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Boda por amor. Trisha DavidЧитать онлайн книгу.

Boda por amor - Trisha David


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de nuevo y echó un vistazo a lo que lo rodeaba mientras esperaba a que las pastillas hicieran efecto.

      Era una casa sorprendente, pero apenas se había dado cuenta de ello la noche anterior. Parecía antigua, con las ventanas viejas y sin cortinas. En las paredes había algunas grietas. Estaba escasamente amueblada, pero el sol entraba por los limpios cristales de la ventana, la colcha blanca de la cama de hierro estaba extremadamente limpia y el antiguo suelo de madera mostraba la rica pátina del tiempo.

      Aquello era tan espartano que bien podía estar en un monasterio.

      Había un bastón apoyado contra la cabecera de la cama. Supuso que era cortesía de Maggie. ¿Qué más era capaz de proporcionar esa mujer? ¿Un equipo de médico? ¿Muletas? ¿Pico y pala para cavar tumbas?

      Sonrió y luego miró con cuidado el bastón. Tal vez lo intentara al cabo de unos minutos, cuando las pastillas hubieran hecho su efecto. Había ropa en el pie de la cama. Unos pantalones anchos de pescador y un jersey. ¡Cielo Santo! La organización de esa chica era sorprendente, pero él no estaba seguro de querer ir a ninguna parte.

      No se oía nada, aparte del mar y, al cabo de un rato, lo encontró enervante. Tenía que surgir algún ruido de alguna parte.

      Tenía que ir al cuarto de baño.

      Ella no había pensado en eso, se dijo, y sonrió de nuevo. Si lo hubiera pensando, no se le habría pasado dejarle un orinal en la habitación.

      Pero por suerte, le había ahorrado esa indignidad.

      Los minutos pasaron y, por fin, se le calmó el dolor de la pierna. La movió para probar y no pasó nada. Por la ropa y el bastón, era evidente que Maggie creía que se podía levantar. No podía decepcionarla.

      Maggie.

      La verdad era que, si lo pensaba bien, esa mujer le había causado un impacto evidente.

      Hacía mucho tiempo que ninguna mujer le impresionaba así.

      ¿Mucho tiempo? Esa reacción no había sido sólo física, pensó al recordar el aspecto de Maggie a la luz de la vela la noche anterior. Su contacto… su olor.

      La verdad era que no podía recordar haber sentido algo así por ninguna otra mujer. Lo que era curioso, porque a él le gustaban las mujeres bien arregladas.

      El aspecto de Maggie estaba muy bien para una isla y estaba muy bien para agradar a un enfermo, pero en la vida real…

      En la vida real, Maggie estaba claramente esperando que se levantara de la cama y un hombre tiene su orgullo, así que se decidió a hacerlo.

      Le costó, pero al cabo de diez minutos estaba decente. Una vez salió de la habitación, la organización de Maggie se hizo evidente de nuevo, ya que una nota clavada en la pared de enfrente le indicaba dónde estaba ella, y que la cocina estaba a la derecha y el baño a la izquierda.

      Pasó unos minutos muy malos en el cuarto de baño, mirándose al espejo y tratando de imaginarse cómo quedaría cuando se le bajara la hinchazón y si quería lavarse con el agua helada que salía del grifo. No había manera de poder afeitarse.

      Por fin, salió de allí y, apoyándose en el bastón, se dirigió a la cocina.

      Allí había esperado encontrarse a Maggie o a Dominic o, por lo menos, a Lucy, pero lo que se encontró fue a algo muy parecido a un gnomo viejo.

      El anciano estaba sentado en un sillón al lado de la estufa de madera. Parecía tener unos cien años, pensó Dev. Pero los ojos con que lo miró estaban llenos de vida. Brillaban con la misma luz verde que había visto en los de Maggie.

      –Bueno, bueno…

      El gnomo no se levantó, pero lo recorrió de arriba abajo con la mirada.

      –Así que estos son los restos que ha recogido Maggie. Yo soy Joseph Cray, el abuelo de Maggie. Usted debe de ser Devlin Macafferty, el padre del joven Dominic. El jersey y los pantalones que lleva son míos. Es una suerte que le vengan bien. Bienvenido a la tierra de los vivos, señor.

