Un compromiso en peligro. Lucy KingЧитать онлайн книгу.
inscrito el día anterior, y su perfil había generado muchísimo interés, especialmente la alusión a la virginidad, por lo que había recibido una oleada de correos, algunos de pura curiosidad, otros un poco raros y algunos directamente escalofriantes. Como no sabía qué hacer y quería detener la avalancha, había decidido cambiar los ajustes de la cuenta mientras encontraba una solución.
–Así es.
–Lo cual supone un incumplimiento de la política de la empresa.
Cuando escuchó aquello, Kate se quedó completamente paralizada y el corazón le dio un vuelco. Oh Dios. No había pensado en eso. Pero tendría que haberlo hecho.
–Ha sido un error –dijo mientras las terribles consecuencias le pasaban por la cabeza–. No volverá a ocurrir.
–Así es –respondió él con mirada inescrutable–. No volverá a ocurrir.
A Kate se le formó un nudo en la garganta y tragó saliva para pasarlo.
–¿Me estás despidiendo?
–No. Digo que no volverá a ocurrir porque he hecho que cierren el sitio.
¿Cómo? Aquello no iba bien.
–No puedes hacer eso –murmuró abatida al darse cuenta de que si aquello era verdad, Theo había estropeado su única posibilidad de conseguir mucho dinero fácilmente.
–Puedo y lo he hecho. No ha sido tan difícil.
No, seguramente no, teniendo en cuenta que era un hombre de mucho poder e influencia, pero…
–No tenías derecho. ¿Por qué lo has hecho?
Theo alzó las cejas, el único gesto expresivo que le había visto hacer desde que entró.
–Habías firmado para entrar a formar parte de una agencia de acompañantes, Kate.
Su tono sonó brutal y condenatorio, pero Kate se negó a dejarse intimidar. Para él era muy fácil, con miles de millones en el banco. Pero la gente normal como ella tenía que ser más creativa si no querían destrozar la felicidad y la seguridad de su vulnerable hermana pequeña, y además perder la casa que habían compartido con su adorado hermano.
–¿Y qué? –preguntó Kate resistiendo el impulso de alzar la barbilla. No quería mostrar desafío para que no reconsiderara su decisión de no despedirla–. Los ángeles de Belle ofrece distintos servicios de acompañamiento, y yo solo he firmado por el nivel uno.
Theo la miró como si fuera una extraterrestre.
–¿De verdad crees que alguien te iba a pagar mil libras por una hora de conversación?
–¿Por qué no? –afirmó ella–. Soy una conversadora de primera clase.
–No me cabe duda. Pero créeme, tus… clientes… esperarían mucho más que eso.
–Sí, bueno, está claro que tú tienes mucha más experiencia con ese tipo de sitios que yo.
En respuesta a su comentario, la expresión de Theo se ensombreció y la miró con dureza.
–He oído historias –afirmó–. Ninguna de ellas buena. ¿Tienes idea de lo peligroso que podría haber sido?
Kate abrió la boca para contestar y volvió a cerrarla, porque tal vez ahí tuviera razón. Lo cierto era que no estaba pensando con mucha claridad cuando se inscribió en aquel sitio la noche anterior. Acababa de llegar otra exorbitante factura que no podía pagar, y estaba viendo en televisión un reportaje sobre vídeos sexuales caseros. Y en medio de su desesperación, le vino la idea de que el sexo vendía. Y aunque no estaba tan desesperada por el momento como para actuar delante de una cámara, seguramente habría opciones menos extremas.
Le resultó increíblemente fácil encontrar el sitio apropiado y registrarse. Luego pensó en la ropa que había comprado a lo largo de los años porque le hacía sentirse femenina y provocador, aunque no se la pusiera, y tuvo la impresión de que las estrellas se habían alineado. Por supuesto que había considerado las posibles consecuencias del plan, no era completamente idiota. Pero estaba al borde del precipicio, y los pros pesaban más que los contras.
Pero ahora se daba cuenta de que tal vez había tenido suerte al escapar de aquella situación, aunque significara que su única esperanza se había desvanecido y ahora estaba como al principio.
–Esto no es asunto tuyo –aseguró. No estaba dispuesta a admitir que Theo pudiera tener razón.
–Eso no es estrictamente cierto.
No. Bueno. Estaba el asuntillo de la política de la empresa, pero de todas maneras no tenía derecho a meterse en sus asuntos de aquel modo. De ningún modo.
–No necesito que me rescaten, Theo –dijo con voz tranquila–. Tengo veintiséis años. Soy muy sensata y perfectamente capaz de tomar mis propias decisiones.
–No lo parece.
Oh, aquello era insufrible.
–¿Y a ti qué más te da?
Theo se la quedó mirando en silencio un instante. Para su consternación, Kate se dio cuenta de que ella no podía apartar la vista. Apenas podía respirar. De pronto quería levantarse, subirse al escritorio y apretarse contra él. Y luego quería… bueno, no estaba muy segura de lo que quería hacer porque tenía poca experiencia en aquellos asuntos, pero quería averiguarlo. Tanto que ardía.
Abatida por su reacción, Kate se movió en un intento de aliviar el nudo que tenía en el estómago, pero lo único que consiguió fue que se le subiera la falda por los muslos. En aquel momento, la oscura mirada de Theo fue a parar a sus piernas y se quedó allí unos instantes. Tal vez Kate volvió a moverse, tal vez dejó escapar un gemido audible. No lo sabía. Pero Theo volvió a alzar la vista de golpe con expresión una vez más fría e inescrutable.
–Supongo que necesitas el dinero –dijo bruscamente.
Por supuesto que necesitaba el dinero, pensó ella tirando de la falda hacia abajo con dedos temblorosos como si el recordatorio de su precaria situación financiera hubiera eliminado la sensación de vértigo y hubiera vuelto a centrar la atención.
–Así es.
–¿Cuánto?
–Cien mil, además de unas cinco mil al mes durante los próximos sesenta, tal vez setenta años.
Theo alzó las cejas.
–Eso es mucho dinero.
–Soy consciente de ello –afirmó Kate con frialdad.
–Es una preocupación. Para mí –aclaró Theo–. Eres contable en mi empresa. Estás a punto de finalizar tu periodo de prácticas, y en ese momento tendrás acceso a ciertos niveles de las cuentas de banco de la empresa. Hay riesgo de fraude.
Kate parpadeó sin dar crédito a lo que oía. ¿Estaba hablando en serio?
–¿Estás sugiriendo que podría cometer un delito para pagar mis deudas?
–Es una posibilidad.
–¡No lo es, porque no soy una delincuente! –afirmó Kate acaloradamente.
–¿Para qué necesitas el dinero?
Kate aspiró con fuerza el aire para calmar la sensación de ultraje que la atravesaba.
–Tengo una hermana pequeña –dijo–. Milly. Ella estaba en el accidente de coche que mató a mis padres hace diez años –tragó saliva para poder continuar–. Sobrevivió, pero sufrió daños cerebrales graves. No puede vivir sola. Necesita cuidados las veinticuatro horas. El seguro solo paga las prestaciones básicas, y eso no es suficiente.
Theo no dijo nada durante un largo instante. Luego frunció el ceño y después asintió con la cabeza, como si algo hubiera cobrado sentido en su mente.
–Tu hermano pagaba el resto.
Ah,