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Un beso atrevido - Las reglas del jeque. Эбби ГринЧитать онлайн книгу.

Un beso atrevido - Las reglas del jeque - Эбби Грин


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un misil.

      –Creo que no deberíamos vernos antes de la boda –contestó Karen, que no podía evitar sentirse como una marioneta.

      –¿Temes que no nos conformemos sólo con besarnos?

      –Voy a estar ocupada –aseguró ella, aunque Ash había dado justamente en el clavo.

      –Como quieras, Karen –dijo él asintiendo con la cabeza–. Yo también me mantendré ocupado hasta el día de la boda, aunque no tengo ninguna duda de que pensaré a menudo en ti. En nosotros.

      Karen sentía la necesidad de salir de allí a toda prisa. Buscó detrás de ella el picaporte de la puerta.

      –Llámame cuando tengas todo el papeleo solucionado –dijo por toda despedida.

      –Así lo haré.

      Karen salió por la puerta y la cerró tras de sí sin volver a mirar al jeque. Pero en el fondo de su alma sabía que durante los próximos días le dedicaría a él, a la boda y sus besos más de un pensamiento.

      –Puede besar a la novia.

      Todos los momentos de ansiedad por los que había pasado los últimos tres días, las noches sin dormir y las dudas habían desembocado en aquel momento. Aunque habían firmado un acuerdo prenupcial que recogía los términos de su matrimonio unas horas antes, Karen seguía cuestionándose si había hecho bien aceptando aquella proposición. Pero ya era demasiado tarde para echarse atrás.

      Karen apartó la vista de la jueza y miró al jeque Ashraf ibn-Saalem. Su marido. Cielo Santo.

      Había esperado en cierto modo encontrar en sus ojos una expresión que viniera a decir: «Ya te tengo». Pero en su lugar encontró un brillo de duda en sus ojos oscuros, como si viera sus propias preguntas reflejadas en su mirada, como si él también se estuviera preguntando si habían hecho lo correcto.

      Karen esperó con nerviosismo el momento de sellar el trato ante la mirada atenta de sus primos Daniel y Maria. Pero Ash sólo le rozó los labios con un beso inocente y le apretó la mano para tranquilizarla, la misma mano en la que lucía una alianza de oro decorada con piedras preciosas multicolores, incluidos varios diamantes. Ash le contó que había pertenecido a su madre, la reina de Zhamyr. Y ahora estaba en el dedo de Karen, una mujer que desde luego no había sido arrancada de los brazos de la realeza.

      Por otra parte, Ash no llevaba anillo. Karen había considerado la posibilidad de comprarle uno pero él había asegurado que no le importaba no llevarlo. Karen decidió no darle más vueltas. Los matrimonios de verdad requerían anillos, no así los constituidos con el único fin de procrear un hijo. De otro modo habría insistido en que Ash llevara algún tipo de alianza. Después de todo era su marido y querría que las mujeres supieran que estaba fuera de sus posibilidades. Pero aquel no era un verdadero matrimonio.

      –Bienvenido a la familia –dijo Daniel avanzando un paso y dándole a su amigo una palmadita en la espalda.

      –Estoy encantado de emparentar contigo –aseguró Ash estrechando la mano de Daniel.

      Maria le ofreció a Karen el ramo de rosas que el jeque había llevado para la boda. Hacía unos días que su prima la había puesto al día de sus intenciones de casarse con Ash para tener un hijo, y Maria había decidido apoyarla plenamente en su decisión.

      –Eres una novia preciosa –aseguró besándola en la mejilla.

      –Tú también lo serás algún día –respondió Karen agarrando las flores y mirando a su prima con simpatía.

      –Eso espero –susurró Maria mirando de reojo a Daniel y a Ash, que seguían conversando–. Tengo que marcharme.

      –Claro –dijo Karen girándose hacia su marido–. Voy a pasar un momento al tocador de señoras. Nos encontraremos en la salida.

