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Boda por amor. Trisha DavidЧитать онлайн книгу.

Boda por amor - Trisha David


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puntos o treinta cabras. ¿Qué prefieres?

      –No necesito veinte puntos.

      –Dieciocho entonces. De verdad, hay que hacerlo y yo soy más que capaz. Si lo dejamos así, terminarás con una cicatriz de una pulgada de ancho. Debería haberlo hecho antes, pero habías dejado de sangrar y estaba preocupada por Dominic. Y tampoco quería hacer nada hasta estar convencida de que no te estabas muriendo de una hemorragia interna.

      –¿Y no lo estoy haciendo?

      Maggie sonrió.

      –¿A ti qué te parece? Todavía me gustaría que te hicieran una radiografía, pero tus constantes vitales están bien. Te las he estado controlando cada cuarto de hora.

      –¿Sí? ¿Qué constantes has estado controlándome?

      –Bueno, si respirabas o no. Eso siempre es un buen comienzo. Pero tu tensión arterial también estaba bien…

      –¿Me has mirado la tensión arterial?

      –Sí. Te gustará saber que pareces estar tan fuerte como un caballo. Así que hice lo que querías y les dije a los chicos del helicóptero que no se molestaran en venir. Me lo agradecieron mucho porque tienen mucho trabajo con los accidentes de carretera. Al parecer, con eso de la huelga de pilotos, todos los locos del país están tratando de matarse con formas alternativas de volver a casa.

      –¿Es eso lo que crees que soy yo? ¿Un loco?

      –No tengo ni idea de lo que eres –dijo ella mientras preparaba la anestesia local.

      –¿De verdad estás cualificada para hacer eso? –le preguntó él nerviosamente al ver la aguja.

      –Soy muy buena costurera. Has sido tú quien ha admirado mi falda. Y ahora, yo no tengo ni idea de quién eres tú, ni tú de quien soy yo, pero tal vez tengamos que confiar un poco el uno en el otro. Así que relájate y déjame trabajar.

      Él le hizo caso por fin y, cuando se tumbó de nuevo sobre la almohada, ella le preguntó:

      –¿Puedo empezar ya?

      –Sí.

      –¿Confías en mí?

      –No tengo más remedio.

      –No –admitió ella alegremente–. Yo tengo el monopolio médico en esta isla. Puedo cobrar lo que quiera. ¿No te parece que está muy bien?

      Cuando por fin terminó, Maggie respiró profundamente. La verdad era que, aunque había asistido a cientos de suturas, eran siempre los médicos quienes las hacían, pero no le iba a decir eso a Dev, para que se pusiera más nervioso todavía.

      –Gracias, Maggie –le dijo él y se dio cuenta entonces de que ella había estado más nerviosa que él.

      –De nada.

      –Te lo agradezco.

      –Espera hasta que te veas la cicatriz. Puede que no te haya hecho un zurcido muy limpio.

      –Entonces te recordaré siempre que me mire a un espejo.

      Maggie se ruborizó.

      –No lo hagas. Necesitabas un cirujano.

      Se pasó levemente los dedos por la herida aún anestesiada. Incluso él podía decir que estaba bien cosida, teniendo en cuenta que ella lo había hecho a la luz de las velas.

      –Está bien. Dudo mucho que un cirujano, con anestesistas y en un quirófano, lo hubiera podido hacer mejor. ¿Es que no tienes electricidad aquí?

      –Está un poco lejos para traer un cable desde tierra firme. Tenemos un generador, pero sin luces. La gasolina es demasiado valiosa para lujos como tener luz. Lo usamos sólo para los frigoríficos.

      –¿Así que nos podemos tomar una cerveza fresca? –preguntó él.

      –Sólo leche fresca –dijo ella sonriendo–. Lo siento, la cerveza no está en la lista de lo que se puede conseguir en esta isla. Puedo ofrecerte un whisky, pero incluso eso ha de esperar a mañana. No puedes tomar alcohol esta noche.

      –No, señora.

      –Te puedo ofrecer una taza de té.

      Dev movió la cabeza, se estaba mareando y todavía tenía dolores. En parte, estaba reaccionando ante Maggie como lo estaba haciendo a causa del golpe, pensó. Le señaló el vaso de agua de la mesilla de noche.

      –Con eso basta –le dijo–. No necesito más. Si no te importa…

      –Te gustaría dormir –dijo Maggie ofreciéndole unas pastillas–. Tómatelas. Son analgésicos y te vendrán bien tanto para la pierna como para la cabeza.

      –¿La pierna?

      Casi se había olvidado de que le dolía la pierna.

      –Tienes un gran rasponazo en la parte superior del muslo. ¿No lo recuerdas? Te quité los pantalones cuando te tumbé en la cama para echarle un vistazo.

      –¡No me digas!

      Maggie sonrió.

      –Me dijiste que me fuera y que te dejara morir en paz, pero no podía hacerlo hasta estar convencida de que eso no iba a pasar. Así que llamé a Melbourne para decirles que estabais bien y luego volví para echarte un vistazo. Ya estabas casi dormido, así que no protestaste cuando te desnudé.

      Dev se quedó boquiabierto. No se había dado cuenta hasta entonces, pero metió las manos bajo las sábanas y se encontró las piernas desnudas, el pecho desnudo…

      Todavía tenía los calzoncillos y lo agradeció.

      –Soy enfermera –le dijo Maggie sonriendo–. Desnudar a pacientes semiinconscientes es una de mis habilidades y, si te tranquiliza, estaban presentes Dominic y Lucy. Dominic se quedó muy impresionado con tu herida.

      –Seguro.

      Por lo que parecía, él iba a ser la última persona en ver su herida. Sintió la necesidad impulsiva de levantar las sábanas y echarle un vistazo, pero se controló. Miró de nuevo a Maggie y vio que seguía sonriendo. Estaba claro que se había imaginado lo que estaba pensando.

      –Vamos, échale un vistazo.

      –De eso nada.

      Él era tímido, por Dios. No tenía la menor intención de aparecer semidesnudo delante de esa mujer…. ¡que lo había desnudado!

      Maggie se rio al ver su cara y él se sintió más incómodo aún.

      –Te dejaré la vela encendida cuando me vaya –le dijo–. Mira lo que quieras entonces, pero no te preocupes. Por cómo andabas al venir aquí, temí que te hubieras roto o dislocado algo, así que tuve que echarle un vistazo pero, aunque tiene un aspecto desagradable, el hematoma desaparecerá por sí mismo. Dale tiempo.

      –Yo…

      Maldición, estaba completamente desconcertado.

      –No te preocupes, sólo duerme.

      Ella se inclinó y lo arropó hasta la barbilla.

      –Sólo duerme, Dev –añadió ella–. De momento estás a salvo. Mañana será otro día. Por ahora, duerme.

      Y le sonrió, luego se llevó la vela de nuevo hasta el alféizar de la ventana y salió de la habitación.

      Dev se despertó con el ruido del mar. No le dolía nada.

      Nada absolutamente.

      Se quedó completamente quieto un momento, para disfrutar de la falta de dolor. Abrió los ojos esperando que el dolor empezara de nuevo, pero no pasó nada.

      Menos mal.

      Quiso echarle un vistazo a la pierna, y eso sí fue un error. El dolor no había desaparecido por completo. Pero si se quedaba muy quieto…

      Maggie debía


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