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Luna azul. Lee ChildЧитать онлайн книгу.

Luna azul - Lee Child


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se pusieron nerviosos. Era incluso peor de lo que sabían. Era peor de lo que todos sabían. Había cosas que el jefe no contaba. A nadie, incluida Meg. Detrás de bastidores todo se estaba viniendo abajo. No estaba pagando las cuentas. Ni un centavo. No renovó el plan de salud de la empresa. No pagó la prima. Simplemente lo ignoró. El número de Meg no ingresaba porque la póliza estaba cancelada. En su cuarto día de tratamiento nos enteramos de que no estaba asegurada.

      —No era su culpa —dijo Reacher—. Sin ninguna duda. Fue una especie de fraude o incumplimiento del contrato. Tiene que haber un remedio.

      —Hay dos —dijo Shevick—. Uno es un fondo de responsabilidad objetiva del gobierno, y el otro es un fondo de responsabilidad objetiva de la industria de seguros, los dos creados por este motivo en particular. Naturalmente fuimos directo hacia allí. De inmediato se pusieron a trabajar en cómo repartirse las responsabilidades, y apenas eso esté decidido van a reintegrarnos todo lo que gastamos hasta el día de hoy, y después se van a encargar de todo lo demás de ahí en adelante. Estamos esperando una decisión en cualquier momento.

      —Pero no pueden detener el tratamiento de Meg.

      —Necesita mucho. Dos o tres sesiones por día. Quimioterapia, radioterapia, cuidado y alimentación, escaneos de todo tipo, cuestiones de laboratorio de todo tipo. No puede acceder a beneficios públicos. Técnicamente todavía está en relación de dependencia, técnicamente con un buen salario. A ningún medio le interesa el caso. ¿Cuál es la historia? Hija necesita algo, sus padres están dispuestos a pagar. ¿Cuál es el gancho? Quizás no deberíamos haber firmado ese papel. Quizás se habrían abierto otras puertas. Pero lo firmamos. Ya es demasiado tarde. Obviamente el hospital quiere que le paguen. Esto no es algo de la sala de emergencias. No se lo puede dar por perdido. Las máquinas cuestan un millón de dólares. Tienen que comprar cristales físicos de material radiactivo de verdad. Quieren el dinero por adelantado. Es lo que sucede en casos como este. Pago inmediato. Antes del pago no hay nada. No podemos hacer nada al respecto. Lo único que podemos hacer es aguantar hasta que aparezca alguien. Podría suceder mañana a la mañana. Tenemos siete oportunidades antes de que la semana termine.

      —Necesitan un abogado —dijo Reacher.

      —No nos lo podemos permitir.

      —Probablemente hay un principio importante ahí en algún lugar. Probablemente podrían conseguir alguien que no les cobre.

      —Ya tenemos tres de esos —dijo Shevick—. Están trabajando por el costado del interés público. Un grupo de muchachos. Son más pobres que nosotros.

      —Siete oportunidades antes de que termine la semana —dijo Reacher—. Suena como una canción de música country.

      —Es lo que tenemos.

      —Supongo que casi califica como plan.

      —Gracias.

      —¿Tienen un plan B?

      —No como tal.

      —Podrían intentar no hacerse ver demasiado. Yo me voy a haber ido hace rato. La foto que sacaron no les va a servir.

      —¿Te vas a haber ido?

      —No me puedo quedar una semana en ningún lado.

      —Tienen nuestro apellido. Estoy seguro de que nos pueden rastrear. Todavía debe haber papeles viejos dando vueltas. Un nivel por debajo de la guía telefónica.

      —Cuéntenme de los abogados.

      —Están trabajando gratis —dijo Shevick—. ¿Cuán buenos pueden ser?

      —Suena como otra canción de música country.

      Shevick no respondió. La señora Shevick alzó la mirada.

      —Son tres —dijo—. Tres hombres jóvenes agradables. De un proyecto pro bono. Haciendo lo correcto. Buenas intenciones, estoy segura. Pero la ley se mueve lento.

      —El plan B podría ser la policía —dijo Reacher—. De acá a una semana, si lo otro todavía no sucedió, podrían ir a la comisaría y contarles la historia.

