E-Pack Novias de millonarios octubre 2020. Lynne GrahamЧитать онлайн книгу.
me tenía que enfrentar a la posibilidad de perderte y todo lo demás me parecía banal en comparación.
–¿Lo que sentías por mí? –repitió ella, acariciándole el brazo.
Él la agarró de la barbilla para girarle la cabeza con cuidado y que lo mirase. Kat nunca lo había visto mirarla con tanto cariño.
–Te quiero mucho, Kat. Tanto que no me imagino la vida sin ti, pero hasta hoy pensaba que eso era una debilidad, un fallo. Vi cómo mi padre bebía hasta morir después de haber perdido a mi madre. Fue cruel con ella, nunca le fue fiel, pero cuando murió se quedó destrozado. Dependía de ella mucho más de lo que todos pensábamos –le contó–. A mí me aterraba necesitar a una mujer tanto. Pensaba que mi padre tenía una personalidad obsesiva y que yo tenía que protegerme de eso porque, como mi padre, tiendo a ser bastante intenso. Y entonces te conocí y me causaste una fuerte impresión desde el principio...
El frío que Kat sentía por dentro se vio atenuado por la ternura de la mirada de Mikhail y por su sinceridad. Apoyó la cara en su fuerte hombro y disfrutó de su olor. De repente, se sintió más segura que nunca a su lado.
–Yo también te quiero –le susurró.
–Tenías que haberte imaginado lo que sentía por ti la mañana que evité que te subieras a ese helicóptero –murmuró él frunciendo el ceño–. Intenté dejarte marchar, pero no fui capaz. La noche anterior fue la más larga, la peor de toda mi vida. Te deseaba. Te necesitaba. Mi corazón te pertenece desde entonces.
–Es posible, pero se te ha dado muy bien ocultármelo –le dijo ella.
Aunque después, recordando las últimas semanas, pensó que Mikhail le había demostrado su amor cada vez que la miraba, cada vez que la abrazaba por la noche, pero ella había sido demasiado insegura para reconocerlo e interpretar lo que estaba viendo.
–Ya no lo ocultaré más. Si hoy hubieses sabido que te quería habrías intentado hablar conmigo y confiar en mí en vez de creer lo que te decía Lara. ¿Me habrías creído sin ver esa grabación?
–Sí... En el fondo quería creer que no podías haber hecho eso –admitió Kat con seguridad.
Mikhail levantó la mano y le puso un anillo en el dedo anular.
–Lo tengo desde el día que viniste a vivir conmigo.
Kat estudió el magnífico solitario con los ojos muy abiertos, maravillada.
–¿Pero te has estado resistiendo a dármelo?
–Sí. Soy un hombre testarudo, lubov moya –le dijo él–. Eso significa «mi amor» y tú eres la única mujer a la que he amado. Has tenido la oportunidad de ver lo peor de mí. ¿Aun así quieres casarte conmigo? ¿Lo antes posible?
–Por supuesto –afirmó ella, tumbándolo en la cama en una repentina demostración de entusiasmo–. En cuanto podamos organizarlo... Cuando te deje salir de la cama.
Una sonrisa de satisfacción iluminó el rostro de Mikhail.
–Te tenía que haber dado el anillo el día que lo compré.
–Sí, aprendes despacio, además de ser un testarudo –le dijo su futura mujer–, pero compraste el anillo hace varias semanas, con lo que ganas puntos... aunque no los necesites.
–Solo te necesito a ti –le aseguró Mikhail, acariciándole el pelo–. Y no me sentiré seguro hasta que no vea la alianza en tu mano.
En ese momento sonó su teléfono.
–Apágalo –le pidió Kat.
Él la miró consternado.
–¿He creado un monstruo? –murmuró en tono divertido.
Ella le pasó la mano por el muslo en una sensual caricia.
–Lo apagaré –dijo Mikhail–. En ocasiones aprendo con rapidez, dusha moya.
