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Entre el amor y la lealtad. Candace CampЧитать онлайн книгу.

Entre el amor y la lealtad - Candace Camp


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Con y Alex. Un pesado golpe proveniente de la parte trasera de la casa, seguido de la voz de su mellizo que soltaba una sarta de juramentos.

      Normalmente era a Theo a quien acudía, pero en esa ocasión no era a él al que necesitaba, sobre todo dado su aparente estado de mal humor. Tampoco a su padre, que supervisaba a dos sirvientes que abrían una enorme caja de madera en un extremo de la larga galería. La habitual respuesta de papá, fuera cual fuera la pregunta, solía ser un tranquilizador «sí querida, eso está muy bien», tras lo cual la invitaría a que admirara su nuevo jarrón minoico, o estatua, o lo que fuera que acabara de recibir.

      No. La conversación que necesitaba mantener requería de su hermana. Thisbe empezó a subir las escaleras, pero justo en ese momento alguien tocó una nota en el piano, a la que siguió una divertida melodía acompañada de risas femeninas. Thisbe se dio media vuelta y se dirigió hacia la salita de música.

      Kyria estaba al piano, sus dedos volando mientras la cabeza seguía el compás, las palabras que cantaba ininteligibles por culpa de sus risas. Tenía el rostro arrebolado, y unos mechones de sus cabellos rojizos, sueltos por culpa del entusiasmo con el que tocaba el piano, caían de sus cabellos recogidos. Estaba, por supuesto, hermosa. A unos metros de Kyria, Olivia se sentaba de lado en un sillón, las piernas colgando de un brazo y la espalda apoyada contra el otro, un libro abierto descansaba sobre su pecho, mientras agitaba exageradamente los brazos al ritmo de la música y aullaba con acento alemán:

      —Nein, nein, fräulein Moreland. ¡El ritmo! ¡El ritmo! Ach, mein Gott!

      —Me parece que has vuelto a molestar a tu profesor de música —observó Thisbe, alzando la voz por encima de la música.

      —¡Thisbe! —exclamó Olivia mientras se levantaba de un salto del sillón, las trenzas marrones balanceándose en el aire—. ¡Ha sido herr Schmidt quien me ha molestado a mí! «Fräulein, debe ponerle sentimiento a su música. ¡Es arte! ¡Es pasión!».

      —Le estaba enseñando cómo se hacía —Kyria se giró en la banqueta hasta quedar de frente a sus hermanas.

      —Pues a mí me ha sonado más a un cabaret que a Mozart —Thisbe rio.

      —Y eso era —Kyria sonrió—. Reed me la enseñó. Le dije a Livvy que se la toque a herr Schmidt la próxima vez.

      —Por favor, no lo hagas. Ese pobre hombre sin duda sufrirá una apoplejía —contestó Thisbe.

      —Sí, a él solo le gusta Beethoven —Olivia se dejó caer junto a Kyria sobre la banqueta. Aunque solo se llevaban dos años, parecían más. Kyria había celebrado su puesta de largo ese año, y llevaba un vestido blanco con volantes, a la última moda, los cabellos recogidos en un complicado peinado y pendientes de perlas colgando de sus orejas. Olivia, de quince años, aún llevaba falda corta y sus cabellos castaños estaban recogidos en trenzas, y no mostraba ningún interés por abandonar el mundo de las colegialas.

      —¿Dónde estabas? —preguntó Kyria—. Nadie lo sabía.

      —Se lo dije a papá —Thisbe se detuvo, interrumpida por una exclamación de burla de Olivia, pero luego continuó—. Sí, lo sé, debería habérselo dicho a Smeggars, pero no estaba cuando me marché. Fui a una conferencia en Covington.

      —Ah —Kyria arrugó la nariz—. Esperaba que estuvieras haciendo algo emocionante.

      —A mí me pareció emocionante —protestó Thisbe.

      —Un momento —Kyria se irguió de un salto—. He visto esa sonrisa. ¿Qué ha pasado? Estás…

      —Radiante —intervino Olivia—. Como Kyria cuando vuelve de un baile.

      —Bueno… —la sonrisa de Thisbe se hizo más amplia—. He conocido a alguien.

