Del sacrificio a la derrota. Nicolás BuckleyЧитать онлайн книгу.
comunidad nacional vasca siempre ha sentido la necesidad histórica de protegerse. La Izquierda Abertzale tomó este rol durante la década de los setenta, recogiendo el legado que inició el PNV a principios del siglo XX. El sentido de pertenecer a ciertas tradiciones en un mundo en el que el neoliberalismo había empezado durante los setenta a «desintegrar» las relaciones humanas en meras relaciones mercantiles es otro ejemplo de esta continuidad. Desafortunadamente, esta conexión normalmente se ha omitido en la historiografía del conflicto vasco. En este sentido, la importancia de permitir a los militantes de ETA que reflejen sus raíces culturales desde este sentimiento de autoprotección proyectado en sus testimonios es algo primordial en mi trabajo.
Expresándolo de forma más explícita, la lucha de ETA por la independencia del País Vasco se basó en un constante desafío contra el «estado actual de las cosas» en forma de sistema económico neoliberal europeo establecido durante el último cuarto del siglo XX.
A pesar de que el nacionalismo tiene, en la sociedad de hoy, connotaciones negativas (suele estar considerado por las clases liberales como chovinista y opuesto a la multiculturalidad), no es mi intención dotar a este concepto de una connotación negativa o positiva. Lauren Berlant hace una crítica del sentimentalismo nacional y lo sitúa como una creación de las elites nacionales para construir hegemonía y perpetuarse en el poder[35]. Berlant enfatiza que el sentimentalismo nacional tiene sus raíces en un «dolor subalterno masivo» que funciona como núcleo de la colectividad nacional[36]. Cuando las clases privilegiadas sienten como propio el dolor de las clases subalternas, entonces es cuando se empezarían a dar los cambios estructurales en una determinada nación. Mi trabajo sobre ETA explica precisamente cómo la organización pudo (sobre todo en los setenta y los ochenta) canalizar la desafección de una parte de la sociedad vasca con la idea de luchar contra el régimen neoliberal español nacido de la transición a la democracia. Berlant teoriza cómo en una hipotética ausencia completa de dolor social, las naciones no existirían, y el concepto abstracto de nación sería innecesario. La manera en que ETA conectó el dolor social con la nación vasca es un buen ejemplo de cómo esta organización, a pesar de haber recogido las luchas por los derechos de los trabajadores en su ideario, tuvo, en el nacionalismo vasco, su principal razón de existir. En estos términos, que Berlant considere como algo negativo el hecho de que ciertas emociones puedan estar asociadas a un determinado imaginario nacional es irrelevante para mi investigación. ¿Qué nos interesa de la teoría de Berlant? Lo que considero relevante de la teoría de Berlant, y se puede incorporar a las historias de vida de los militantes de ETA, es cómo las «intimidades transpersonales» que están presentes en una comunidad nacional han de ser disfrazadas con el objetivo de mantener el dominio de la clase dirigente. En este sentido, el hecho de que los militantes de ETA hayan interpretado el conflicto vasco desde una sola dimensión beneficia a las elites del Estado español comprometidas con derrotar la «amenaza del terrorismo», negando cualquier solución política al conflicto vasco. Por esta razón, mi crítica al concepto de nación creado por Berlant entraña una crítica a las actuales sociedades liberales. En este contexto, ¿cómo podemos llegar a entender la violencia producida por un movimiento nacionalista vasco como ETA? Tratar de entender estas «intimidades transpersonales» es precisamente el principal objetivo de mi investigación.
