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E-Pack Novias de millonarios octubre 2020. Lynne GrahamЧитать онлайн книгу.

E-Pack Novias de millonarios octubre 2020 - Lynne Graham


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acostado con una mujer que trabajaba para él, a la que Kat conocía y aceptaba, era imperdonable.

      Subió las escaleras que llevaban a la puerta de la casa, que ya estaba abierta. Reeves, el imperturbable mayordomo de Mikhail, la estaba esperando allí. Kat respondió a su saludo con una sonrisa y entró cojeando porque le dolían mucho los pies. Iba por la mitad del vestíbulo cuando se detuvo, se quitó los zapatos y subió descalza las escaleras. Fue directa al dormitorio que compartía con Mikhail y al armario en el que estaba la caja en la que guardaba todos sus papeles, desde el pasaporte a su partida de nacimiento. Sacó los papeles, los dejó encima de la cama y fue a por la maleta. No podía creer que estuviese abandonando al hombre al que amaba, por el momento no podía ni pensar en ello, pero no tenía elección. Si Lara sabía que Mikhail no había dormido con ella aquella noche tenía que ser porque la había pasado con él.

      Sacó un par de cosas de los cajones porque no se lo podría llevar todo. Tomaría solo lo necesario para un par de semanas y ya le enviarían lo demás. Supuso que iría a vivir con Emmie, y supo que su hermana estaría encantada de tener compañía.

      –¿Ni siquiera vas a darme la oportunidad de defenderme?

      Kat se quedó helada, se giró y vio a Mikhail en la puerta, muy serio. Se había quitado la corbata y la chaqueta y estaba allí en mangas de camisa.

      Ella dejó de mirarlo porque notó que se le rompía el corazón.

      –¿Kat?

      –Sí, te he oído, pero la verdad es que no sé qué responder. A veces es mejor no decir nada. No quiero discutir contigo, ¿para qué?

      –Por nosotros –replicó Mikhail–. ¿Acaso no merece la pena luchar por lo nuestro?

      Kat dejó caer la ropa que tenía en las manos en la maleta abierta y le lanzó una furiosa mirada de reproche.

      –Está bien. ¿Te acostaste con ella?

      –No.

      Kat siguió haciendo la maleta.

      –Por supuesto, qué vas a decirme –le respondió.

      –Entonces, ¿para qué me lo preguntas? –inquirió Mikhail–. ¿Sabes la tarde que me has hecho pasar?

      Ella se negó a dejarse intimidar y siguió haciendo la maleta.

      –Yo tampoco lo he pasado precisamente bien.

      –Primero he tenido que soportar la pataleta de una empleada, y luego ¡tu desaparición!

      Furiosa, Kat se giró hacia él.

      –¡No he desaparecido!

      –¿Cómo crees que me he sentido cuando te has marchado después de la tontería que te ha dicho Lara? ¡Estaba preocupado por ti! Sabía que estabas disgustada y...

      Kat arqueó una ceja rojiza y sintió que lo odiaba en ese instante. Creyó saber por qué se estaba comportando Mikhail de aquella manera.

      –¿Cómo podías saber que estaba disgustada? ¿Me has puesto un chip en el cerebro o algo así? No estaba disgustada. En realidad, estaba sorprendida. Y necesitaba algo de tiempo para pensar...

      –¡No necesitabas tiempo para pensar en esa tontería! –le gritó él.

      –¡No me grites! –exclamó ella también.

      De repente se hizo el silencio. Mikhail respiró hondo lentamente.

      –No pretendía gritar.

      –Cuando a uno le acusan de una infidelidad, no es buena idea que se comporte como un elefante en una cacharrería –le informó ella en tono seco.

      –Cuando a uno se le acusa injustamente –la corrigió él–. Eso es lo más importante.

      –Mikhail...

      Kat tragó saliva e intentó tranquilizarse.

      –Lara sabía que no habíamos dormido juntos la última noche antes de que yo, supuestamente, me marchara del yate. Si lo sabía tiene que ser porque ella estuvo contigo.

      –¡Te equivocas! Estaba en la cubierta que hay encima de nuestras habitaciones y nos oyó hablar. Si esa es la única prueba que tienes contra mí, no tienes nada.

      Kat lo miró confundida.

      –¿Estás seguro de que es así como se enteró de que íbamos a dormir separados?

      –¿Cómo iba a saberlo si no?

      De repente, Mikhail juró en ruso y levantó las manos mientras se acercaba a ella.

      –Kat, me viste a las tres de la madrugada y estaba en mi habitación –le recordó.

      –Sí, pero...

      Mikhail se sacó el teléfono móvil del bolsillo y tocó varios botones.

      –Mira esto... –le dijo–. Stas ha grabado a Lara gritándome...

      Kat vio a Lara en la pantalla, colorada, gritando:

      –¿Por qué no has querido estar conmigo? ¡Podrías haberme tenido! ¿Qué es lo que te pasa? Ella es vieja, se le ha pasado la edad. Es un insulto. Yo soy joven y guapa. ¿Cómo es posible que sea ella la que viva en tu casa?

      Kat se quedó de piedra y Mikhail apagó el teléfono.

      –¿Quieres volver a verlo? –le preguntó.

      –No... –respondió ella en voz baja, con el rostro enrojecido de repente.

      Se había tragado las mentiras de una jovencita histérica sin pensarlo. Le temblaron las piernas y se dejó caer en el borde de la cama.

      –Ark oyó todo lo que te decía. Le llamó la atención que te dijese una grosería en ruso y se puso a escuchar –le explicó Mikhail–. Me informó de ello y yo la llamé y, como ya has visto, se volvió loca. Stas no lo grabó todo, pero básicamente tenía celos de ti y no entendía que no la encontrase atractiva. No obstante, lo ocurrido hoy ha sido culpa mía.

      –¿Por qué iba a ser culpa tuya? –le preguntó Kat, que se sentía aturdida y tonta.

      –Lara intentó seducirme cuando la contraté. Me ha ocurrido tantas veces que no me pareció motivo suficiente para despedirla.

      –¿Entonces... no? –preguntó Kat consternada.

      –Le dejé claro que no me interesaba, pero Lara es extremadamente vanidosa y su resentimiento aumentó cuando tú entraste en mi vida. Sospecho que intentó entrometerse entre nosotros antes, con pequeños detalles. Por suerte, no estaba lo suficientemente cerca de mí para poder hacer más. Supongo que el horrible maquillaje que llevabas la primera noche que cenamos juntos fue culpa suya.

      –Tampoco me dijo a qué hora me esperabas –sugirió Kat.

      –Y te convenció de que te pusieras de rojo la noche de la discoteca. Siempre he odiado el color rojo –le confesó Mikhail.

      –Cosas sin importancia –comentó Kat muy seria–. Me alegro de que no tuviese capacidad para causarnos más problemas.

      –Lara no es lo suficientemente inteligente para darse cuenta de que los hombres queremos de una mujer algo más que una imagen...

      Kat no supo cómo tomarse aquello.

      Mikhail se echó a reír y rompió así el silencio. Tomó la maleta de Kat y la tiró al suelo para sentarse a su lado en la cama.

      –Tú me pareces mucho más guapa que Lara.

      –No es posible. Soy vieja y se me ha pasado la edad –murmuró temblorosa, con los ojos llenos de lágrimas.

      –Me gustaste nada más verte. Tenías clase, fuerza y me rechazaste, cosa que me sorprendió.

      –Te vino bien que una mujer te dijese que no para variar –replicó ella.

      Mikhail


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