Un beso atrevido - Las reglas del jeque. Эбби ГринЧитать онлайн книгу.
incómoda–. El intento de concepción debe realizarse como muy tarde durante los próximos cuatro días. Creo que podríamos hacerlo en el juzgado… quiero decir la boda, no la concepción.
–Estoy de acuerdo en que sería completamente inapropiado hacer el amor en una sala del juzgado –respondió Ash con expresión divertida.
–Deduzco entonces que no tienes problemas para celebrar la boda en los próximos cuatro días…
–Estaré encantado de ajustar mi agenda para incluirte en ella.
Un servicio rápido en un juzgado no era precisamente lo que Karen soñaba cuando se imaginaba su boda, pero aquellos eran sueños antiguos y desgastados que ya no importaban. Lo importante ahora era ser realista y práctica.
–Quiero tenerlo todo por escrito.
–¿No confías en mí? –preguntó el jeque transformando su expresión seductora en un gesto solemne.
–Creo que es lo más sensato –respondió Karen pensando que era ella la que no confiaba en sí misma cuando estaba a su lado.
–Prepararé los papeles.
–¿Incluirás la cláusula de separación tras el nacimiento del bebé?
–Sí –aseguró Ash con expresión algo dolida–. Incluiré dicha cláusula en los términos acordados.
–Bien –dijo entonces ella, poniéndose rápidamente en pie–. Creo que eso lo cubre todo.
–Entonces, ¿has tomado ya una decisión? –preguntó Ash incorporándose a su vez.
–Así es, y mi respuesta es sí.
Ya estaba, ya lo había dicho. Después de todo no había sido tan complicado.
Ash se metió las manos en los bolsillos, como si necesitara tenerlas bajo control. Por desgracia la falda de Karen no tenía bolsillos, aunque por supuesto no estuviera pensando en tocarlo. Bueno, tal vez lo pensara un poco.
–¿Estás diciéndome que hay trato? –insistió el jeque sin terminar de creérselo.
–Sí.
–Me alegro de que veas las ventajas de nuestra unión –aseguró Ash con expresión triunfal.
–Una cosa más –dijo ella sin poder evitar pensar que la mayor ventaja estaba en la concepción–. ¿Podríamos celebrar la boda a la hora de comer?
–Me parece buena idea. Así podemos pasarnos el resto de la tarde cumpliendo con nuestros objetivos.
–Por las noches tengo que trabajar en la heladería.
–¿No podrías tomarte el día libre?
Karen pensó en Maria y en su idea de marcharse. Había hablado con los Calderone por la mañana y estaban encantados de recibirla. Karen veía la boda como la oportunidad perfecta para que su prima se escapara. Maria podía hacer de testigo y luego escabullirse. Era un plan perfecto.
Pero si Maria se marchaba ese día en concreto entonces Karen tendría que trabajar por la noche a menos que alguien estuviera dispuesto a doblar turno. Pero ya tendría tiempo de pensar en ello. Por ahora lo que tenía que hacer era regresar al trabajo antes de que la gente empezara a preguntarse dónde se había metido. Si ellos supieran…
–Karen, ¿te preocupa algo?
–Estoy pensando en el trabajo –respondió ella volviéndose hacia Ash, que la observaba con expresión pensativa–. Veré lo que puedo hacer para tomarme el día libre.
–Muy bien. No veo la necesidad de posponer la luna de miel.
¿Luna de miel? Bueno, en cierto modo podría calificarse así.
–Será mejor que regrese a Baronessa. Es muy tarde.
Karen ya estaba casi en la puerta a punto de escaparse cuando Ash la llamó.
–¿Sí?
–Tal vez deberíamos sellar nuestro trato con un beso.
Al menos aquella vez le había pedido permiso.
–¿De verdad crees que es necesario? –preguntó Karen frotándose inconscientemente las manos.
–Creo que sería conveniente que nos fuéramos familiarizando el uno con el otro antes de que nos metamos juntos en la cama. Si mis besos te siguen poniendo nerviosa cuando hagamos el amor será mucho peor.
–Tus besos no me ponen nerviosa –se apresuró a responder ella, aunque la traicionó un ligero temblor en la voz.
–Entonces no deberías poner ninguna objeción –contestó el jeque acercándose más.
–No compliquemos las cosas, ¿de acuerdo? Quiero decir, esto es más o menos un acuerdo de negocios y…
–Sigues estando nerviosa, Karen –afirmó Ash agarrándole ambas manos y besándoselas–. No tienes por qué. Te prometo que te trataré con mucho cuidado.
–No soy de cristal.
–De todas maneras, seré sumamente delicado con las manos –insistió él inclinándose hacia delante y colocándole los labios a escasos milímetros de los suyos–. Y también con la boca.
Aquella voz profunda y tentadora estuvo a punto de hacerla caer. Pero se puso muy recta, decidida a no dejarse llevar.
–Me parece muy bien, siempre y cuando cumplas con tu parte –aseguró con todo el desafío del que fue capaz.
–Tengo toda la intención de cumplir con mi trabajo de la manera más eficaz posible –susurró Ash.
Se quedó mirándola a los ojos en silencio durante largo rato. Karen se preparó para recibir un beso, pero él no la besó. Y entonces ocurrió algo absolutamente incomprensible. Ella lo besó primero. Apasionadamente, sin el menor titubeo.
Karen le introdujo la lengua en la boca con un deseo que ni siquiera sabía que sentía.
Y de pronto se vio con la espalda contra la pared y el cuerpo de Ash apretado contra el suyo. Tuvo que obligar mentalmente a sus piernas a que no se enredaran alrededor de la cintura del jeque. Ash deslizó las manos hasta hacerlas descansar en sus caderas, mientras que las de ella paseaban por el final de su espina dorsal y amenazaban con descender más para explorar su magnífico trasero.
La boca de Ash era dulce y firme al mismo tiempo. Con la lengua le hacía caricias de seda entre sus labios abiertos. Las yemas de sus dedos le acariciaban suavemente el trasero, la cintura, y luego trazó con los pulgares los contornos de sus senos en movimientos circulares y enloquecedores.
Cuando Ash se apretó contra ella, Karen fue consciente de que el jeque tenía un arma secreta escondida bajo la tela de sus pantalones. Si no detenía inmediatamente aquella locura tal vez experimentaría toda su potencia allí mismo, en aquel momento, sobre el suelo y sin ningún ceremonial. Sin el ceremonial nupcial.
Pero no fue Karen la que apartó la boca. Fue Ash. Sin embargo, mantuvo los brazos alrededor de su cintura.
–Creo que esto es mucho más efectivo que un apretón de manos –aseguró él antes de soltarla, dar un paso atrás y mirarla de arriba abajo.
Karen podía hacerse una idea del aspecto que tenía en aquel momento. Seguramente tendría los ojos vidriosos y los labios rojos sin el beneficio del lápiz de labios, porque dudaba mucho de que le quedara algo del que se había puesto. Varios mechones de cabello le caían por la cara, algunos incluso sobre los ojos. Y sin embargo no tenía ningún problema para ver a Ash allí de pie con las manos en los bolsillos y aquella sonrisa pícara dibujada en el rostro.
Karen se pasó la mano por el pelo, se estiró la camisa y recogió el bolso que había ido a parar no se sabía cómo al suelo.
–Tengo que irme. Gracias. Espero tener noticias tuyas.
Aquellas palabras sonaron