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Un compromiso en peligro. Lucy KingЧитать онлайн книгу.

Un compromiso en peligro - Lucy King


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Estaba claro que Kate necesitaba vigilancia. De hecho, Theo tendría que haberles echado un ojo a ella y a su hermana pequeña desde la muerte de su hermano mayor, Mike, nueve meses atrás. Discretamente, desde lejos. Asegurarse, en cualquier caso, de que estaban bien por la enorme deuda que tenía contraída con él. Mike había muerto por algo que Theo podría haber evitado, y además ellas no tenían a nadie más.

      Entonces, ¿por qué no había hecho nada? ¿Por qué no era siquiera consciente de que Kate estaba trabajando para él?

      Bueno, por lo que fuera, aquello se terminaba ahí. Estaba claro que Kate había perdido la cabeza. Y peor todavía, al inscribirse en aquella página en particular se había puesto en peligro, y eso resultaba inaceptable.

      –¿Qué acción quieres que tome? –preguntó Antonio atajando los pensamientos de Theo antes de que continuaran por el camino de la muerte de Mike y el recuerdo de sus turbulentos años adolescentes.

      –Cerrar ese sitio –dijo Theo girando la tableta en dirección a Antonio–. Cueste lo que cueste. Ciérralo.

      El jefe de seguridad asintió brevemente con la cabeza.

      –¿Y con la empleada en cuestión?

      –Yo me encargo de eso.

      En los cinco meses y medio que Kate llevaba trabajando para el grupo Knox, nunca la habían llamado a la última planta del edificio de Londres, y a ella le parecía bien. Su posición de contable no merecía aquel dudoso honor y, sinceramente, cuanto menos tuviera que relacionarse con el odioso Theo Knox, mejor.

      No se conocían bien, gracias a Dios. A lo mejor había sido amigo de su hermano, pero ella solo lo vio una vez. En el funeral de Mike nueve meses atrás. Y desde entonces no era que tuvieran precisamente una relación cordial. Después de todo, él era el hombre que le había dicho fríamente que no estaba interesado y le dio la espalda cuando ella cometió el tremendo error de pedirle apoyo. Lo único que Kate quería era una copa rápida después del funeral. Para hablar. Nada más. Todo los demás se habían marchado y ella se sentía destrozada y sola, así que solo quería prolongar la tarde hablando de su hermano con alguien que al parecer lo había conocido bien. Pero estaba claro que el poderoso y altivo Theo se había tomado su sugerencia como una invitación, y la había tratado con desdén antes de darse la vuelta sobre sus talones.

      Kate se quedó allí mirando como se marchaba sin saber si reír o llorar. ¿De verdad había pensado que estaba intentando ligar con él? ¿En el funeral de su hermano? No podía ser más absurdo. Su arrogancia resultaba increíble. Pero peor había sido cómo se sintió por su rechazo inesperado. No tendría que haberle importado lo que él pensara porque no significaba absolutamente nada para ella, pero su respuesta había pulverizado la poca autoestima que le quedaba.

      Así que si hubiera estado en posición de rechazar la oferta de trabajo de su empresa que llegó poco después, lo habría hecho. Pero tenía facturas que pagar y el sueldo que ofrecía era demasiado generoso para rechazarlo. Aunque por supuesto, no lo suficiente para cubrir la estratosférica suma de dinero que exigía la residencia de su hermana, ni la cada vez más alta suma de la deuda de su hermano, pero sí lo bastante para que Kate quisiera pasar el periodo de prueba. Y esa era la razón por la que, cuando recibió una llamada de la asistente de Theo requiriendo su presencia en la planta alta a las seis en punto de la tarde, la hora en la que tendría que estar marchándose a casa, Kate obedeció al instante.

      Cuando salió del ascensor y llegó al mostrador de recepción, le indicaron que se dirigiera a las puertas de madera. Aspiró con fuerza el aire, levantó la barbilla y llamó. No tuvo que esperar mucho hasta escuchar el ladrido de una voz masculina:

      –Adelante.

      Kate se preparó y entró. En cuanto cruzó por la puerta, su atención se centró al instante en el hombre que estaba al otro lado del enorme escritorio de roble, el hombre que la miraba con una intensidad que irradiaba autoridad y sugería un control absoluto de sí mismo.

