Implacable venganza. Kate WalkerЧитать онлайн книгу.
Y espero que así sea.
Era lo mejor que podía pasar aunque le doliera. Constantine asintió y a continuación dirigió la mirada hacia la habitación donde seguro que encontraba más agradable compañía.
—Seguro que así podremos sacar algo positivo de esta velada tan deprimente —estuvo de acuerdo él.
—No sé que haces a mi lado todavía.
Su comentario atrajo su mirada durante unos segundos, esbozando al mismo tiempo una cínica sonrisa.
—Si quieres que te sea sincero, Gracie, nada de lo que digas o hagas puede afectarme.
¿Sería posible?, se preguntó Gracie mientras él se alejaba sin volver la vista atrás. ¿Podría ser que no sintiera nada por ella? ¿Qué había pasado con aquel amor que él le había declarado de forma tan elocuente, la pasión que no había podido esconder?
No existía, tuvo que repetirse a sí misma. Había desaparecido como si nunca hubiera existido. Lo cual parecía imposible, sobre todo si se ponía a pensar en sus propios sentimientos. Tendría que sacar todas sus dotes de actriz para ocultarle a Constantine lo que sentía todavía por él.
Capítulo 2
ERA imposible.
No podía pretender olvidarse de que Constantine no estuviera allí en la misma habitación que ella. Su presencia era como una sombra oscura constante, siempre a su lado, siguiéndola allá donde iba.
Si se detenía a hablar con alguien, lo sentía a su lado, sin verlo, pero haciéndola olvidar lo que iba a decirle a su interlocutor. Si intentaba beber vino o comer algo de la carísima comida que Ivan había encargado, se le cerraba la garganta y no había forma de tragarlo.
Y lo peor de todo era que, por alguna razón que ella desconocía, Constantine no había cumplido su palabra cuando le dijo que para él era como si ella no existiera. Porque cada vez que levantaba la cabeza lo veía mirándola y siguiendo todos sus movimientos.
Al final tuvo que buscar refugio en la cocina, utilizando como excusa la pila de platos que había que lavar. Estaba llenando de agua una cazuela cuando Ivan entró en la cocina.
—Me estaba preguntando dónde te habías metido. ¿Es que he cometido algún fallo?
—¿Invitando a Constantine? —Grace se dio la vuelta y le dirigió una mirada de reprobación—. ¿Tú que crees? ¿Cómo has podido hacer algo así, Ivan?
—¿Entonces es imposible que volváis a salir juntos otra vez?
—¿Eso era lo que pretendías invitándole? Porque si es así, estás muy equivocado. Lo que había entre nosotros se terminó hace años, Ivan.
—¿Estás segura? Desde luego él aceptó con mucho gusto la invitación y pensé que…
—Pues te has equivocado —le interrumpió Grace, más para acallar las esperanzas que sentía en su débil corazón, que por otra cosa—. No sé qué razones tendría Constantine para venir aquí hoy, pero te aseguro que yo no era una de ellas. ¿Tiene aspecto de ser un hombre que no puede apartar su mirada de mí?
—Para mí, tiene aspecto de un hombre con algo en mente, si quieres mi opinión —le respondió Ivan dirigiendo su mirada hacia la puerta de la cocina, que estaba abierta.
Grace dirigió su mirada hacia donde estaba mirando él. Sus ojos se quedaron clavados en la figura de Constantine, que estaba apoyado en la pared. Con un vaso en una mano, estaba mirando fijamente a la mujer que tenía enfrente. Una mujer pequeña y de muchas curvas, con pelo negro y muy largo, que llevaba un uniforme de enfermera con una falda tan corta que no le habrían dejado entrar con ella en ningún hospital.
—A mí me da igual lo que tenga o no tenga en mente —le respondió ella, incapaz de borrar la amargura de su voz.
Su hermanastra Paula era una mujer morena y pequeña. Constantine siempre había admitido que le gustaban las mujeres pequeñas, morenas y con muchas curvas, hasta el punto de que Grace se preguntó en más de una ocasión qué era lo que hacía entonces con ella.
—¿Estás segura?
—¡Iván, déjalo ya! —suplicó Grace, incapaz de seguir con aquella conversación.
Nada más salir aquellas palabras de sus labios, Constantine levantó su mirada y se encontró con los ojos grises de Grace. Durante unos segundos se estuvieron mirando los dos. Grace sintió que un escalofrío le recorría la espalda. A continuación, Constantine levantó el vaso que tenía en la mano como si estuviera brindando y ella tuvo que morderse el labio para soportar el dolor que aquel gesto le provocó.
Se dio la vuelta para no verlo, ni a él ni a su acompañante, y echó el detergente con tanta fuerza en la cacerola que empezó a hacer burbujas inmediatamente.
—No creo que Constantine esté pensando en una reconciliación —le respondió apretando los dientes. Tuvo que cerrar los ojos para que no le salieran las lágrimas—. Que se te meta eso en la cabeza.
Ivan se dio la vuelta y la dejó sola.
Se preguntó cómo había sido tan ingenua como para imaginarse que Constantine hubiera podido cambiar sus sentimientos. Cuando la dejó, la dejó para siempre. Recordó las palabras que le dijo Constantine en aquella ocasión.
—Lo nuestro no tiene futuro…
Aquellas palabras fueron como una daga en su corazón. A pesar de lo ciega que había estado por él, no tuvo más remedio que asumir que lo que le había dicho era algo definitivo. ¿Por qué se ponía a cuestionarlo dos años más tarde?
—Si sigues lavando ese plato, le vas a borrar el dibujo.
La voz perfectamente reconocible de Constantine la hizo salir de sus pensamientos de forma tan violenta que se le cayó el plato a la pila llena de agua.
—¡No me gusta que la gente me observe!
—Yo no te estaba observando. No debes tener una conciencia muy limpia cuando te sobresaltas de esa manera. O a lo mejor estabas soñando. ¿Es que quizá estabas pensando en alguien del que estás enamorada, agape mou?
—¡Yo no estaba pensando en nadie! —objetó Grace, aterrorizada por la posibilidad de que él se pudiera imaginar la naturaleza de sus pensamientos—. ¡Y deja de llamarme así! ¡Yo he dejado de ser tu amor hace mucho tiempo!
—Veo que todavía recuerdas algo del griego que te enseñé.
Por supuesto que se acordaba de esa frase en concreto. ¿Cómo podría olvidarla? Se obligó a no pensar en aquellos dolorosos recuerdos. Recuerdos que la llevaban a una tarde cálida de primavera en Skyros, en la que ella tenía apoyada su cabeza en su pecho escuchando el susurró de su voz.
—Me acuerdo de esa frase y de otras cosas que me enseñaste —le respondió Grace con amargura—. Y te juro que no quiero olvidarlas. ¿Qué haces?
Grace retrocedió unos pasos al ver que Constantine estiraba una mano en dirección a su rostro.
—Tienes espuma en la nariz… —con uno de sus largos dedos le quitó la espuma—. Y en tu ceja. Se te podría haber metido en el ojo.
—Gracias.
Se lo dijo mientras luchaba contra la oleada de sensaciones que solo aquel contacto había producido en ella.
—De nada — le respondió Constantine—. ¿Quieres que te ayude en algo más?
Era lo que menos le apetecía. Porque si se quedaba a su lado seguro que notaría el golpear de los latidos de su corazón. Justo cuando ella quería aparentar que su presencia no la inmutaba, su cuerpo la traicionaba y respondía con toda su fuerza ante su presencia.
—¿No decías que teníamos que comportarnos como si el otro no existiera? —le preguntó, escondiendo sus sentimientos en