Lo mismo que Kat, que se inclinó sobre él para besarlo con una seguridad que no había tenido hasta entonces. Era suyo, por fin, solo suyo, su sueño hecho realidad. Y algún día aceptaría que estar locamente enamorado de una mujer que lo quería tanto como él a ella era algo maravilloso, no peligroso.
Epílogo
Tres años después, Kat se quedó a los pies de las dos cunas que había en la habitación infantil de Danegold Hall, observando orgullosa a sus mellizos, Petyr y Olga. Habían nacido muy pequeños y con el pelo oscuro, con sus ojos de recién nacidos de un azul tirando a verde. El niño, Petyr, era alegre, inquieto y dormía poco, mientras que Olga era un bebé mucho más tranquilo.
Para su madre eran su milagro personal e incluso dos meses después de su nacimiento, todavía no podía creer que fuesen sus hijos. Al fin y al cabo, después de casarse con Mikhail, no se había quedado embarazada tan pronto como había esperado. No había ocurrido y, después de hacerse unas pruebas de fertilidad había tenido que recurrir a una fecundación in vitro en una prestigiosa clínica rusa. El proceso había sido estresante y duro, y la primera vez se habían llevado una gran desilusión, ya que había fracasado, pero la segunda había ido bien. No era capaz de describir la felicidad que había sentido al ver las dos pequeñas figuras que tenía dentro del vientre unas semanas más tarde. Ni siquiera se había dado cuenta de que se había puesto a llorar hasta que Mikhail le había secado las lágrimas.
El nacimiento de los mellizos había sido sencillo, un alivio para Mikhail, que no había querido perderla de vista durante más de doce horas seguidas en todo el embarazo. Todavía lo atormentaba lo que le había ocurrido a su madre al intentar dar a luz a su hermano y había pensado que tener un hijo era lo más peligroso que una mujer sana podía hacer. Solo entonces había entendido Kat que Mikhail le hubiese dicho que sería feliz con ella aunque no tuviesen nunca hijos. Por aquel entonces le había dolido, le había preocupado que en realidad no quisiese un hijo, pero se había equivocado al temerse aquello. A Mikhail le había aterrado que algo saliese mal, por eso su parto había sido asistido por varios médicos importantes. A Kat todavía le picaban los ojos cuando se acordaba de Mikhail abrazándola después de dar a luz, casi sin mirar a los recién nacidos.
–Gracias a Dios que estás bien –le había susurrado con voz temblorosa–. Eso es lo único que me preocupaba hoy, lyubov’ moya.
Incluso después de tres años, Mikhail la quería tanto como ella a él. De hecho, su amor era cada día más fuerte.
–¿Otra vez mirándolos? –le preguntó a Kat una voz masculina que le era muy familiar.
–Lo siento, no puedo evitarlo, todavía no me puedo creer que sean nuestros –le confesó ella, girándose hacia la puerta para mirarlo.
Mikhail seguía afectándola como el primer día. Era normal, era un hombre increíble.
Él esbozó una sonrisa y se acercó a sus hijos.
–Son tan bonitos cuando no están berreando –admitió en tono divertido–. Esta mañana parecían dos dictadores de rostro colorado.
–Tenían hambre –los defendió su madre.
Mikhail la hizo girarse muy despacio.
–Yo también, laskovaya moya. Tengo hambre de mi bella esposa. La quiero para mí solo un par de días.
A ella le brillaron los ojos al apoyarse en su cuerpo y descansar una mano en su hombro.
–¿Vas a tomarte unos días de vacaciones?
–Todavía mejor. He organizado unas vacaciones en una isla desierta.
–No creo que sea el mejor lugar para llevar a los niños.
–No van a venir.
Kat abrió la boca para protestar.
–Tus generosas hermanas van a quedarse con ellos. Va a ser nuestro tercer aniversario de boda y tenemos que hacer algo especial.