      Así se aseguraría de que Ash no las seguiría a Maria y a ella.

      –Como tú desees, mi adorada esposa –contestó el jeque.

      «Esposa». Karen no estaba segura de que llegaría a acostumbrarse a ser su mujer. Pero lo era, aunque fuera temporalmente, y más le valía ir haciéndose a la idea. Y también al hecho de que aquella noche estarían juntos en todos los sentidos.

      Karen siguió a Maria por el pasillo y se estremeció al considerar la idea de hacer el amor con Ash. Y se estremeció porque la idea le gustaba.

      Por suerte el lavabo de señoras estaba vacío, lo que permitió que las dos primas disfrutaran de unos momentos a solas antes de que Maria partiera hacia Montana.

      –Cuídate mucho y deja de llorar –le ordenó Karen abrazándola–. Me vas a estropear mi vestido de novia.

      Era un sencillo modelo de satén que había comprado el día después de darle el sí al jeque, el día después de tomar la decisión de cambiar su vida y su futuro casándose con un hombre al que apenas conocía.

      –Cuídate tú también –le pidió Maria–. Y mantén el corazón abierto, Karen. Nunca se sabe lo que puede resultar de esta unión.

      –Espero que un bebé. Nada más.

      Karen intentaría tener la mente abierta. Pero, ¿y el corazón? Aquello le parecía más peligroso. Tan peligroso como el agradable pensamiento de pasar unas horas en los brazos de Ash.

      Su marido.

      Capítulo Cuatro

      –No me puedo creer que estés trabajando el día de tu boda, señorita.

      Karen miró de reojo desde detrás del mostrador a Mimi, la camarera pequeñita de pelo gris que tenía el mismo encanto que la atmósfera anticuada de la heladería.

      –Ha sido sólo una ceremonia civil. Nada del otro mundo, sólo un acto para oficializar la relación.

      Para Karen, todo el concepto de estar casada con Ash seguía sin parecerle oficial. Tal vez su impresión cambiara a partir de aquella noche, después de estar en la cama de Ash, entre sus brazos, haciendo el amor con él. Procreando, se recordó a sí misma. Haciendo un bebé, no haciendo el amor.

      –Deberías estar disfrutando de tu luna de miel –insistió Mimi cerrando la caja registradora con un certero golpe de cadera–. Una no se casa todos los días. Tendrías que estar con tu hombre, y no aquí trabajando.

      –No se puede decir que esté precisamente deslomándome –aseguró Karen tras echar un vistazo a la tienda vacía.

      –Podrías hacerlo si te fueras a casa con tu recién estrenado marido –contestó la camarera con un guiño–. Si es como los demás hombres, debe estar esperando ansiosamente la noche para cabalgar con su esposa.

      Ashraf Saalem no era como la mayoría de los hombres que Karen conocía, y eso ya era motivo suficiente para asustarla. Muchas veces no sabía lo que pensaba y tenía que reconocer que su aire misterioso la intrigaba. La idea del jeque esperando por ella en la suite del hotel, esperando para hacerle el amor, le aceleraba el pulso. Eso si Ash no le había retirado la palabra. No se había tomado muy bien que al final no hubiera arreglado las cosas para tomarse el día libre.

      Pero con Maria camino de Montana la tienda se quedaba en cuadro. Y Karen había prometido cuidar del negocio en ausencia de su prima.

      –Mimi, tú y yo sabemos que esta noche esto va a llenarse hasta la bandera.

      –Por eso he llamado a Verónica, la del pelo teñido de platino. Es un poco lenta, pero a los hombres les encanta.

      –Cierto, Verónica no es muy rápida. Por eso tengo que quedarme al menos un rato más. Te prometo que me marcharé a las ocho, cuando esto esté más tranquilo.

      Para entonces tal vez estuviera preparada para reunirse con Ash. Estaría menos nerviosa. Tras acabarse la taza de capuchino que tenía entre las manos tendría probablemente la dosis de cafeína suficiente


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