Tiempo de espera. Jessica HartЧитать онлайн книгу.
no decía ni hacía nada, pero la atmósfera vibraba de tensión. Con la esperanza de mitigarla algo si se mostraba más relajada, Rosalind se dirigió al sofá y se sentó. Luego deseó no haberlo hecho. Michael ignoró la invitación a imitarla.
Lo observó con disimulo. Era un hombre de aspecto tranquilo, no mucho más alto que ella, pero con una cualidad de dureza y contención que resultaba extrañamente perturbadora. En una ocasión habían sido amantes, pero en ese momento a Rosalind no se le ocurría qué decir.
—¿Has tenido un buen vuelo? –fue lo mejor que se le ocurrió.
—En realidad, no –de pronto perdió la paciencia—. Fue largo, con retraso y muy incómodo, y me vi obligado a dejar el emplazamiento en el peor de los momentos posibles, de modo que no estoy con ganas de mantener una conversación social. ¿Por qué no dejas de fingir que somos desconocidos educados y expones lo que tienes que decir?
—Somos desconocidos ahora –lo miró y luego apartó la vista. Jamás debió dejar que Emma la convenciera; con gesto nervioso se puso a darle vueltas al anillo de compromiso. Era inútil tratar de hablar con él. Entre ellos había un abismo—. Has cambiado –añadió con tristeza.
—Tú no –soltó con voz dura—. Vamos, Rosalind, será mejor que me cuentes qué es lo que quieres. Porque supongo que quieres algo, ¿no? Siempre ha sido así.
Ella reculó interiormente ante su tono, pero alzó la barbilla y se volvió para mirarlo a los ojos. Tampoco tenía muchas ganas de mantener una conversación social.
—De acuerdo –reconoció—. Quiero algo.
—¿Y de qué se trata esta vez? ¿Alguien que vaya corriendo ante tu más mínimo capricho? ¿O alguien que se eche para ser un felpudo sobre el que puedas limpiarte los pies?
Con pesar, se dio cuenta de que no la había perdonado. No tenía ni idea de la amargura con la que lamentaba haberlo tratado como lo hizo, pero sin duda ya debería haber comprendido que, si hubieran estado juntos, todo habría sido un desastre. Pero no tenía sentido tratar eso. No podía permitirse el lujo de involucrarse con el pasado. Lo que importaba en ese momento era el presente… y Jamie.
—Nada semejante –se obligó a reponer con naturalidad—. Necesito tu ayuda. Es importante.
—Si no recuerdo mal, para ti todo siempre fue importante —indicó él—. La gente dedica todo su tiempo a ayudarte. Si no logras manipularla para que haga lo que quieres, la compras. ¿Se te ha ocurrido alguna vez, Rosalind, que si alzaras uno de esos dedos tan cuidados podrías ayudarte a ti misma?
—Esto es diferente –se sonrojó y cerró los dedos sobre su regazo.
Pasándose una mano por la cara en gesto de agotada resignación, Michael se apartó de la ventana y se sentó en el sofá frente a ella,
—¿Qué es exactamente lo que quieres que es tan diferente? –inquirió.
De pronto, Rosalind se dio cuenta de que parecía extenuado. Había viajado dos días y resultaba evidente que ella era la última persona que había querido ver al final de su viaje. ¿Sería mejor dejarlo?
Y entonces, ¿qué? ¿Continuar como estaba, con la esperanza de que el problema desapareciera? La perspectiva la dejaba helada. Ya no podía proseguir de esa manera. También ella estaba cansada de mirar por encima del hombro, de ponerse tensa cada vez que el teléfono sonaba o la puerta se abría, de preocuparse de dónde y con quién estaba Jamie en cuanto no lo tenía a la vista. No quería solicitar la ayuda de Michael, pero por Jamie tendría que hacerlo.
—Emma me ha contado que vas a Yorkshire a visitar a una tía abuela a la que no has visto en años.
—¿Y eso qué tiene que ver contigo? –preguntó con cautela.
—Quiero acompañarte.
—¿Que quieres qué? –habló tras un largo silencio.
