Amor traicionero. Penny JordanЧитать онлайн книгу.
tanto como él. Había provocado en ella una reacción tan rabiosa y apasionada que hasta a ella la había asombrado.
Rápidamente, Beth continuó empaquetando las cajas. «Recuerda», se dijo con vehemencia. «No vas a volver a pensar en él. Ni tampoco en lo que pasó…»
Para desgracia suya, Beth se puso colorada.
—Dios mío, eres estupenda. Tan dulce y amable en la superficie y tan apasionada y alocada en privado, tan apasionada y alocada…
Furiosa consigo misma, Beth pegó un respingo.
—No ibas a pensar en él —se dijo con indignación—. No vas a pensar en él.
Capítulo 2
MÁS café, Beth…?
—Sí…
—Pareces preocupada. ¿Te ocurre algo? —le preguntó Dee con inquietud mientras dejaba la cafetera sobre la mesa.
Habían terminado de cenar y estaban en ese momento sentadas en el salón de la casa de Dee, rodeadas de catálogos y revistas de decoración. Dee tenía pensado decorar su salón y le había estado pidiendo a Beth su opinión sobre la elección que había hecho.
—El brocado color crema me encanta —Beth se apresuró a decirle a Dee—. Y si optas por una alfombra del mismo tono podrás luego poner los cojines en colores más vivos….
—Sí, eso era lo que había pensado. Me he enamorado de una tela preciosa y he conseguido localizar al fabricante, pero es una compañía muy pequeña. Me han dicho que solo aceptaran el pedido si lo pago por adelantado y, por supuesto, estoy un poco reacia a hacerlo, por si acaso no pueden o simplemente no me la sirven. Le he pedido a mi banco que investigue las operaciones financieras de esta empresa y que me den los resultados cuanto antes. Será una lástima si el informe no es favorable, porque la tela es maravillosa y estoy segura de que otra ya no me va a gustar tanto. Pero por supuesto, una debe tener cuidado con estas cosas, ya sabes. Seguro que estuviste rezando mientras esperabas que el banco te verificara que la empresa checa era de fiar para hacer negocios con ellos.
—Esto… Sí, claro…
Beth dio un sorbo de café.
¿Qué diría Dee si Beth le confesara que no había hecho tal cosa, sino que se había sentido tan emocionada al pensar en vender la cristalería que ni siquiera había pensado en un detalle tan importante como el estado de las finanzas de una empresa?
—Kelly me ha llamado hoy. Me ha dicho que ella y Brough esperan poder prolongar el viaje hasta Australia…
—Sí, me lo ha contado también… —concedió Beth.
Debería haberle pedido a su banco que investigara el estado de las finanzas de la empresa checa. No solo para asegurarse de que era bueno, sino para saber si cumplían con los pedidos a tiempo. Incluso recordó que el director de su banco se lo había aconsejado cuando lo llamó para pedirle el crédito. Y, si no hubiera estado a punto de marcharse de vacaciones la misma tarde que ella había llamado, se habría asegurado de que lo hacía.
Pero él se había ido y ella no lo había hecho, y la pequeña e inquietante duda que la inhabilidad para comunicar con la fábrica había sembrado en su mente estaba ya echando raíces de miedo y sospecha.
—¿Cómo te las vas a arreglar en ausencia de Kelly? Tendrás que meter a alguien para que te ayude…
—Sí. Sí, lo haré —Beth contestó distraídamente, preguntándose con histerismo qué diantre diría Dee si le reconociera que su peor pesadilla se había hecho realidad y que realmente no necesitaría a nadie para que le echara una mano puesto que no habría nada que vender.
¿Y si no tenía nada que vender, cómo iba a pagarle el alquiler a Dee?
No tenía absolutamente nada ahorrado, sobre todo después de haber gastado tanto dinero en el cristal checo.
Sus padres siempre podrían echarle una mano, eso lo sabía, y también tenía la certeza de que podría hacerlo Anna, su madrina. ¿Pero cómo podría presentarse ante ninguno de ellos y admitir lo inocente y tonta que había sido?
No. Ella se había metido sola en ese lío y de algún modo tenía que salir de él por su cuenta.
Y el primer paso era localizar al proveedor e insistir en que la fábrica le enviara los artículos que había pedido.
—¿Beth, estás segura de que estás bien…?
De pronto Beth se dio cuenta que la mujer le había estado hablando y que ella no había escuchado ni una sola palabra de lo que le había dicho.
—Esto… Sí, perfectamente…
—Bueno, si te sirve de ayuda, yo podría ir a la tienda algún día para echarte una mano.
—¡Tú! —Beth miró a Dee con perplejidad y la mujer se puso colorada.
—No hace falta que te sorprendas tanto —Dee le dijo un poco a la defensiva—. Debes saber que trabajé en una tienda cuando estaba en la facultad.
¿Habría herido los sentimientos de Dee? Dee siempre se comportaba con mucha serenidad, pero desde luego había una sombra de dolor en su mirada.
—Si me he mostrado sorprendida ha sido porque sé lo ocupada que estás —Beth le aseguró sin mentir.
Tras la muerte de su padre, Dee se había puesto al mando de su gran imperio comercial, controlando no solo las grandes sumas de capital que su padre había amasado mediante hábiles inversiones, sino también administrando las diversas instituciones benéficas que había creado para ayudar a los más necesitados de la ciudad.
El padre de Dee había sido un filántropo a la antigua usanza, muy en consonancia con los valores victorianos, que siempre había querido ayudar a sus vecinos y habitantes de su ciudad.
Había sido un hombre tradicional en muchos aspectos además de, según había oído Beth, un devoto cristiano y un padre cariñoso que había educado él solo a su hija Dee tras la prematura muerte de su esposa.
Dee estaba entregada apasionadamente a preservar la memoria de su querido padre y cada vez que alguien le agradecía el trabajo que hacían las distintas instituciones benéficas que ella ayudaba a financiar, siempre respondía con prontitud que lo único que hacía ella era actuar en representación de su padre.
Cuando Beth y Kelly se fueron a vivir a Rye on Averton se habían preguntado con curiosidad por qué Dee nunca se había casado. Debía de tener alrededor de treinta años y, sorprendentemente, para ser una sagaz mujer de negocios, un gran instinto maternal. Además, era muy atractiva.
—A lo mejor no ha encontrado al hombre adecuado —Beth le había sugerido a Kelly.
—Ya… O quizá, a sus ojos, ningún hombre puede compararse a su padre —había sugerido Kelly con perspicacia.
Fuera lo que fuera, una cosa estaba clara: Dee no era el tipo de persona en cuya vida privada uno pudiera meter la nariz si ella no quería. Y en cambio esa noche parecía más vulnerable; incluso se la veía más joven, quizá porque se había dejado el pelo suelto.
Desde luego sería imposible no reparar en ella, ni siquiera entre una multitud. Tenía un físico y unos modales que inmediatamente atraían la atención de los demás… No cómo ella, Beth decidió con desprecio hacia su persona.
Su suave cabello color rubio ceniza jamás haría que nadie volviera la cabeza para mirarla, ni siquiera cuando el sol le había dejado, como había hecho unos meses atrás, durante el verano, aquellos delicados mechones rubios.
De jovencita había rezado desesperadamente para crecer un poco más. Con su metro cincuenta y cinco centímetros era desde luego bastante baja…
—Menuda —le había dicho Julian en una ocasión.
Menuda