Una boda precipitada. Martha ShieldsЧитать онлайн книгу.
voy a llevar a casa porque tengo coche y usted no. ¿De acuerdo?
—¿Cree que va a protegerme del hombre del saco? Vivo sola desde hace casi siete años y nadie me ha raptado todavía.
Las puertas del ascensor se abrieron.
—No debe ir sola de noche por el centro de Denver. Por favor…
Ella lo miró con los ojos entornados, haciendo un visible esfuerzo por relajarse.
—De acuerdo. Lo siento. Parece que usted hace salir lo peor de mí… igual que mis hermanos —entró en el ascensor y se giró hacia la hilera de botones—. Nivel uno, ¿no?
Él asintió y entró en el ascensor. No hablaron durante el corto descenso. Cuando salieron, Jake le puso la mano en la espalda para guiarla hacia su coche, pero ella se apartó, dando un respingo.
—¿Este es su coche? —preguntó Claire mientras él le abría la puerta de un todoterreno verde oscuro.
—Sí. ¿Pasa algo?
—No, solo que pensaba que tendría una limusina, o un Mercedes, por lo menos.
—Pues no.
Jake cerró la puerta y dio la vuelta para sentarse al volante. Encendió el motor y salieron a las calles mojadas. La dirección de Claire fueron las únicas palabras que pronunciaron hasta que él detuvo el coche frente a un edificio de apartamentos.
—Ha estado muy callada.
—No quería distraerlo —dijo ella, buscando el cierre de la puerta del coche—. Gracias por traerme.
—La recogeré mañana a las siete y media.
Ella se quedó parada.
—Eso parece una cita.
—Tengo que asistir a una fiesta benéfica y debo ir acompañado. ¿Por qué no combinar el placer y los negocios?
—Por muchas razones.
—Dígame tres.
—Si tenemos una cita, usted pensará en mí como mujer.
—Es difícil no hacerlo —sonrió él—, teniendo en cuenta que es usted una mujer. ¿Segunda razón?
Ella frunció el ceño.
—Si piensa en mí como mujer, no me tomará en serio como contable.
—No es cierto. Ya ha visto que la he tomado en serio esta noche. Dos razones descartadas. Queda una.
Ella desvió la mirada.
—A mí… nunca se me han dado bien las citas. Alex, mi cuñada, dice que asusto a los hombres a propósito… Verá, si tenemos una cita, muy pronto yo no le gustaré, o usted no me gustará, y eso hará muy difícil que trabajemos juntos. Suponiendo que me contrate, claro.
—¿Lo hace? —preguntó él tranquilamente—. ¿Asusta a los hombres a propósito?
—Mire, no quisiera…
—Responda a la pregunta.
—Probablemente —suspiró ella—. Al menos, lo hacía en el instituto y en la universidad, porque allí solo había vaqueros con la cabeza llena de heno. Y, desde que vivo Denver, no he conocido a ningún hombre que me guste.
Jake apreció su sinceridad.
—Quedo advertido. Pero, le diré algo… Yo no me asusto fácilmente.
—No. No creo que lo haga —dijo ella, apartando la mirada. Volvió a buscar el cierre de la puerta, pero él la agarró del brazo.
—Una pregunta más. ¿Qué quería decir con eso de que necesita dinero o no podrá tener hijos?
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