Un beso atrevido - Las reglas del jeque. Эбби ГринЧитать онлайн книгу.
Karen se mordió el labio inferior repetidas veces antes de hablar.
–Si no he entendido mal, tú quieres formar parte de la vida del bebé aunque el trato termine.
Ash haría todo lo que estuviera en su mano para asegurarse de que no hubiera que discutir sobre la custodia del niño. Haría todo lo humanamente posible para evitar que su matrimonio fracasara.
–Por supuesto. ¿A ti te parece mal?
–Supongo que es lo mejor.
–Entonces, ¿trato hecho? –preguntó él sin poder evitar una sensación de victoria anticipada.
–No –respondió Karen estirándose y volviendo a colocar el asa del bolso en el hombro–. Tengo que hacerme la revisión y sopesar todas mis opciones antes de tomar una decisión.
Ash se apartó del coche y señaló con un gesto en dirección al edificio, aunque no estaba dispuesto a aceptar una derrota.
–Entra con mis bendiciones, Karen. Y mientras estés allí piensa en mí –dijo deslizándole el brazo por la cintura–. En nosotros. Considera lo que te estoy ofreciendo, un padre al que tu hijo conocerá. Y los medios para crear vida a través de un acto que nos proporcionará placer a ambos.
Ash la atrajo hacia sí y la besó. Era un beso destinado a convencer, a persuadir, a meterse en su cabeza para que Karen no se olvidara de él. Ella tenía los labios firmes contra los suyos, pero tras unos segundos de breve resistencia, se abrió finalmente a él y Ash aprovechó la oportunidad para deslizar la lengua en la suave humedad del interior de su boca. Fue sólo una vez, pero bastó para intuir cómo podrían ser las cosas entre ellos.
Haciendo un gran esfuerzo Ash dio un paso atrás para apartarse de ella, sacó una tarjeta de visita del bolsillo y se la puso en la palma de la mano acompañando el gesto con una suave caricia en la muñeca.
–Aquí están los números en los que puedes encontrarme cuando tomes tu decisión. Piénsatelo bien.
Karen se quedó quieta como una estatua mientras Ash se alejaba con la esperanza de que ella encontrara lógica su oferta y aceptara su proposición. En caso contrario tendría que seguir intentando convencerla.
Capítulo Dos
Aquel hombre no tenía vergüenza.
Karen no podía creerse que Ash Saalem la hubiera besado aquella tarde en un aparcamiento. No podía creer que se hubiera ofrecido a ser el padre de su hijo. Y no podía creer que ella estuviera considerando la posibilidad.
Se sirvió una copa de vino tinto, entró en el salón y se dejó caer sobre el sofá con la esperanza de aclararse la mente. Le encantaba aquel apartamento situado en la cuarta planta de la casa que los Barone le habían ofrecido generosamente. Gina había decorado el lugar con sofás de seda italiana, un escritorio antiguo y alfombras persas. Era precioso, pero aquellos muebles y complementos tan elegantes no casarían bien con un bebé que diera sus primeros pasos.
Pero estaba yendo demasiado lejos. Primero tenía que concebir, y luego ya pensaría en cambiar la decoración. En aquellos momentos la concepción tenía que ser su principal prioridad. Eso y la oferta de Ash, no su boca experta. Tenía que sacarse aquel beso de la cabeza para poder pensar con claridad, lo que no era en absoluto misión fácil. Como tampoco lo era decidir la mejor opción respecto al modo de tener un hijo.
Karen le dio un sorbo a su vaso de vino y recordó los acontecimientos del día. En la clínica la habían advertido del procedimiento que llevarían a cabo y de sus costes tanto emocionales como físicos si no conseguía quedarse embarazada tras los primeros intentos. Había estudiado los perfiles de los posibles donantes, y la mayoría eran estupendos. También había visto a varias parejas en la sala de espera con aspecto ansioso, esperanzado… y enamorado.