      —¡Un hombre! —exclamó Kyria sin aliento mientras agarraba a su hermana mayor del brazo—. Por eso resplandeces.

      —No seas tonta —Thisbe se sonrojó—. Yo no resplandezco.

      —Sí lo haces —aseguró Olivia—. Y tus ojos brillan.

      —¿Quién es él? ¿Lo conocemos? —la acribilló Kyria.

      Unas agudas risas llenaron de repente el vestíbulo y un segundo más tarde dos niños pequeños vestidos con sus pijamas irrumpieron en la habitación, seguidos de cerca por la niñera. Los chicos eran idénticos, de cabellos tan oscuros y ojos tan verdes como Thisbe. Las rollizas mejillas estaban arreboladas después de tanto correr, y sus ojos brillaban traviesos. Miraron de una hermana a otra hasta que, al parecer, decidieron que Thisbe era la máxima autoridad por ser la hermana mayor y se arrojaron contra ella.

      —¡Thisbe! —los gemelos se separaron y se escondieron detrás de ella, agarrándose a las faldas—. Léeme, léeme —chillaron, primero Con y luego Alex, mientras daban saltitos, siguiendo una coreografía al parecer destinada a hacer el máximo ruido con el mayor movimiento posible.

      —Qué bonito —Kyria apoyó las manos sobre las caderas, fingiendo indignación—. ¿Os creéis que solo Thisbe puede salvaros?

      Los chicos se detuvieron y se miraron. Alex abandonó a Thisbe y corrió hasta Kyria, agarrándose con fuerza a sus piernas.

      —¡Kyria!

      Y con un grito de regocijo, los gemelos empezaron a correr en círculo alrededor de las tres hermanas, hasta que al fin Thisbe agarró a uno de los niños que pasaba delante de ella.

      —Con. Ya basta.

      Con la miró resplandeciente y apoyó la cabeza sobre el hombro de su hermana mientras le rodeaba el cuello con los bracitos.

      —Thisbe —farfulló suplicante—. Por fador —Con todavía tenía problemas con la «v».

      —Eres un teatrero —Thisbe rio y besó la cabecita del niño.

      —Teatrero —repitió Con, encantado con la palabra.

      —¿Lo harás? —preguntó Alex, en brazos de Kyria. Le gustaba obtener respuestas claras—. Y Kyria también.

      —Y Liddy —Con señaló a Olivia.

      —Livvy también —convino Alex.

      —Será mejor que vayamos —sugirió Thisbe a sus hermanas—, de lo contrario no nos dejarán en paz.

      Y, sobre todo, así la pobre niñera podría descansar un poco. Thisbe contempló a la agotada cuidadora de los gemelos. Parecía a punto de renunciar a su trabajo, lo que la convertiría en la cuarta ese año.

      Llevando en brazos a los niños, pues siempre era mejor tenerlos bien sujetos, las hermanas subieron las escaleras y siguieron por el pasillo hasta las habitaciones de los gemelos. Con les regaló un detallado relato de las andanzas suyas y de Alex durante ese día, con intervenciones puntuales de su hermano, y algún que otro desacuerdo sobre quién había sido el primero en birlar los bizcochos delante de las narices de la cocinera, o quién había trepado lo más alto, o saltado más escalones.

      La pareja disponía de una suite con un dormitorio para Con y Alex y otro para la niñera. En medio estaba el cuarto de estudio. El cuarto de estudio parecía haber sido alcanzado por un huracán, como casi siempre al final del día. La niñera se dirigió directamente a su dormitorio, aunque Thisbe no estaba segura de si lo hacía para disfrutar de su bien merecido descanso, o para hacer las maletas. Sus hermanas acostaron a los niños en sus camas.

      Thisbe les leyó un cuento de hadas, tras lo cual engatusaron a Olivia para que les contara su cuento favorito, el del oso polar y el mono, las limitaciones geográficas no existían para los gemelos, y el niño que salvó a ambos con su astucia. Aquello demostró ser un error, pues al término del cuento estaban más despiertos que antes y Kyria tuvo que calmarlos con una nana para conseguir que cerraran los ojos.

      Tras salir de la habitación, Kyria agarró a Thisbe por el codo y la arrastró hasta su dormitorio.

      —Y ahora —Kyria se acomodó en


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