      –Cierra la puerta.

      Kate obedeció y se acercó a él, la oficina se iba haciendo más calurosa y claustrofóbica a cada paso que daba. Y teniendo en cuenta el ultramoderno sistema de control de temperatura con el que contaba el edificio, resultaba extraño, por no decir un poco inquietante.

      Igual que la manera automática en la que hizo un inventario automático de su aspecto. En el funeral de Mike estaba demasiado afectada para fijarse en nadie. Pero ahora, tenía que reconocer a regañadientes que las revistas del corazón estaban en lo cierto. Con el cabello corto y negro, los ojos de obsidiana y las facciones cinceladas, era probablemente el hombre más guapo que había visto en su vida. Tenía unos hombros increíblemente anchos bajo la chaqueta del traje, a tono con lo alto que era. Y eso sabía que era así porque aunque ahora estaba sentado, había tenido un destello de memoria de haber tenido que mirar hacia arriba cuando le sugirió aquella tarde que fueran a tomar algo, algo poco habitual para ella, ya que medía un metro con ochenta y dos centímetros.

      Pero daba lo mismo que fuera guapísimo y que tuviera un envidiable control sobre sí mismo. Seguía siendo un ser humano profundamente desagradable.

      Kate se detuvo frente al escritorio e hizo un esfuerzo por mantener la calma, porque no serviría de nada hacerle saber la opinión que tenía de él ni lo vulnerable que se podría sentir si seguía recordando lo mal que la había hecho sentir.

      –¿Quería verme, señor Knox? –preguntó con frialdad.

      Algo brilló en la profundidad de los ojos de Theo durante un instante.

      –Sí –dijo señalando con la cabeza una de las dos modernas butacas que había al lado del escritorio–. Me puedes llamar Theo. Siéntate.

      Kate se sentó con mucha calma y ocupó un par de segundos estirándose la chaqueta y atusando la falda. Necesitaba tranquilizarse. Resultaba ridículo que le latiera el pulso con tanta fuerza.

      –¿Cómo estás?

      Kate se quedó un segundo paralizada y frunció el ceño. ¿Cómo? ¿Ahora quería ser cortés? Bien, ella también podía serlo. Podía olvidar cómo se habían conocido por el momento. En cualquier caso, seguramente él no lo recordaba.

      –Muy bien –afirmó con entusiasmo–. ¿Y tú?

      –También. ¿Café? ¿Té?

      –No, gracias. No quiero nada.

      –¿Y qué tal el trabajo?

      Ajá. ¿Cuál? Además de como contable, ahora trabajaba también en un bar cinco noches a la semana y paseaba perros sábado y domingo. El poco tiempo que le quedaba lo utilizaba para ir a ver a su hermana o llevando libros de contabilidad como freelance.

      –Extraordinariamente bien –afirmó con una sonrisa radiante–. Lo disfruto mucho.

      –Bien –Theo se inclinó hacia delante–. Bueno, Kate. Háblame de Los ángeles de Belle.

      Y así, sin más, toda su compostura desapareció, igual que la falsa sensación de seguridad de la que hasta ese momento disfrutaba. Se le borró la sonrisa y sintió un nudo en el estómago. ¿Qué sabía Theo Knox de Los ángeles de Belle? ¿Y cómo? Sin duda no sería usuario. No tendría ningún problema para conseguir una cita. Pero, ¿habría visitado el sitio web? ¿Habría visto su página? La idea de que Theo hubiera visto sus fotos la hacía sentir muy débil.

      –¿Qué pasa con eso? –preguntó Kate con cuidado, porque la expresión de Theo no revelaba absolutamente nada.

      –Estás ahí.

      Ah. Muy bien. Pillada.

      Kate no vio la necesidad de negarlo ni de inventarse ninguna excusa.

      –Así es –dijo recordándose que no tenía por qué disculparse y sentirse avergonzada.

      Y si había visto su página, ¿qué más daba? Las fotos eran buenas. Empoderadoras. O algo así. Al menos se le había ocurrido una solución a la traumática


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