Hasta que pase la tormenta. Jane PorterЧитать онлайн книгу.
Una vez tomada la decisión, pensó que sería relativamente fácil convencerla. Vivía en Londres y trabajaba en los grandes almacenes Bernard’s. No estaba casada. Podría tener un novio, pero eso le daba igual. La necesitaba durante cuatro semanas, cinco como máximo. Luego volvería a su vida normal, él tendría una nueva esposa y su problema con el cuidado de los niños estaría resuelto.
No se le ocurrió pensar que Monet pudiera negarse porque estaba en deuda con él y necesitaba que le devolviese el favor.
Monet seguía clavada en el sitio, sin saber qué hacer. Solo deseaba que se la tragase la tierra.
Lo único que quería era volver a casa después del trabajo, darse un largo baño de espuma, ponerse un cómodo pijama y ver su programa favorito de televisión, pero pasarían horas hasta que pudiese hacerlo.
Se volvió lentamente, mirando la planta. Durante años, aquel elegante y lujoso espacio había sido su hogar más que su apartamento. Era buena en su trabajo, sabía calmar los nervios de una angustiada novia y organizar a las que estaban abrumadas. ¿Quién hubiera imaginado que aquel sería su don, su habilidad?
Hija ilegítima de una actriz francesa y un banquero inglés, había tenido una infancia inusual y bohemia. Cuando cumplió los dieciocho años había vivido en Irlanda, Francia, Sicilia, Marruecos y Estados Unidos.
Pero había pasado más tiempo en Sicilia que en ningún otro sitio. Palermo había sido su hogar durante seis años, desde los doce hasta los dieciocho. Su madre había seguido viviendo con el aristócrata italiano Matteo Uberto durante tres años más, pero Monet no había vuelto a Sicilia. No quería saber nada de la familia Uberto y había rechazado ver a Marcu tres años antes, como había rechazado recibir a Matteo, su padre, cuando apareció en su casa con una botella de vino, un ramo de flores y un camisón rosa más apropiado para una querida que para la hija de su antigua amante. Fue esa visita lo que hizo que cerrase la puerta a la familia Uberto para siempre.
No tenía nada en común con la familia con la que había vivido durante seis años. Sí, comían juntos, iban al cine, al teatro, al ballet, a la ópera. Compartían vacaciones en la playa y disfrutaban juntos de las navidades en el palazzo, pero en realidad Monet no era uno de ellos. No era miembro de la familia ni miembro de la aristocracia siciliana.
No, ella era la hija ilegítima de un banquero inglés y una actriz francesa más famosa por sus aventuras que por su talento dramático y, por lo tanto, era tratada como alguien de segunda clase.
Aunque había querido el amor y el respeto de Marcu, él había sido el primero en decepcionarla y Monet había jurado no depender nunca de nadie.
Decidida a no seguir los pasos de su madre, había dejado atrás su pasado bohemio. Ya no era la hija de Candie. Ya no era vulnerable, no tenía que disculparse por nada ni pedir favores. Era ella misma, su propia creación. Al contrario que su madre, ella no necesitaba un hombre.
Eso no evitaba que los hombres intentasen conquistarla. Se sentían intrigados por su estilo francés, sus generosos labios, sus ojos dorados y su largo pelo oscuro, pero no la conocían y no sabían que, aunque por fuera pudiese parecer una sirena, era una mujer formal y no le interesaban las aventuras sin importancia.
No estaba interesada en el sexo y, por eso, a los veintiséis años seguía siendo virgen. Tal vez era frígida, pero le daba igual. No estaba interesada en etiquetas. Sabía que para la mayoría de los hombres las mujeres eran juguetes y ella no pensaba ser el juguete de nadie. Su madre, Matteo y Marcu Uberto se habían encargado de que pensara así.
Capítulo 2
UNA HORA después, cuando Monet por fin salió de trabajar, un coche negro esperaba frente a la puerta de los grandes almacenes. El conductor abrió un paraguas para protegerla de la nieve y, después de darle las gracias, Monet subió al coche, pegándose a la puerta para no rozar a Marcu.
–¿Qué haces aquí exactamente? –le preguntó él mientras el conductor arrancaba.
–Soy la jefa de la sección de novias, ya te lo he dicho. Ayudo a las novias a encontrar el vestido perfecto e intento que sus madres no las abrumen demasiado.
–Una elección profesional interesante, ¿no?
Ella levantó la barbilla.
–¿Porque mi madre no se casó nunca? –le espetó, enarcando una elegante ceja.
En Bernard’s no sabían nada sobre su pasado. De hecho, los únicos que lo sabían eran su padre, que nunca había sido parte de su vida, y la familia Uberto.
–No, no quería decir eso. ¿Has solucionado todos los problemas? –le preguntó él, con un tono excesivamente amable.
Monet tuvo que hacer un esfuerzo para no poner los ojos en blanco.
–No, aún debo encontrar un vestido que se ha perdido.
–¿Trabajabas aquí cuando vine a verte hace unos años?
–Llevo cuatro años en Bernard’s.
–¿Por qué no quisiste verme entonces? –le preguntó Marcu.
Monet dejó caer los hombros.
–No tenía sentido –respondió, mirándolo de soslayo.
Tenía un rostro perfecto: frente ancha, nariz recta, labios firmes, mandíbula cuadrada. Y, sin embargo, no era un rasgo en particular lo que lo hacía tan atractivo sino la suma de todo, el rictus de su boca, las arruguitas alrededor de los ojos azules.
–No lo entiendo.
–Tú estabas casado, Marcu. Nada bueno podía salir de esa reunión.
–No vine a verte para acostarme contigo.
–¿Y cómo iba a saberlo? Tu padre sí lo hizo.
–¿Qué?
Monet se encogió de hombros, agotada. ¿Para qué guardar el secreto? ¿Por qué no decirle la verdad?
–Tu padre vino a verme un año antes que tú. Apareció en la puerta de mi casa con regalos.
–Tu madre acababa de morir. Imagino que solo quiso tener un detalle.
–Entonces podría haberme llevado una caja de bombones. ¿Pero un ramo de flores, un camisón de satén rosa? Me pareció totalmente inapropiado.
–Hace un par de años le regaló a mi hermana un camisón rosa en Navidad. ¿Por qué te parece tan escandaloso?
«Porque yo no le caía bien», pensó Monet mirando por la ventanilla. ¿Pero para qué contárselo a Marcu? Él siempre había adorado a su padre. Según él, Matteo Uberto no podía hacer nada mal.
El silencio se alargó. Había empezado a nevar con fuerza y los copos se pegaban a las ventanillas del coche.
–Yo no estaba interesado en que fueras mi amante –dijo Marcu después de unos segundos–. Vine a verte porque mi mujer acababa de morir y necesitaba consejo. Pensé que podrías ayudarme, pero me equivoqué.
Monet tragó saliva.
–Lo siento, no lo sabía.
–Pero sí sabías que me había casado.
Monet asintió. Se había casado seis meses después de que ella se fuera de Palermo. No quería saber nada, pero la noticia estaba en internet y en todas las revistas. La familia Uberto, rica, glamorosa y aristocrática, era la favorita de los medios de comunicación.
Se había casado en la catedral de Palermo con una condesa italiana, Galeta Corrado. Provenía de una familia noble, pero la de Marcu era más antigua. Sus antepasados habían pertenecido a la realeza siciliana quinientos años atrás, un hecho que los medios mencionaban cada vez que hablaban de la boda Uberto-Corrado.
La boda había sido fastuosa. El vestido de novia, con una cola de seis metros