LA POSGUERRA EN EUROPA. AMBIGÜEDAD SOBRE EL CONCEPTO DE VIOLENCIA POLÍTICA
El régimen de Franco (1939-1975) proyectó la idea de una nación española en que las intimidades transpersonales fueran establecidas a través de relaciones mercantiles. La historiadora Helen Graham argumenta que, aunque el régimen franquista continuó oprimiendo de forma violenta a la disidencia durante las décadas que transcurrieron después de la Segunda Guerra Mundial, también asumió que la violencia no podía ser el único medio para ejercer la represión en el nuevo sistema internacional[37]. El nuevo método de control implicaba copiar el estilo de las democracias liberales modernas que habían sobrevivido a la amenaza del fascismo durante la Segunda Guerra Mundial y que adoptaron la cultura del «consumo de masas», con orígenes en Estados Unidos, como parte de su nueva identidad. La consolidación de las sociedades europeas de bienestar en los sesenta a través de esta cultura del consumo de masas, hizo que intelectuales como Jean-Paul Sartre o Frantz Fanon abrazaron el marxismo y su lucha contra el imperialismo de Estados Unidos, con sus consecuencias más directas en Cuba y Vietnam. En la historiografía europea, los sesenta abrieron un periodo de rebelión y violencia después de casi veinte años de relativa paz social transcurridos después del final de la Segunda Guerra Mundial[38]. Sin embargo, para algunos historiadores, el nacimiento de grupos armados en España, como ETA en 1959, no fue solo debido al movimiento radical anticapitalista europeo, sino que también obedecía a las particularidades de la sociedad española como resultado del intenso proceso de industrialización impulsado por Franco[39].
¿Fue ETA una herencia de los nuevos movimientos sociales europeos nacidos en la década de los sesenta con el objetivo de luchar contra el orden social impuesto por el imperialismo de Estados Unidos (por ejemplo, los movimientos anticolonización) o nació simplemente siendo una versión radical del movimiento nacionalista vasco? En la historiografía sobre ETA, los trabajos con una perspectiva más progresista se basaron en la primera opción[40]. En el lado opuesto, los trabajos con supuestos más conservadores eligieron la segunda[41]. Un aspecto clave de mi investigación es dilucidar cómo la formación ideológica de ETA fue en paralelo con la evolución de la clase trabajadora vasca durante los sesenta. Sin embargo, en los noventa, después de décadas de lucha armada, esta organización empezó a encontrarse aislada dentro de la sociedad vasca y, ya en el siglo XXI, terminó por representar un mero elemento radical del nacionalismo vasco, dando la razón a las tesis más conservadoras. Sin embargo, las historias de vida que forman parte de esta investigación revelan que la naturaleza de ETA no puede ser entendida simplemente como el producto de un contexto internacional. A través de las subjetividades que emergen de las historias de vida de los militantes de ETA, mi investigación subraya los riesgos de hacer generalizaciones acerca de la naturaleza de esta organización basándose solamente en los sistemas de poder que han operado durante su historia (por ejemplo, la llegada de la democracia en España o el colapso de la Unión Soviética). En este sentido, las diferentes microculturas de las que han formado parte cada uno de los militantes de ETA, como por ejemplo las fuertes movilizaciones de las clases trabajadoras en los sesenta y los setenta o el periodo «apático» en cuanto la decadencia de la cultura obrera durante los noventa, solo pueden ser analizadas considerando en la misma escala de importancia las experiencias emocionales de estos militantes dentro de su contexto histórico y social.
En su análisis sobre los movimientos insurgentes europeos durante la década de los setenta, el historiador Tony Judt, desde su influente libro Post-guerra, asoció a ETA, a la Facción del Ejército rojo, al IRA, y a las Brigadas Rojas, con cómo estos grupos trataron de usar el terror para expulsar a los gobiernos opresores del poder[42]. El historiador Dan Stone intentó entender la violencia que practicaron estos grupos desde un contexto de posguerra más amplio. Stone aseguró que la violencia que practicaron estos grupos fue una consecuencia de «la eliminación del pensamiento crítico en un periodo de posguerra en el que las antiguas elites presionaron con todo su esfuerzo para volver a tener poder a expensas de marginalizar a aquellos movimientos antifascistas de base»[43].
Estas dos interpretaciones históricas nos facilitan una estructura para entender el fenómeno del terrorismo desde la perspectiva de la historia social. En otras palabras, estos autores han tratado de retratar las percepciones de los europeos que vivieron esos tumultuosos años de violencia política desde el impacto social que produjo este tipo de violencia.