E-Pack Bianca agosto 2020. Varias AutorasЧитать онлайн книгу.
nos vamos mañana a Nueva York, y prefiero que estés en buenas condiciones cuando nos subamos al avión.
Violet lo miró con asombro.
–¿Que nos vamos? ¿Tan pronto?
A decir verdad, Zak no tenía intención de marcharse al día siguiente. Lo había dicho sin pensarlo, y él mismo estaba sorprendido con sus palabras. Pero se felicitó por haber tenido una idea tan inspirada.
–¿Crees que vas a aprender algo más si nos quedamos aquí?
Ella se mordió el labio.
–Supongo que no. Ahora podría montar una cabaña con los ojos cerrados. Pero di por sentado que supervisaría todo el proceso.
–Pues he cambiado de idea. ¿Por qué perder más tiempo en este proyecto cuando puedes aprender más con el siguiente?
–¿Y adónde vamos a ir?
Él se encogió de hombros.
–Tengo que volver a Montegova a finales de mes. Hasta entonces, estoy más o menos libre, y puedo ir a cualquiera de los que tengo en marcha –respondió–. Quién sabe… Quizá te deje elegir.
Ella echó un vistazo a su alrededor.
–Este sitio es verdaderamente bonito. Quería explorarlo antes de marcharme.
–Bueno, podemos echar un vistazo a la zona de la fase dos –le ofreció Zak–. Si nos vamos enseguida, claro.
Violet lo miró con sorpresa.
–Sí, claro que sí… Solo necesito unos minutos para asearme y cambiarme de ropa.
Él sacudió la cabeza con impaciencia.
–No vamos a un acto oficial, Violet. No hace falta que te vistas para la ocasión. Y, en cuanto a lo de asearte, ya te ducharás cuando volvamos. Salvo que prefieras bañarte en el lago.
–Entonces, vámonos.
Ella se alejó hacia el lugar donde estaban los vehículos, y él habló brevemente con su guardaespaldas, que asintió y acató sus órdenes.
–¿Cuánto tiempo tardaremos en llegar? –se interesó Violet cuando volvió con ella.
–Normalmente, tardaríamos alrededor de una hora. Pero no iremos en coche, sino en helicóptero. La cocinera tuvo dolores de parto hace un par de días y, como se la llevaron al hospital, no lo necesitará.
Al llegar al aparato, él le abrió la portezuela y se rindió a la tentación de mirarle las piernas mientras ella se acomodaba. Luego, se sentó en el asiento del piloto y esperó a que sus tres guardaespaldas subieran a la carlinga.
–¿Sabes pilotar helicópteros? –preguntó ella, escéptica.
Él asintió y dijo:
–Es cortesía de las Fuerzas Aéreas, donde estuve unos cuantos años.
El escepticismo de Violet desapareció, y él se habría sentido satisfecho si la visión de sus senos, que el cinturón de seguridad enfatizaba, no hubiera despertado su deseo.
Aún se estaba preguntando si había hecho bien al ofrecerse a llevarla cuando despegó y tomó rumbo al este.
Diez minutos después, aterrizó en las inmediaciones del volcán Lengai. Zak llevaba los cascos puestos, pero pudo oír el gemido de Violet, que no le sorprendió. Tanzania era un país precioso y, en aquella ocasión, les estaba regalando una puesta de sol tras las cataratas del río que vertía en un lago.
Zak había elegido ese sitio porque tenía agua potable, pero se alegró al ver la alegría con la que ella bajó del helicóptero y corrió hacia la catarata, encantada con su belleza.
–Esto es espectacular –comentó momentos después.
Él frunció el ceño, porque lo había dicho con un fondo de tristeza.
–Pues tu tono indica lo contrario…
–Porque el lago es perfecto para darse un chapuzón. Si lo hubiera sabido, me habría traído el bañador.
Él se la imaginó en bikini, y sintió un escalofrío de placer.
–Bueno, somos adultos. Seguro que se te ocurre algo –replicó–. Salvo que estés otra vez sin ropa interior.
Violet carraspeó.
–Eso no es asunto tuyo –dijo–. ¿Damos esa vuelta?
El recorrido duró quince minutos y, como de costumbre, ella hizo todas las preguntas pertinentes, confirmando su compromiso con el proyecto. Sin embargo, él pensó que eso no demostraba nada; la condesa seguía empeñada en casarla con un hombre rico, y cabía la posibilidad de que el entusiasmo de Violet formara parte de un plan cuidadosamente orquestado, como lo sucedido tras la muerte del difunto rey, su padre.
El recuerdo de aquellos días terribles le devolvió el control de sus emociones y le permitió adoptar una actitud desapasionada cuando volvieron a la orilla del lago, donde sus guardaespaldas ya les habían servido la cena, siguiendo sus instrucciones.
Al ver la manta sobre la que estaban el improvisado picnic y las cuatro lamparitas que ofrecían iluminación, Violet se quedó perpleja.
–¿Te vas a quedar de pie? ¿O prefieres cenar conmigo? –preguntó él.
Ella se acercó y lo miró con desconfianza.
–¿Esto ha sido cosa tuya?
–Me pareció que podíamos matar dos pájaros de un tiro. Dudo que quede algo de comer cuando regresemos al campamento principal –respondió Zak–. Venga, siéntate.
Violet se sentó y se inclinó sobre uno de los cuencos para alcanzar unas uvas.
–Eres príncipe. ¿No se supone que aparecería un chef de la nada y prepararía una cena en condiciones si te viniera bien?
Zak miró sus largas piernas, que ella acababa de cruzar.
–Sí, claro, sería tan fácil como organizar un picnic junto a un lago por el simple hecho de que yo lo desee –ironizó él.
Ella se ruborizó, y Zak alcanzó la botella de champán que habían dejado en la cubitera y la descorchó.
–¿Te preocupa algo, Violet? –preguntó, notando que lo miraba con interés.
–No, nada importante. Antes dijiste que habías aprendido a pilotar en las Fuerzas Aéreas. ¿Cuándo las dejaste?
Zak le podría haber dicho que las dejó cuando su padre murió de repente, destrozando un sueño secreto y provocando una pesadilla política. Le podría haber dicho que las dejó cuando descubrió que su padre no había sido el hombre que él pensaba. Le podría haber dicho que el reino se quedó al borde del abismo, y que no tuvo más remedio que intervenir. Pero no estaba de humor para hablar de eso, así que contestó:
–Me quedé hasta que me di cuenta de que serviría mejor a mi país si asumía otro papel.
–¿Y qué papel es, exactamente? Por lo que vi el otro día con el ministro, parece que estás a cargo.
–En cuestiones de seguridad nacional, sí –dijo, tenso.
Zak llenó dos copas de champán y le dio una.
–Creo recordar que antes estabas festejando el final de la jornada –prosiguió el–. Y no hay motivo por el que no podamos festejarlo ahora.
–No, salvo que lo dices como si te estuvieras burlando de mí.
–Vamos, no analices tanto las cosas.
–¿Por qué? ¿Porque no quieres oír la verdad?
–Porque tengo hambre y no quiero sufrir una indigestión.
El resto de la cena transcurrió en silencio, aunque eso no impidió