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Entre el amor y la lealtad. Candace CampЧитать онлайн книгу.

Entre el amor y la lealtad - Candace Camp


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      —No, por supuesto tienes razón —el profesor suspiró—. No podemos llevárnoslo, aunque ella no se lo merezca. Es que… no soporto pensar que está ahí mismo y que no podemos tenerlo.

      —¿Por qué no le escribe a esa duquesa? —sugirió Desmond—. Seguramente solo contempla al señor Wallace como a otro adinerado caballero. Pero usted es un hombre de ciencia. Quiere estudiar el Ojo. Para usted lo importante es descubrir sus misterios, no poseerlo. Ella estará más dispuesta a prestar el Ojo a un hombre de ciencia para un noble propósito que a vendérselo a otro coleccionista. O puede que le permita estudiarlo en su casa, si no quiere alejarlo de ella.

      —Pues… puede que tengas razón. Sobre todo si piensa que puede recibir alguna alabanza por ello.

      —Ese es el principal motivo por el que la mayoría de los caballeros acceden a financiar un proyecto —afirmó Carson.

      —Sí. Y yo sé cómo adularlos. El Señor sabe cuántas veces he tenido que hacerlo —Gordon se acercó a su escritorio en una esquina de la sala. Todos se situaron en sus respectivos puestos, aunque el continuo murmullo entre los compañeros de mesa sugería que no estaban muy concentrados en su tarea.

      Desmond se sentó en su habitual puesto de trabajo junto a Carson y sacó del bolsillo el cuaderno de Thisbe, colocándolo junto al suyo. La escritura, al igual que ella, era pulcra y fresca. Pasó las páginas hasta llegar a la conferencia de ese día, resistiéndose a la tentación de echar un vistazo a lo demás que había escrito. Por supuesto no se lo habría prestado si contuviese algo que no quisiera que él viera.

      —¿Has perdido también el abrigo? —preguntó Carson volviéndose hacia él. Siempre encontraba divertidos los olvidos de Desmond.

      —No. Salí a toda prisa y me lo dejé. Llegaba tarde a una conferencia.

      —No puedo por menos que admirar tus despistes —Carson rio por lo bajo y sacudió la cabeza—. Siento decir que yo no suelo olvidarme de mi propia comodidad —hizo una pausa—. ¿Mereció la pena?

      —¿Qué? —Desmond levantó la vista de golpe antes de darse cuenta de que su amigo se refería a la conferencia, no a Thisbe. No existía ninguna posibilidad de que supiera lo de Thisbe. Y, comprendió, no sentía ningún deseo de hablarle de ella. Carson sería su amigo, pero Thisbe era algo que iba a guardarse para sí mismo, demasiado preciada para compartirlo con nadie—. Desde luego que sí. Fue muy interesante —a pesar de que no recordaba ni la mitad—. Seguramente asistiré a la siguiente.

      Carson devolvió la atención a su experimento, y Desmond empezó a copiar las notas. Sin embargo, después de un rato, se detuvo y se volvió hacia su compañero.

      —No lo decías en serio, ¿verdad? Lo de robar el Ojo…

      —Solo a medias —Carson rio—. No creo que sea capaz de llegar tan lejos, pero el Ojo no debería estar en posesión de una vieja dama que no sabe nada de Anne Ballew —miró fijamente a Desmond—. Sigues siendo escéptico sobre todo este asunto, ¿verdad?

      —Todo se basa en la certeza de las suposiciones del señor Wallace de que el «instrumento diabólico» era realmente el Ojo y que su actual heredera aún lo tiene en su poder. Nadie lo ha visto nunca, mucho menos usado nunca. Ni siquiera sabemos qué aspecto tiene. De qué se trata.

      —Eso es lo mejor. Tenemos mucho que explorar. ¿No te parece interesante?

      —Por supuesto que sí. Me encantaría saber si esa mujer había descubierto el secreto para ver a los espíritus. Me encantaría ver cómo funciona, cómo hacer una copia. Pero… —Desmond se encogió de hombros—. No existe ningún dibujo, ninguna descripción, ninguna explicación. Solo historias. Leyendas. «La gran bruja Annie Blue». Mi tía me contaba todas las historias de Anne Ballew y sus poderes mágicos. Que era una bruja, que veía a los muertos y hablaba con ellos.

