi amiga Anna. Pero ha empezado a encontrarse mal y ha tenido que irse. Me encanta el béisbol, así que me he quedado.

      —Por suerte para mí —dijo él, sonriente.

      Stacie se preguntó cómo podía haber pensado que era guapo. Aunque era obvio que le cortaba el cabello un buen estilista y que sus pantalones de vestir eran a medida, sus rasgos eran demasiado perfectos y estaba muy delgado.

      También tenía el irritante hábito de hablar sin descanso. Escuchó su parloteo durante ocho entradas, mirando de vez en cuando a Misty y a Josh. Pero cuando Misty apoyó la cabeza en el hombro de Josh, Stacie decidió no volver a mirar.

      Apretó los labios y sacó una hoja de papel y un bolígrafo del bolso. Aunque el partido estaba a punto de acabar, empezó a anotar los strikes, carreras y errores cometidos.

      —¿Qué haces? —preguntó Alex.

      —Registrar las estadísticas —dijo ella entre dientes, resistiéndose al deseo de mirar a Josh y a Misty—. Mis hermanos solían jugar al béisbol y mi padre llevaba los libros para el entrenador. Me enseñó a hacerlo.

      —Tu padre y tú debéis de estar muy unidos.

      Ella captó el deje de envidia en su voz y, de repente, comprendió que era verdad. Su padre y ella habían estado muy unidos. Hasta que él decidió dirigir su vida—. Lo estábamos…, es decir, lo estamos.

      —Tienes suerte —dijo él—. Mi padre tenía expectativas que yo no conseguía cumplir.

      Stacie miró a Alex. La tristeza que vio en sus ojos la sorprendió.

      —Apuesto a que ahora se enorgullece de ti.

      —Quería que me dedicase a la abogacía empresarial —dijo Alex—. Yo, en cambio, quería vivir en una ciudad pequeña y hacer un poco de todo.

      —¿Cómo acabaste aquí? —Stacie no recordaba si se lo había dicho en su «cita».

      —Vinimos a Montana de vacaciones cuando era niño. Me encantaron las montañas y los grandes espacios abiertos. Cuando acabé la carrera, intenté hacer lo que él esperaba de mí. Trabajé en Chicago y luego me trasladé aquí.

      —¿Qué te parece vivir en Sweet River? —Stacie esperaba escuchar una ristra de alabanzas.

      —Un poco decepcionante —dijo él, en cambio.

      —¿Por qué? —preguntó Stacie.

      —La gente de esta zona es cauta —hizo una pausa, como si quisiera elegir bien sus palabras—. Muchos prefieren viajar a Big Timber para solucionar sus asuntos legales a acudir a un desconocido.

      Stacie frunció el ceño. Entendía lo que Alex decía, pero no tenía sentido.

      —Llevo aquí menos tiempo que tú, pero todo el mundo me ha parecido más que acogedor.

      —Seguramente porque una de tus amigas es de aquí —señaló Alex—. Además, ¿no estás saliendo con un lugareño?

      —Él y yo éramos…, somos amigos —Stacie no dio más explicaciones. No le parecía bien hablar de Josh con ese hombre—. ¿Estás planteándote regresar a Chicago?

      —No —dijo Alex—. No. Estoy seguro de que el negocio mejorará con el tiempo —afirmó, casi como si quisiera convencerse a sí mismo.

      Alex parecía sincero y Stacie deseó poder ayudarlo de alguna manera.

      —¿Has pensado en… no sé, vestirte de manera más… informal? —suavizó la sugerencia con una sonrisa.

      —¿Ir a la oficina en vaqueros y camiseta? —Alex se estremeció—. No podría. No sería nada profesional.

      —No me refiero a la oficina —dijo Stacie—. Sino a esto, un evento deportivo. Uno no lleva pantalones de vestir y zapatos italianos a un partido, al menos si quiere encajar en el ambiente.

      —Supongo…

      —Y otra cosa, Clipper es la barbería que hay en la calle Mayor, a un bloque del Coffee Pot. Pruébala. Si frecuentas los locales de aquí, es posible que ellos también apoyen tu negocio.

      Casi esperaba que Alex se riera de sus sugerencias. Sin embargo, él pareció considerarlas seriamente.

      —Te gusta esto —dijo él, por fin.

      —¿Qué?

      —Te gusta estar aquí, en Sweet River.

      —Claro. Es un lugar fantástico.

      —¿Has decidido quedarte? —la miró con curiosidad—. Sé que la vez que salimos juntos estabas deseando volver a Denver, pero pareces haberte aclimatado.

      —He…

      El chasquido de un bate rasgó el aire y Stacie y Alex se pusieron en pie con el resto de la multitud. Era la novena entrada, Sweet River bateaba y llevaba una carrera de desventaja. Con un corredor en base, era la oportunidad del equipo de casa para obtener la victoria.

      —¡Corre, corre! —gritó Stacie.

      Los corredores hicieron su trabajo. Cuando el bateador llegó de nuevo a su base, la multitud rugió y Stacie empezó a dar botes, abrazando a toda la gente que tenía alrededor. Cuando Alex la abrazó, ella le devolvió el abrazo. Se sentía en la cima del mundo hasta que vio a Josh mirándola con expresión de incredulidad y asombro.

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