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Amor traicionero. Penny JordanЧитать онлайн книгу.

Amor traicionero - Penny Jordan


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      Sencillamente no podía enfrentarse al hecho de contarle a Anna, Dee o Kelly que había cometido otro disparatado error.

      Beth se puso de pie con inquietud. Lo primero que debía hacer era llamar a la fábrica. Entonces, cuando estaba a punto de marcar el número que aparecía en la factura, sonó el teléfono. Al descolgarlo oyó la voz de su amiga Kelly.

      —Beth, no te va a gustar nada lo que te voy a decir… —Kelly hizo una pausa—. Brough tiene que ir a Singapur en viaje de negocios y quiere que vaya con él. Quizá vayamos a estar fuera más de un mes… Y dice que como está a mitad de camino no sería mala idea si nos fuéramos a Australia a pasar un par de semanas con mi prima y su familia. Me imagino lo que debes estar pensando. El periodo más activo del año está a punto de empezar y, además, últimamente solo he trabajado un par de días a la semana… Si prefieres que no vaya, lo entenderé. Después de todo, el negocio…

      Beth pensó con rapidez. Ciertamente le iba a resultar duro bandeárselas ella sola durante cinco o seis semanas, pero si Kelly se marchaba entonces no tendría que contarle lo de la cristalería. Cobardemente Beth pensó que sería mejor solucionarlo todo discretamente, sin inmiscuir a nadie más, incluso si ello significaba tener que contratar a alguien para que la ayudara en la tienda mientras Kelly estaba fuera.

      —¿Beth? —oyó el tono ansioso de Kelly.

      —Sí. Sigo aquí —Beth le confirmó y después de aspirar profundamente, le dijo a su amiga en el tono más jovial posible—. Por supuesto que debes ir, Kelly. Sería una estupidez perderse una oportunidad así.

      —Sí… Además, echaría mucho de menos a Brough. Pero me siento culpable por dejarte sola, Beth, sobre todo en esta época del año. Sé lo ocupada que vas a estar, sobre todo con la nueva cristalería… ¿Por cierto, ha llegado ya? ¿Es tan preciosa como tú la recordabas? ¿Y si voy a…?

      —No. No hace falta… —Beth se apresuró a decirle.

      —Bueno, si no te importa —Kelly le contestó con agradecimiento—. La verdad es que Brough dijo que podríamos ir a Farrow hoy. Me han dado la dirección de una persona que vive allí que hace unas maravillosas reproducciones de muebles antiguos. Tiene un taller en el Old Hall Stables, que lo han convertido en un mercado de artesanos. Pero si me necesitas en la tienda…

      —No. Estoy bien —Beth le aseguró.

      —¿Cuándo vas a colocar la cristalería nueva en el escaparate? —Kelly le preguntó con entusiasmo—. Me muero por verla…

      Beth se puso tensa.

      —Esto… Aún no lo he decidido…

      —Ah. Pensé que habías dicho que ibas a hacerlo nada más recibirla —Kelly protestó, muy confusa.

      —Sí, es cierto. Pero… pero estoy esperando a ver si se me ocurren otras ideas; todavía faltan dos semanas antes de que empiecen a colocar las decoraciones navideñas por la ciudad, y se me ha ocurrido que no sería mala idea cambiar el escaparate al mismo tiempo…

      —Oh, sí, es una idea estupenda —comentó la otra con entusiasmo—. Podríamos incluso hacer una pequeña fiesta de canapés y vinos para nuestros clientes, con bebidas y comida del mismo color que la cristalería…

      —Esto… Sí, claro… Estupendo —Beth concedió, esperando aparentar un empeño que no sentía.

      —Ay, pero acabo de darme cuenta que como nos vamos a finales de esta semana, voy a perdérmelo —Kelly se quejó—. Aun así, estaremos lo más seguro de vuelta para Navidad; eso es algo en lo que he insistido con Brough y, afortunadamente, él está de acuerdo conque debemos pasar nuestras primeras navidades aquí en casa… juntos… Ah y, por cierto, guárdame un juego de esas maravillosas copas, Beth.