      Desmond rememoró los viejos cuentos de su tía.

      —También me contó que, si ves a una liebre correr por una calle, una casa de esa calle se quemará. Estoy dispuesto a creer que a nuestro alrededor existe un mundo espiritual que no podemos ver. Pero no creo en la magia. No hay ninguna prueba sobre el Ojo. Relatos populares fantásticos no constituyen la base de la ciencia.

      —Ya, pero sí recibirían la aclamación popular si resultaran ser ciertos.

      En ocasiones, el cinismo de Carson irritaba a Desmond.

      —En tu opinión —alzó la voz con cierto tono de indignación, pero, tras mirar a su mentor, la bajó ligeramente—. ¿Crees que el profesor Gordon lo hace por la aclamación popular?

      —Únicamente por eso no. Él quiere saber realmente, quiere ver a los espíritus. Pero seguro que no le importaría arrojárselo a la cara a todos los que le han denostado.

      —Han sido muy injustos con él —concedió Desmond—. Posee la misma inteligencia, la misma mente científica, la misma dedicación de siempre.

      —No debería haberlo anunciado a los cuatro vientos —Carson se encogió de hombros—. Afirmó que podía demostrar la existencia de los espíritus entre nosotros, cuando lo único que tenía eran algunas fotografías dudosas. Tú te sientes demasiado unido a él, tu adoración por él anula tu visión.

      —Le debo mucho. Aceptó la palabra de un vicario de pueblo de que yo era capaz de realizar este trabajo, que me merecía una oportunidad. Pero ha ido mucho más lejos de lo que se esperaría de su amistad con el vicario. Me ayudó a ingresar en la universidad. Me tuteló a pesar de mi falta de financiación. Incluso me recomendó para trabajar en la óptica.

      —Lo sé. Y le has recompensado al aplicar tu interés por la espectrometría al campo en el que el profesor Gordon necesita ayuda. Opino que la astronomía sería una elección más pragmática que la exploración del mundo de los espíritus.

      —La espectrometría es de utilidad en múltiples campos. Lo que yo descubra aquí puede ser aplicado a la astronomía o a la química, o la física.

      —Sí, pero no eres un auténtico creyente —señaló Carson—. Desdeñas los relatos sobrenaturales.

      —¿Y tú no? —preguntó Desmond.

      —Yo creo que existen importantes semillas de verdad que pueden encontrarse en relatos transmitidos de generación en generación.

      —¿Monstruos y duendes?

      —No, eso no —Carson hizo una mueca—. Pero sí espíritus que vagan después de que su tiempo ya haya pasado. ¿Son todos los relatos inventados? ¿No están basados en algo? Ese escalofrío que sientes sin más, esa zona helada en el pasillo, esa cortina que se mueve sin intervención de ninguna brisa…

      Desmond recordó ese momento en el que despertó sobresaltado y se encontró a su hermana muerta, Sally, de pie junto a su cama, sonriéndole de esa manera tan suya. El involuntario escalofrío que recorrió su espalda cuando la tía Tildy le habló de la maldición de Desmond.

      —Sé que es posible ver cosas, sentir cosas, que parecen imposibles. De eso me puedes convencer. Pero los relatos no bastan —hizo una pausa—. ¿Y tú qué? Casi siempre te muestras muy cínico. ¿Crees en esas cosas?

      —Creo en Anne Ballew. Sé que existió. Sé que la gente le tenía miedo, que la reverenciaba. Sé que estaba muy adelantada a su tiempo. Creo que creó el Ojo.

      —¿Y crees que lo utilizaba para ver a los muertos?

      —Bueno, eso… —Carson hizo una mueca y sus ojos brillaron—. Eso es lo que tendremos que averiguar, ¿no?

      Las palabras de Carson eran inocentes, pero permanecieron suspendidas en el aire, y Desmond no pudo negar el frío que rozó su espalda, como un gélido aliento.

      Capítulo 3

      Thisbe entró flotando en su casa, rebosante de necesidad de hablar


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