      Le extendió una mano huesuda y Devlin se acercó para estrechársela.

      –Gracias –dijo Devlin.

      La mano era más fuerte de lo que se hubiera imaginado en alguien tan viejo. Firme y segura. Tal vez no fuera tan viejo como había pensado.

      –Y gracias también por la ropa. ¿Ha dicho que soy los restos que ha recogido Maggie?

      –Ha habido una mar muy dura los últimos días. Grandes vientos. Ayer Maggie dijo que, tan pronto como terminara con las algas iba a ver si recogía los restos que dejara el mar en la orilla. Y en vez de traer a casa un tronco de árbol o dos, lo trajo a usted.

      –Lamento haberlo decepcionado.

      Dev se sentó en otra silla al lado de la estufa.

      –Qué se le va a hacer. Sólo usamos esos troncos como leña y Maggie me dijo que usted estuvo a punto de quemarse. Y que se había hecho un par de heridas. ¿Le duelen?

      –No.

      –Mentiroso –dijo el anciano animadamente–. Pero es joven y sobrevivirá. El pequeño tuvo más suerte.

      –¿Dónde está Dominic? –preguntó Dev sin poder disimular la angustia.

      –Me parece que a Maggie le ha costado lograr que se pusiera uno de sus chándales, pero cuando el pequeño vio que no era rosa, se lo puso. Supongo que andará por alguna parte de la isla con Lucy. Yo no me preocuparía. Un niño de su edad no se puede meter en muchos problemas en un sitio como este. Además, parece bastante inteligente y se ha ido con la perra. Lucy lo cuidará. ¿Tiene perro su hijo?

      –No.

      ¿Un perro? No, no creía…

      –No parece muy seguro.

      –Ha estado viviendo con su madre.

      –Ya veo, uno de esos hogares rotos –dijo Joseph–. ¿Y qué pasa? ¿Que su madre no lo quiere? Esa es la impresión que da. Parece como si Lucy fuera la cosa más fiable que hubiera visto desde hace tiempo. ¿Tiene hambre?

      Dev parpadeó. Se notaba la ira en la mirada del anciano, pero no le estaba dando ninguna oportunidad de defenderse. Y… ¿tenía hambre?

      Se dio cuenta de que se moría de hambre. El día anterior le había comprado una hamburguesa a Dominic en el aeropuerto, pero él no había comido nada. Llevaba veinticuatro horas sin comer nada.

      –Eso pensaba –dijo Joseph y Dev frunció el ceño.

      Ese anciano parecía estar leyéndole el pensamiento.

      –Lo siento, pero va a tener que servirse usted mismo –añadió el anciano–. Ya sé que está herido, pero mis piernas no funcionan muy bien.

      –¿Es este su bastón, señor?

      –Llámame Joe –gruñó Joseph–. Todo el mundo lo hace. Joseph es para las presentaciones, bodas y funerales, pero últimamente no hay muchas bodas y todavía no estoy pensando en mi funeral. Y sí, es mi bastón, pero ahora no me sirve de mucho. Sufrí un ataque. Maggie dice que puede que vuelva a caminar, pero yo no estoy tan seguro. Dentro de nada empezará con eso de la recuperación y a darme órdenes, pero mientras tanto… Las sartenes están sobre la cocina, el beicon en la mesa, hay un par de huevos y pan en la alacena. Maggie me dijo que te dolerá, pero que lo podrás hacer si tienes bastante hambre.

      Y la tenía. Dev se puso en pie de nuevo y empezó a cocinar moviéndose lo menos posible y apretando los dientes. Pero cuando se vio delante de un plato con huevos fritos, beicon y pan frito, su pierna había mejorado mucho. Se podía mover más libremente y con menos dolor.

      De todos modos, cuando se sentó, se sintió aliviado.

      Nada más hacerlo, Maggie entró por la puerta, se detuvo en seco y lo miró fijamente. Lo mismo que hizo él.

      Ella


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