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Boda por amor. Trisha DavidЧитать онлайн книгу.

Boda por amor - Trisha David


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ojos castaños, iguales que los de su hijo.

      Miró de nuevo a Dominic y pensó extrañada que, mientras su padre estaba tirado inconsciente en la arena, ese niño estaba triste por su ordenador. No parecía preocupado por su padre. Algo no tenía sentido.

      Devlin abrió de nuevo los ojos. Estaba consciente, pero parecía como si abrir los ojos le costara un gran esfuerzo. Tenía un buen golpe en la cabeza.

      Y pudiera ser que también heridas internas.

      Pero no tenía que pensar en eso ahora. Sonrió pensando que no debía dejarle ver el pánico que sentía.

      –Está bien –le dijo–, ya no hay prisa. Vuelva a cerrar los ojos si quiere, Dominic está a salvo.

      –El avión…

      –El avión se está volviendo a toda velocidad un montón de cenizas. No se puede hacer nada para evitarlo.

      –Pero si no hubiera venido usted…

      –¿No es una suerte que lo haya hecho? Ernestine me indicó que había problemas, así que aquí estoy. Dele las gracias a Ernestine, no a mí.

      –¿Quién es Ernestine?

      –Una cabra. Y hablando de ello…

      El ruido de una piedras cayendo la hizo levantar la cabeza y sonreír.

      –Aquí llega la caballería –añadió.

      A unos tres metros por encima de ellos, en el borde de las rocas, estaban Ernestine y treinta de sus secuaces. Dev abrió mucho los ojos.

      –¿Eso es la caballería? –preguntó.

      –Sí. La comandante Ernestine y sus tropas, buscando por si hay algo comestible. Eh, no tiene que levantarse. Mis cabras no rematan a los heridos.

      Pero Dev lo estaba haciendo y, por la mirada que tenía, le estaba doliendo. Pero no lo iba a admitir.

      –Si yo soy el peor aquí, no hay heridos –dijo firmemente–. Si las cabras esperaban una cena asada, se sentirán decepcionadas, gracias a usted.

      Se dieron la mano entonces y él añadió:

      –Yo soy Devlin Macafferty y no te puedes imaginar lo mucho que me alegro de conocerte. Hace un cuarto de hora no creía que fuera a conocer a nadie más.

      –Es un sitio muy estúpido para aterrizar –dijo Maggie sonriendo–. En esta isla estamos un poco faltos de terreno para aterrizar.

      –Ya me di cuenta de eso, pero no tuve más opción cuando el avión cayó.

      –Supongo –dijo ella sin soltarle la mano–. Te has hecho daño en la cabeza, ¿pero te pasa algo más? Parece como si algo te doliera.

      –Sobreviviré –respondió él sonriendo de medio lado y apretándole más la mano–. Gracias a ti. ¿Puedo preguntarte quién eres?

      –Maggie Cray –le dijo ella.

      Retiró la mano y se la metió en el bolsillo de los vaqueros. Un movimiento defensivo y estúpido que no entendió muy bien.

      –Mi perra se llama Lucy y la jefa de las cabras es Ernestine. Las presentaciones individuales pueden esperar, pero todas estamos muy contentas de veros intactos, aunque nos hayáis estropeado la playa.

      Estaba hablando demasiado aprisa, pensó ella y se preguntó por qué. Apartó la mirada de él para que esa sonrisa no siguiera provocándole cosas raras.

      –Has destruido un montón de nuestro kelp.

      –¿Perdón?

      –Recolectamos kelp, algas, y ahora están todas llenas de humo de gasolina y cenizas, así que ya no sirven.

      –¿Para qué las usáis?

      Maggie sonrió. Parecía como si él se creyera que se las comía.

      –Para antiguos rituales de brujería –dijo sin poder resistirlo–. Ya sabes, encantamientos con gatos muertos, incienso, lunas llenas y una o dos calaveras.

      Se rió ante la cara de estupor de él y añadió:

      –La verdad es que las secamos para exportarlas a Escocia, donde una gran empresa química las transforma en medicamentos. Yo sólo me quedo con unas pocas para los rituales, cosas como transformar a la gente en ranas y demás.

      Entonces se volvió hacia Dominic, que seguía mirando fijamente al fuego.

      –Creo que, si estás en disposición de andar, ya es hora de que os lleve a casa –le dijo a Dev–. ¿Puedes?

      Dev asintió. Se acercó a donde estaba su hijo y Maggie se dio cuenta al verlo andar de que se había herido una pierna.

      –¿Dom?

      No hubo respuesta.

      –Dominic, ahora te vamos a llevar a la casa de Maggie –dijo Dev suavemente–. Esta es Maggie y nos va a ayudar.

      –Mi ordenador se ha quemado.

      –Te compraré otro.

      –Era mi ordenador –exclamó el niño lleno de furia–. ¡El mío! ¡Lo gané en un concurso y era mío!

      –Lo entiendo.

      Dev le puso una mano en el hombro, pero el niño la apartó.

      –Déjame en paz. Has quemado mi ordenador.

      –Dominic, vámonos a la casa.

      –No. Déjame en paz.

      –Tenemos que ir, Dom…

      Maggie contuvo la respiración y miró a los dos. Ambos parecían muy rígidos.

      Estaba claro que Dev estaba muy dolorido y no parecía tener ni idea de cómo tratar a su hijo.

      Bueno, tal vez ella pudiera ayudar. Sabía cómo tratar a niños en estado de shock y tenía una gran herramienta a mano. Chasqueó los dedos para llamar a Lucy y luego se llevó a la collie hasta donde estaba el niño.

      –Dominic, yo soy Maggie –dijo–. Y esta es mi mejor amiga, Lucy. Lucy, dale la mano.

      Como respuesta, Lucy miró a Dominic con una pregunta en sus inteligentes ojos.

      –Lucy, dale la mano –insistió ella.

      La perra echó la cabeza a un lado, miró de arriba abajo al niño, se sentó en el suelo y levantó una pata.

      La mayoría de los niños no se resistiría a eso. La misma Maggie nunca había podido, a pesar de que Lucy le daba la pata unas cincuenta veces al día, pero Dominic lo intentó y se quedó rígido durante todo un minuto, inmóvil, con su padre al lado.

      El niño miró a la perra y luego trató de apartar la mirada, pero Lucy no lo iba a dejar así como así. Se quedó muy quieta, como estaba, delante de él y mirándolo fijamente a los ojos, meneando la cola.

      Dev miró a Maggie, que agitó la cabeza y le indicó con la mirada que no se metiera. El hombre fue lo suficientemente inteligente como para no hacerlo.

      Por fin, Dominic no lo pudo resistir más y le dio la mano a la perra. Lucy agitó más aún la cola y luego hizo lo que Maggie había sabido que iba a hacer. Se puso de pie sobre las patas traseras, las delanteras en los hombros del niño y le lamió la cara de la barbilla a la frente.

      Dominic se estremeció, rodeó a la perra con los brazos y se puso a llorar.

      Por fin se encaminaron hacia la casa formando una extraña procesión. Maggie le servía de apoyo a Dev con un hombro, la otra mano se la daba a Dominic, que sujetaba con la suya a Lucy, e iban todos seguidos por una treintena de cabras.

      Para cuando llegaron a la casa, Dev estaba pálido de dolor y se tumbó en la cama del dormitorio de invitados como si no se fuera a volver a levantar.

      Maggie se alegró mucho


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