Una historia popular del fútbol. Mickaël CorreiaЧитать онлайн книгу.
«Football: A survival guide», Colors, n.º 90, 2.º trimestre, 2014, p. 5.
79. Daniel Denis, «“Aux chiottes l’arbitre”. À l’heure du Mundial, ces footballeurs qui nous gouvernent», Politique Aujourd’hui, n.º 5, París, 1978, p. 12.
80. James Anthony Mangan, Athleticism in the Victorian and Edwardian public school. The emergence and consolidation of an educational ideology, Cambridge University Press, Cambridge, 1981, p. 57.
81. James Walvin, o. cit., p. 41.
82. Patrick Mignon, La passion du football, Odile Jacob, París, 1998.
83. Richard Holt, o. cit.
84. Sébastien Nadot, Le spectacle des joutes. Sport et courtoisie à la fin du Moyen Âge, Presses universitaires de Rennes, Rennes, 2012.
85. Johan Huizinga, Homo ludens. Essai sur la fonction sociale du jeu, Gallimard, París, 1972, p. 162.
86. Peter McInstosh, Fair-play: Ethics in sport and education, Heineman, Londres, 1979, p. 27.
87. Paul Dietschy, o. cit.
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El juego del pueblo
El fútbol como rasgo cultural de la working class
«Un deporte tiene tantas más probabilidades de ser adoptado por los miembros de una determinada clase social cuanto menos en contradicción se encuentre con la relación con el cuerpo en lo que esta tiene de más profundo y de más profundamente inconsciente, es decir, con el esquema corporal en tanto que es depositario de toda una visión del mundo social, de toda una filosofía de la persona y del cuerpo propio.»
Pierre Bourdieu, La distinción: criterios y bases sociales del gusto, 1979.
«¿Mi mejor gol? Fue un pase.»
Éric Cantona en Looking for Eric, de Ken Loach, 2009.
A mediados del siglo xix, la revolución industrial había urbanizado considerablemente Gran Bretaña y reconfigurado en profundidad la sociedad victoriana. Más de la mitad de los ingleses viven ya en las ciudades y, en 1867, la clase trabajadora representa cerca del 70 % de la población británica.88 Entre otros factores, la libertad sindical, reconocida en 1824, y la estructuración del movimiento obrero —la Asociación Internacional de los Trabajadores se fundó en Londres en 1864 y el Trades Union Congress vio la luz cuatro años más tarde— fomentaron la aparición del sindicalismo y la multiplicación de las trade unions, permitiendo la paulatina mejoría de las condiciones de trabajo en las fábricas, que todavía estaban cercanas a la esclavitud. Las primeras normativas se concentran sobre todo en la reducción del tiempo de trabajo de la working class: en 1850, el Factory Act limita el tiempo de trabajo semanal a sesenta horas, y con el Bank Holiday Act el Parlamento británico instaura los primeros días festivos nacionales en 1871. Pero las fábricas textiles de Mánchester y Lancashire se ven sacudidas por violentas luchas sindicales, mediante las que los trabajadores reclaman poder disponer de sus tardes de sábado. Cada vez más popular en el mundo obrero, la reivindicación de la «semana inglesa» —como se la denominará en el resto de países— se extiende progresivamente a otros sectores industriales. Con la instauración del descanso dominical obligatorio en 1845 y la limitación legal a seis horas y media de trabajo los sábados en todos los ramos de la industria en 1872,89 la mayor parte de los obreros ingleses empiezan a salir de las fábricas y las obras a las dos de la tarde.
