Un beso atrevido - Las reglas del jeque. Эбби ГринЧитать онлайн книгу.
–Si puedo hacer algo por ti, dímelo.
–Necesito que te encargues de la tienda en mi ausencia.
–Por supuesto –aseguró Karen al instante, satisfecha de poder corresponder en cierto modo a todo lo que su prima había hecho por ella–. ¿Le has contado a Steven tus planes de marcharte?
–Ni siquiera sabe lo del bebé. No sería justo cargarle con esto ahora, al menos hasta que yo decida lo que voy a hacer.
–No estarás pensando en deshacerte del bebé, ¿verdad? –preguntó Karen súbitamente alarmada.
–¡No! –exclamó su prima con gesto ofendido–. Quiero a este niño, y si las cosas no salen bien entre Steven y yo al menos tendré siempre conmigo una parte de él.
–¿De verdad tienes tan pocas esperanzas de que lo vuestro funcione?
–Me gustaría ser más optimista, Karen, de verdad que sí, pero me temo que esta relación está condenada al fracaso. Hay demasiados obstáculos.
–¿Y a dónde quieres ir?
–Por eso he venido. ¿Sigues teniendo tu antigua casa de Montana?
–Se la he vendido hace poco a un amigo de la familia –respondió Karen tomándose unos instantes para pensar una alternativa–. Pero tengo dos buenos amigos en Silver Valley, los Calderone. Poseen un rancho maravilloso y estoy segura de que les encantará tenerte como invitada el tiempo que te apetezca.
–¿De verdad? –preguntó Maria con expresión iluminada.
–Estoy casi segura, pero los llamaré mañana a primera hora para asegurarme.
–Me has salvado la vida, Karen –afirmó Maria poniéndose en pie tras darle un abrazo–. Te echaré de menos. Pero prométeme que no le dirás nada a Steven. Ni a nadie de la familia. No quiero que sepan que me he marchado.
–Pero todo el mundo se preocupará… –protestó su prima.
–Dejaré una nota a la familia explicándoles que necesito marcharme una temporada –aseguró dirigiéndose a la puerta–. Y a Steven también. Gracias por todo.
Karen cerró cuando Maria se hubo marchado y sintió lástima por ella, porque no podía compartir su alegría con el padre de su hijo y con su familia. Recordó los eslabones perdidos de su propio árbol genealógico y no pudo negar la importancia de que los dos progenitores se implicaran activamente en el proceso de ser padres. Tampoco podía negar que el jeque Ashraf Saalem sería probablemente un candidato de primera para producir lo que ella necesitaba. Y estaba claro que tampoco podía negar que sería sin duda un candidato de primera para proporcionarle placer también. Para su propio fastidio, esa idea la excitó.
Eran demasiadas las cosas en las que pensar y tenía muy poco tiempo.
–Siempre me has parecido un hombre de pocas palabras, pero esta noche estás más callado de lo habitual.
Ash levantó la vista de la bandeja que le había llevado el servicio de habitaciones y que seguía prácticamente intacta y se encontró con Daniel escrutándolo con mal disimulada curiosidad.
–Tengo muchas cosas en qué pensar –respondió el jeque evasivamente.
–Tu humor de esta noche no tendrá nada que ver con mis inversiones, ¿verdad? –preguntó su amigo con fingida alarma–. Porque estoy empezando a temer que en cualquier momento me digas que soy pobre, y que esa es la razón por la que estamos comiendo aquí en vez de en un restaurante.
Ash le había pedido a Daniel que se reuniera para cenar con él en su suite para asegurarse de estar disponible por si Karen llamaba. Pero eso no había sucedido. Cuanto más tiempo pasaba más se temía que ella hubiera decidido optar por la clínica de fertilización.
–Tus inversiones están a buen recaudo –le aseguró a Daniel–. Seguirás siendo un hombre rico.
–Me alegra saberlo –respondió su amigo con satisfacción, limpiándose la boca con la servilleta–. Aunque ahora tengo todo lo que un hombre puede necesitar al lado de mi esposa. Mi luna de miel con Phoebe no ha hecho más que empezar.
–Me alegro de que estés satisfecho con tu elección –aseguró Ash, sin poder evitar una punzada de envidia por la buena suerte de su amigo al elegir pareja.
–Y pensar que traté de emparejarte con Phoebe en la fiesta de Karen… –recordó Daniel con una sonrisa–. Menos mal que no funcionó.
–Todavía me sorprende que te hayas casado, teniendo en cuenta tus antiguas costumbres –bromeó el jeque.
–Si te refieres a las mujeres, más te vale no hablar –se defendió Daniel frunciendo el ceño–. Tú las has tenido a puñados.
–Es cierto, pero he conocido a una persona que puede poner fin a eso.
–¿Alguien especial?
–Tu prima Karen.
–¿Karen? –exclamó Daniel palmeándose la frente–. ¿Desde cuando salís juntos?
–No salimos juntos. Estamos negociando.
–¿Negociando? Curiosa forma de llamar a salir con una mujer.
–De hecho, hemos pasado por alto la etapa de salir. Le he pedido que se case conmigo.
–Tengo que reconocer que eres rápido –bromeó Daniel con una mueca–. De cero a cien en cuestión de segundos. Me alegro mucho. ¿Cuándo es la boda?
–Por desgracia todavía no me ha dado el sí. La cuestión es algo más complicada: Karen quiere tener un hijo y yo también, y hemos hablado de la posibilidad de tenerlo juntos. Yo he insistido en que nos casemos por el bien del niño.
–Entonces, ¿esto no tiene nada que ver con el amor?
–Soy un hombre realista, Daniel –aseguró Ash, sabiendo que la cuestión no era fácil de entender–. En ocasiones es necesario tomar decisiones basadas en lo que es mejor para todos, no en las emociones. Si nos casamos lo haremos para tener un hijo. No te niego que encuentro a Karen muy atractiva y que pretendo disfrutar también de ese aspecto de nuestra relación.
–Déjame decirte algo –dijo Daniel con expresión preocupada–. Los Barone nos tomamos las cuestiones familiares muy a pecho. Karen lleva poco tiempo en la familia, pero espero que no le hagas daño porque si no tendrás que responder por ello.
–Puedes estar tranquilo –aseguró el jeque–. Sabré cuidar bien de ella.
–Y hablando de familia, ¿qué va a pensar la tuya de que te cases con una americana?
Ash no veía razón alguna para contárselo de inmediato. Tal vez más tarde, tras el nacimiento de su hijo. O tal vez podría llamar a su padre nada más casarse para informarlo de que esta vez no había podido interferir.
Ash había esperado treinta y seis años a que llegara el momento de demostrarle al rey Zhamyr que ya no tenía control sobre la vida de su hijo.
–Ya no busco la aprobación de mi familia. Y no tengo obligaciones como heredero, ya que esa responsabilidad recae sobre mi hermano mayor.
El teléfono sonó en aquel instante y Daniel se levantó precipitadamente.
–Yo contesto. Le dije a Phoebe que me llamara cuando quisiera que regresara a casa.
–Ya veo que te tiene bien pillado –respondió Ash sin poder reprimir una sonrisa cínica, que era más de envidia que otra cosa.
Daniel descolgó y saludó. Luego dijo: «Dígale que suba» y colgó el auricular.
–Por lo que veo, tu esposa ha decidido escoltarte personalmente a casa –bromeó Ash.
–La que está subiendo no es mi mujer.
–¿Quién es entonces?
–La