Rosalind respiró hondo. Lo había empezado, y ya tenía que terminarlo.
—No sólo yo. También irá Jamie.
La contempló con incredulidad, en busca de alguna señal de que se trataba de una broma.
—¿Y quién es Jamie? –quiso saber con tono tranquilo y peligroso.
—Es mi hermano.
—¿Tu hermano? –evidentemente era lo último que había esperado. Frunció el ceño—. No sabía que tuvieras un hermano.
—En realidad, es mi hermanastro –se obligó a mirarlo—. Mi padre volvió a casarse después… después de que te fueras al extranjero.
«Después de que me pidieras que me casara contigo y yo te rechazara», corrigió mentalmente. Eso tendría que haber dicho. Por su expresión, supo que Michael pensaba lo mismo.
—Papá murió el noviembre pasado –continuó ella—. Es probable que lo leyeras en los diarios –Gerald Leigh había sido famoso tanto por su extravagante estilo de vida como por sus inversiones financieras globales, y durante un tiempo su inesperada muerte había aparecido en las noticias internacionales. Michael asintió—. Natasha, su esposa, iba con él cuando el helicóptero cayó. Volvían para celebrar el cumpleaños de Jamie. Cumplía tres años –bajó la vista a las manos al recordar ese frío día de noviembre. Estaba de compras cuando sonó su teléfono móvil—. Creo que Jamie no ha terminado de entenderlo. Tenía a su niñera, de modo que por fuera la vida no cambió mucho para él –había sido diferente para ella. Una llamada, y toda su vida se había vuelto del revés.
Se preguntó si sería capaz de explicarle cómo se sentía; lo miró y vio que la observaba con algo que casi podría haber sido comprensión, pero, en cuanto sus ojos se encontraron, él los apartó.
—Mira, siento lo de tu padre, desde luego –expuso Michael con sequedad—, pero, ¿qué tiene que ver esto conmigo?
—No tardarás en descubrirlo –hizo caso omiso de la impaciencia de él y ordenó sus pensamientos—. Al ser la más próxima en parentesco, de pronto me vi tutora de Jamie. Natasha y yo nunca nos llevamos bien, de modo que apenas pasaba tiempo con él, y entonces no pensé que tuviera que cambiar mucho mi vida. Me trasladé a vivir a la casa Belgravia, pero imaginé que lo único que tendría que hacer era ocuparme de que tuviera una niñera que lo cuidara.
—Ser responsable de un niño requiere algo más que contratar a una niñera –espetó Michael sin molestarse en ocultar su desprecio—. No puedes entregárselo a un ejército de sirvientes sólo porque te quita parte del tiempo que dedicas a hacer compras.
—Eso he averiguado –a Rosalind le costó mantener la voz impasible. Con un deje de desesperación, se recordó que necesitaba a Michael. No podía permitir que su sarcasmo y el evidente desagrado que sentía por ella la irritaran—. Si me hubieras dejado acabar, iba a decir que no tardé mucho en darme cuenta de que me equivocaba. Jamie ahora forma parte de mi vida, y es muy importante para mí. No estaría aquí si no fuera por él.
—De acuerdo, así que cuidas de tu hermano –resumió él sin mostrarse impresionado—. Aún no has explicado por qué quieres ir a Yorkshire o por qué de repente se espera que yo haga de chófer.
—Jamie corre peligro –en vez de sobresaltarse horrorizado o de tomarla en brazos con promesas de protegerla, se mostró profundamente irritado.
—¿Qué tipo de peligro?
—No lo sé exactamente –repuso despacio—, pero tengo miedo –lo vio iniciar un gesto de impaciencia y se adelantó para interrumpirlo antes de que pudiera pronunciar algo devastador—. Por favor, ¿puedo contártelo? –sus ojos verdes se lo rogaron—. Jamás he tenido que suplicar por nada –continuó con una honestidad que pareció sobresaltarlo—, pero te lo suplico ahora. Deja que te lo explique.
—Muy bien –aceptó él mesándose el pelo, entre molesto y resignado.
No era la reacción de simpatía