Aunque en un principio había sido criticada por las élites industriales británicas, esta «semana inglesa» seduce rápidamente a los directores de las fábricas, que constatan que el reposo semanal permite a los obreros recuperar su fuerza de trabajo y ser más productivos a largo plazo. No obstante, el establishment considera necesario hacerse cargo de sus trabajadores para evitar que queden a la buena de Dios el sábado por la tarde y caigan en los «vicios» que los acechan, a saber, el alcoholismo, el juego y la ociosidad. Tomando ejemplo de las public schools, que inculcan a sus internos un espíritu de caridad para con los súbditos más pobres de la corona, la sociedad victoriana se ve embargada por cierta conciencia social, forjada de cristianismo, higienismo y paternalismo.90 Financiadas por la burguesía industrial, ven la luz numerosas asociaciones caritativas y filantrópicas —que tienen como precursor al Ejército de Salvación, fundado en 1865 en los barrios más míseros del este de Londres por el reverendo metodista William Booth—, promocionado los beneficios físicos y las virtudes morales del esférico entre las clases desheredadas. El hecho de que el fútbol se adapte perfectamente a las condiciones de vida urbanas de la clase trabajadora alienta todavía más esta práctica deportiva: es un juego que puede practicarse en cualquier momento y en cualquier terreno, tan solo requiere el uso de un simple balón y sus reglas son fáciles de asimilar.
El «primer puesto en el corazón del pueblo»
Como la iglesia era, junto con el pub, uno de los espacios de sociabilidad privilegiados donde cada domingo se daba cita la clase trabajadora, el clero empieza a considerar el fútbol como un instrumento idóneo para combatir la decadencia de toda una juventud obrera sumida en la depravación. En cuanto la «semana inglesa» se generaliza en las fábricas, los clergymen organizan equipos de fútbol locales que cada sábado por la tarde congregan a cada vez más trabajadores sobre el césped de la casa parroquial. En los años 1880, uno de cada cuatro clubes de fútbol de Liverpool y Birmingham había nacido en una parroquia.91 Y numerosos clubes que todavía hoy siguen brillando en el campeonato inglés son de origen eclesiástico. En 1874, la Birmingham Bible Class funda el club Aston Villa. El equipo de fútbol de la Christ Church Sunday School, creado por sacerdotes y profesores anglicanos, dará lugar a los Bolton Wanderers en 1877. Por su parte, el Everton Football Club de Liverpool fue fundado en 1878 por los feligreses de la iglesia metodista de Santo Domingo.
El paternalismo patronal se encuentra entonces en pleno apogeo, y los mandamases de la industria procuran tomar las riendas de los pasatiempos obreros. La práctica del fútbol es considerada por los dirigentes de las empresas como una herramienta a la vez capaz de mejorar la forma física de los obreros, de azuzar la competitividad entre los trabajadores y de distraer a la working class de cualquier posible veleidad contestataria. Es el caso, por ejemplo, de Arnold F. Hills, antiguo alumno de la public school de Harrow, y propietario por herencia paterna de uno de los principales astilleros de Londres, The Thames Ironworks and Shipbuilding Company. Enfrentado al filo de los años 1890 a importantes movimientos de huelga y a la consolidación del movimiento sindical dentro de su empresa, este reputado exfutbolista crea en 1895 el Thames Ironworks Football Club con el objetivo expreso de tender puentes entre obreros y dirigentes en la compañía. «Nuestro club debe reunir a los trabajadores de cualquier condición en el seno de una misma comunidad», explica él mismo.92 Aunque pronto el equipo recibe el apodo de «The Hammers», refiriéndose a los martillos de los forjadores del astillero, el comité de dirección del club está formado exclusivamente por gentlemen. En 1900 el club tomará el nombre de West Ham United, y se convertirá, pasado el tiempo, en uno de los equipos estrella del campeonato inglés. Bajo el patronazgo de los dirigentes industriales surgen otros muchos clubes obreros. La compañía ferroviaria Lancashire & Yorkshire Railway lanza en 1878 su propio equipo obrero de fútbol, que después pasará a manos de un rico productor de cerveza, John Henry Davies, quien lo salvará de la ruina económica y lo rebautizará como Manchester United en 1902. Por su parte, el equipo de fútbol del Royal Arsenal de Woolwich, en el sudeste de Londres, se funda en 1886 por iniciativa de los obreros de la industria armamentística. Bautizado como el Dial Square FC, por el nombre de