      —¿Cuánto nos protegerían? —preguntó Shevick.

      —Supongo que no mucho —dijo Reacher.

      —¿Y por cuánto tiempo?

      —No mucho —dijo Reacher otra vez.

      —Estaríamos quemando las naves —dijo la señora Shevick—. Si lo otro todavía no sucedió, entonces nosotros a esa gente la necesitamos más que nunca. ¿A quién más le podemos ir a pedir cuando llegue la próxima factura? Ir a la policía nos dejaría sin acceso a nada.

      —OK —dijo Reacher—. Nada de policía. Siete oportunidades. Lamento lo de Meg. De verdad. De verdad espero que salga bien de todo esto.

      Se puso de pie, y se sintió grande en el pequeño espacio cuadrado.

      —¿Te vas? —dijo Shevick.

      Reacher asintió.

      —Voy a ir a un hotel en la ciudad —dijo—. Quizás me doy una vuelta por la mañana. Para despedirme, antes de ponerme en marcha. Si no lo hago, fue un placer conocerlos. Les deseo la mejor de las suertes con sus problemas.

      Los dejó allí, sentados en silencio en la sala medio vacía. Fue solo hasta la puerta de adelante y salió, y recorrió el sendero angosto de cemento hasta la calle, y más allá pasando junto a autos estacionados y casas silenciosas y oscuras, y cuando llegó a la calle principal dobló hacia la ciudad.

      DIEZ

      En el lado oeste de la calle Center había una manzana específica que tenía en una cuadra dos restaurantes uno al lado del otro, y un tercer restaurante en el lado norte de la misma manzana, y un cuarto restaurante en el lado sur, y un quinto atrás, que daba a la calle siguiente. Los cinco trabajaban bien. Estaban siempre concurridos. Siempre animados. Siempre se hablaba de esos restaurantes. Eran el circuito gourmet de la ciudad, ahí mismo, todos juntos. A los transportes de mercadería y a los servicios de blanquería les encantaba. Una parada, cinco clientes. Las entregas eran fáciles.

      Lo mismo las recolecciones. Era una manzana ucraniana, dado que estaba al oeste de Center. Pasaban a buscar el dinero por protección puntuales como un reloj. Una parada, cinco clientes. Les encantaba. Pasaban al final del día, cuando las cajas estaban llenas. Antes de que le pagaran a cualquier otro. Entraban al local, siempre dos tipos, siempre juntos, trajes oscuros y corbatas negras de seda y caras pálidas e inexpresivas. Nunca se decía nada. Técnicamente habría sido difícil demostrar la ilegalidad. De hecho nunca se había dicho nada, ni siquiera al principio, muchos años antes, salvo por una opinión estética subjetiva, y después un murmullo preocupado y solidario. Qué lindo que es el restaurante. Sería una lástima que le pasara algo. Una conversación educada. Después de la cual se ofreció un billete de cien dólares, pero fue recibido diciendo que no con la cabeza, hasta que se agregó otro billete de cien, que fue recibido con un asentimiento. Después del primer encuentro el dinero por lo general se lo dejaban en un sobre, por lo general en el atril de recepción. Por lo general se lo entregaban sin decir nada. Técnicamente una actividad voluntaria. No se había efectuado ninguna demanda abierta. No se había solicitado ninguna oferta. Mil dólares por un paseo alrededor de la manzana. Casi legal. Un buen trabajo si lo podías conseguir. Naturalmente había muchos interesados en obtenerlo. Naturalmente lo ganaban los peces gordos. Los lugartenientes más antiguos, en busca de una vida tranquila.

      Ese día en particular no la tuvieron.

      Habían estacionado el auto sobre la calle Center, y habían empezado con los dos locales de ahí, que daban al frente, y después se habían movido por la manzana en el sentido contrario a las agujas del reloj, haciendo su tercera parada en el lado norte, y la cuarta en la calle trasera, y la quinta en el lado sur. Después de lo cual siguieron caminando, con la intención de doblar en la última esquina, y así completar el cuadrado, y llegar de vuelta al auto.

      Todo lo cual


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