Del sacrificio a la derrota. Nicolás BuckleyЧитать онлайн книгу.
radicalmente la sociedad en la que vivían. Mario Moretti, el líder de las Brigadas Rojas y máximo dirigente encargado de asesinar al político italiano Aldo Moro, explica cómo eligió la lucha armada con el simple propósito de ir más allá de una estrategia de uso de la violencia defensiva impulsada por los partidos comunistas tradicionales. En este sentido, el concepto ofensivo de lucha armada promulgado por Moretti estaba reducido a una simple premisa: además de la lucha de los trabajadores en las fábricas tratando de golpear el capital (en su connotación marxista), era necesario «algo más». Las Brigadas Rojas, que nacieron al calor de los movimientos sociales que apoyaban a los trabajadores en las líneas de ensamblaje de las fábricas de Pirelli o Alfa en Milán, no estaban conectadas éticamente con la sociedad italiana como un bloque homogéneo como Judt sugiere en su argumento. Asimismo, al contrario de la tesis de Dan Stone, estos activistas no trataban simplemente de confrontar con las antiguas elites que emergían de un consenso de posguerra. Más bien, su lucha estaba conectada con la vida cotidiana de los trabajadores. La longevidad de las Brigadas Rojas revela cómo entendieron que su «improvisación» estaba relacionada con el «estar en contacto» (en un sentido dinámico) con la sociedad italiana. Ciertamente, las subjetividades de los militantes de las Brigadas Rojas o las de los militantes de ETA no pueden ser analizadas sin entender la «espontaneidad» de sus vidas cotidianas.
Esta espontaneidad (casi nunca considerada como parte de la estructura analítica de los historiadores sobre Europa) es clave para entender la violencia practicada por ETA antes y durante la transición española. Por ejemplo, la mayor parte de la historiografía sugiere que el asesinato del presidente y heredero de Franco, Carrero Blanco, fue una acción premeditada y llevada a cabo para cambiar las estructuras de poder del régimen franquista. Sin embargo, lo más probable es que esta acción fuera llevada a cabo por ETA como un simple acto de venganza por el asesinato, por parte de las fuerzas de seguridad franquistas, de varios de sus militantes[44]. Volviendo al argumento de «ejercer el poder por otros métodos» antes mencionado, la transición española fue en parte exitosa por la continuidad que tuvo el imaginario basado en una sociedad de clases medias con capacidad de consumo, estructurada y planeada por el establishment franquista.
Las movilizaciones masivas que tuvieron lugar en las calles durante los años después del asesinato de Carrero Blanco por parte de ETA fueron ignoradas por la narrativa oficial de la transición. Ciertamente, es importante subrayar los altos niveles de violencia política durante los años de la transición (1975-1982), con más de 700 muertos en España, solo por detrás de Italia en cuanto a los países europeos con más muertos por causas de violencia política[45]. Sin embargo, la historiografía española sobre la transición no ha buscado explicar las motivaciones de esas personas o grupos que llevaron a cabo esas acciones violentas, principalmente grupos paramilitares cercanos al Estado, militantes de ETA u otros grupos que participaron en aquellas «batallas». Por consiguiente, la narrativa adoptada por las elites franquistas y consensuada con los principales partidos políticos de izquierda fue la fundación de una nueva nación basada en la «reconciliación». Solo recientemente, después de varias décadas de consenso académico sobre la consolidación del «Régimen del 78», algunos historiadores han empezado a analizar los tumultuosos años de la transición a través de la movilización social acaecida en las calles[46].
Mi investigación sobre ETA ha tratado de hacerse desde la comunidad, revelando una continua confrontación entre dos proyectos nacionales. Por un lado, el proyecto nacional de la Izquierda Abertzale, basado en una hipotética sociedad igualitaria, emancipada de los grandes capitales económicos y de los Estados francés y español. Por otro, una identidad española moldeada por sus elites en la que la transición española llevada a cabo en los setenta dio como resultado la formación de una hipotética moderna nación española de clases medias en la que, mirando siempre a Europa, los conflictos entre el trabajo y el capital se resolverían de forma pacífica. La violencia física y psicológica que experimentaron las víctimas de ETA y la violencia que muchos militantes de ETA padecieron a través de las fuerzas de seguridad del Estado son la expresión histórica de este choque de identidades nacionales.