Tal vez Ash tenía razón. ¿De verdad quería ella traer al mundo un bebé que no conociera sus raíces, teniendo en cuenta que ella misma había crecido sin saber la verdad respecto a las suyas? ¿Podía confiar en que los donantes de esperma fueran completamente sinceros? Después de todo, había aprendido recientemente que muchas de las cosas que creía de su árbol familiar no eran ciertas.
Karen dejó el vaso sobre una mesita auxiliar y se tumbó en el sofá. Si decidía seguir adelante con la inseminación tenía que arreglarlo todo en menos de tres días, el tiempo que faltaba para el momento más fértil en su ciclo. Lo mismo ocurría si decidía aceptar la oferta del jeque.
El solo hecho de pensar en hacer el amor con Ash le provocó una mezcla de escalofrío y destello de calor. No podía negar que la idea le parecía atractiva. Tampoco podía negar que el beso que le había dado había dejado huella en su libido.
En ese instante sonó el timbre de la puerta. Karen se levantó del sofá precipitadamente sintiendo una punzada de pánico. Tal vez Ash había decidido ir a visitarla en busca de una respuesta que ella no estaba preparada para darle.
Pero cuando observó por la mirilla y distinguió a Maria, se sintió por un lado aliviada y por otro un poco desilusionada de que Ash no hubiera ido a verla para convencerla con más besos.
–Hola –saludó Karen a su prima con una sonrisa cuando abrió la puerta–. ¿Estás bien? –le preguntó con preocupación, al verla con un aspecto tan cansado–. ¿Qué te ocurre?
Maria se dejó caer sobre el sofá y al instante las lágrimas comenzaron a rodarle por las mejillas, pillando a su prima completamente por sorpresa.
–¿Qué ocurre, Maria? –repitió sentándose a su lado en el sofá.
–Es una historia muy larga y muy triste, Karen.
–Tengo toda la noche –aseguró ella tomándola de la mano–. Por favor, dime qué te pasa. Me tienes preocupada.
–Esto es lo que pasa –respondió Maria levantándose la camisa blanca y colocándose la mano sobre el vientre.
Karen percibió un bulto prominente bajo la cinturilla de los pantalones negros de Maria. Al instante se dio cuenta de que aquello no tenía nada que ver con que su prima hubiera engordado un par de kilos tomando helado.
–¿Estás…?
–¿Embarazada? Así es. Nadie lo sabe. Nadie debe saberlo excepto tú.
Más confundida que nunca, Karen dejó transcurrir unos segundos para asimilar aquel impacto.
–¿Quién es él?
–Alguien a quien estoy viendo en secreto desde enero –respondió Maria con un suspiro.
–¿En secreto? ¿Está casado, Maria?
–Peor que eso. Es un Conti.
Karen se quedó de nuevo impactada y trató de asimilar la información. Su prima acababa de decirle que estaba embarazada de un hombre que pertenecía a una familia enemiga de los Barone desde hacía décadas. Ambos clanes, los Conti y los Barone, parecían decididos a continuar con las antiguas rencillas. No cabía duda de por qué Maria no quería que nadie se enterase.
–Se llama Steven –continuó diciendo la joven–. Es guapísimo y cariñoso y estoy totalmente enamorada de él.
–Suena maravillosamente, Maria. Aparte de la cuestión familiar, ¿cuál es el problema?
–El problema es la cuestión familiar. Últimamente han sucedido muchas cosas: el sabotaje del helado, el incendio de la fábrica… y algunos miembros de la familia creen que los Conti están detrás de esos incidentes. Nunca aceptarán nuestra relación. Si se enteran de la verdad, sólo servirá para separarnos y que las familias se separen todavía más.
–Tal vez vuestra relación y este niño sirvan para acabar con todo esto.
–No me imagino que eso pueda suceder, al menos no por el momento. Quiero marcharme una temporada de la ciudad para