      —Esto, claro, lo haré —le confirmó.

      Con un poco de suerte, podría conseguir que le corrigieran el pedido y le enviaran la cristalería que ella quería mientras Kelly estaba fuera. ¿Pero llegarían a tiempo para las ventas de Navidad? Cuando había seleccionado las piezas había elegido los colores que le habían parecido más fáciles de vender en esas fechas navideñas: rubí, azul porcelana, verde musgo y oro, todo ello en un estilo muy elaborado. Pero, a pesar de la belleza de las piezas, dudaba que pudiera venderlas con la misma facilidad en los meses de primavera y verano.

      Una hora y cinco intentos fallidos de llamada después, Beth empezó a dar vueltas desesperadamente por el caótico almacén.

      El horror y la rabia iniciales estaban trasformándose en una turbación y una sospecha frenéticas.

      La fábrica que había visitado era muy grande, y el director comercial que la había atendido engolado y muy trajeado. Las vitrinas que forraban las paredes de su lujoso despacho estaban llenas de las cristalerías más bellas que Beth había contemplado en su vida y él la había invitado a que eligiera la que le gustara.

      El despacho de su secretaria, por el cual había pasado de camino al del director comercial, estaba atestado de la tecnología más moderna y no era posible que tal organización, durante el horario de oficina, no tuviera todas las lineas de teléfono atendidas ni los faxes en funcionamiento.

      Pero cada vez que Beth había marcado el número se había encontrado con un silencio total. Incluso suponiendo que ese día fuera fiesta en la República Checa y la fábrica hubiera estado cerrada, al menos habría obtenido tonalidad.

      Las más terribles sospechas empezaron a tomar forma en su pensamiento.

      —No te dejes engañar por lo que te enseñen —Alex Andrews la había aconsejado—. Se sabe que hay gitanos que trabajan para el crimen organizado. Su objetivo es vender artículos inexistentes a turistas inocentes para engordar las arcas de su organización con divisas extrajeras.

      —No te creo. Solo lo estás diciendo para asustarme —Beth le había dicho muy enojada—. Para asustarme y para asegurarte de que hago el pedido a la fábrica de tus primos —había añadido con aspereza—. Eso es lo que tú quieres, ¿verdad? Diciéndome que te has enamorado de mí… que te importo… Yo sería la inocente si creyera tus embustes, Alex…

      Beth no quería ni recordar la reacción de Alex ante tales acusaciones; no quería recordar nada de Alex Andrews; no pensaba permitirse a sí misma recordar nada en relación a él.

      ¿No? ¿Entonces por qué había soñado con él casi cada noche desde que había vuelto de la República Checa?

      Había soñado con él solo por el alivio de saber que se había mantenido en sus trece y que no había caído en sus redes.

      Miró su reloj de pulsera. Eran casi las cuatro de la tarde; no tenía sentido seguir intentándolo con la fábrica checa. En vez de ello, se pondría a empaquetar de nuevo el pedido equivocado.

      Dee la dueña de la tienda y cómoda vivienda que había en el piso superior, que se había convertido en una buena amiga, la había invitado a cenar esa noche.

      Beth se puso a guardar las piezas muy desanimada, estremeciéndose ligeramente mientras lo hacía. Los artículos que tenía en la mano eran más adecuados para tarros de mermelada que para copas, decidió Beth haciendo una mueca de asco.

      —No sé si me equivoco —le había dicho Dee unas semanas atrás—, pero creo que he oído que algunos de los procesos de producción de porcelana y cristal son un poco burdos comparados a los nuestros.

      —Quizá en un mercado de calidad inferior —Beth había defendido—. Pero la fábrica en la que estuve originariamente se dedicaba a fabricar artículos para la casa real rusa. El director de ventas me mostró unas piezas de lo más exquisito que he visto en mi vida, que habían sido fabricadas para un príncipe rumano. Me recordaron mucho a las vajillas de Sèvres, y la traslucidez de la porcelana era impresionante. Los checos están muy orgullosos de fabricar un cristal de tan alta calidad.

      Esa información tenía que agradecérsela


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