A mí no me preocupa saber que alguien no pagará por mi sufrimiento. ¿Me entiendes? No necesito que nadie me pida perdón, ni siquiera la persona que me puso la bolsa de plástico en la cabeza y me puso los electrodos. Imagínate que el viene y me dice: «Lo siento por haberte hecho sufrir, Fernando». Para mí esos perdones no tienen valor. Eso del perdón se lo dejo a los curas […]. Yo puedo perdonar a una u otra persona. Yo recuerdo cuando dispararon a mi mejor amigo: le metieron cuatro balas en un restaurante de Madrid. Lo que me molesta es que, a mis 62 años, el derecho de autodeterminación, que para mí es fundamental, el hecho de que mi país pueda llegar a ser libre, pueda decidir su futuro… todo eso nos haya sido negado[47].
Este testimonio de Fernando Etexgarai, militante de ETA y protagonista del capítulo III, nos muestra cómo la lucha nacionalista entre las identidades española y vasca está reflejada en este libro desde su aspecto más empírico, la violencia. Por consiguiente, la violencia que la Izquierda Abertzale experimentó en forma de tortura moldeó su identidad durante décadas, haciendo del Estado español su principal antagonista. Por ello, el acto de pedir perdón por tremendos actos de violencia, referido anteriormente por Etxegarai, ha sido un tema constante de debate dentro de la sociedad española desde que estalló la Guerra Civil en 1936.
¿Cómo pueden las subjetividades de los militantes de ETA «desafiar» el consenso de las historiografías sobre los grupos terroristas europeos activos durante el último cuarto del siglo XX mediante la incorporación de sus experiencias cotidianas? Los intensos momentos de lucha armada vividos por activistas de grupos armados insurgentes deben ser analizadas desde el universo emocional de estos activistas. Tratando de analizar el proceso histórico a través del cual estas emociones fueron producidas, como vimos en el ejemplo del asesinato de Carrero Blanco, podemos entender de manera más amplia la historia de ETA. Es curioso que el único libro que ha tomado el enfoque de analizar la vida cotidiana de los militantes de ETA que asesinaron a Carrero Blanco es el de la activista de la Izquierda Abertzale Eva Forest[48]. Sin embargo, desde mi experiencia de investigación, una afinidad ideológica con ETA no tiene que ser prerrequisito necesario para explorar las emociones de sus militantes. Si los historiadores sociales han analizado las vidas de la gente corriente, también los científicos sociales que trabajan con temas de violencia política pueden hacer lo mismo: después de la Segunda Guerra Mundial se proyectó, tanto desde los gobiernos europeos como desde Estados Unidos, una imagen autoperceptiva en la que estas «democracias del mundo libre» eran vanguardias que el resto del globo tenía que imitar. Los científicos sociales tenemos la obligación de destapar estas narrativas, y el análisis de las diferentes formas de violencia terrorista que tuvieron lugar en estos países (ETA, IRA, Brigadas Rojas, etc.) nos da una gran oportunidad para ello. Si la Segunda Guerra Mundial provocó horrendas formas de violencia de masas y los países europeos empezaron a implementar el Estado de bienestar a partir de 1949, ¿cómo explicar las violencias que surgieron en los sesenta y los setenta a través de estos grupos insurgentes?
El hecho de que en Europa, durante las décadas después de la Segunda Guerra Mundial, no existiera una violencia de masas (excepto en el caso de los Balcanes), y el hecho de que ningún tipo de violencia insurgente lograra sus objetivos, explica las escasas ganas de intentar comprender este tipo de violencias por parte del mundo académico. Sin embargo, este libro trata de analizar cómo la violencia practicada por grupos insurgentes armados europeos durante más de dos décadas refleja las contradicciones de estas sociedades en términos del Estado de bienestar surgido después de la Segunda Guerra Mundial y las imágenes de la posguerra fría neoliberal. La violencia política practicada después de Segunda Guerra Mundial tuvo siempre la sombra de la revolución. El historiador Arno Mayer asegura que «interpretar las revoluciones francesa y rusa, particularmente desde las masas que se sublevaron contra el orden establecido, de