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Luna azul. Lee ChildЧитать онлайн книгу.

Luna azul - Lee Child


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Estaba meciendo un vaso lleno de un líquido transparente. Probablemente no agua.

      Había un tipo en la mesa para cuatro en el rincón de atrás al fondo.

      Era un pedazo de hombre grandote, quizás cuarenta años, tan pálido que parecía luminiscente en la penumbra. Tenía ojos pálidos, y pestañas pálidas, y cejas pálidas. Tenía el pelo del color de las barbas de maíz, rapado tan corto que brillaba. Tenía muñecas blancas y gruesas, apoyadas en el borde de la mesa, y manos blancas y grandes, reposando sobre un libro de contabilidad grande y negro. Tenía puesto un traje negro, una camisa blanca y una corbata negra de seda. Tenía un tatuaje que le asomaba por el cuello de la camisa. Algún tipo de escritura. Un alfabeto extranjero. No ruso. Otra cosa.

      Reacher se sentó sin hacer ningún pedido. Un minuto después Shevick entró rengueando. Una vez más miró hacia delante a la mesa en el rincón de atrás al fondo. Una vez más se detuvo sorprendido. Se movió de lado arrastrando los pies y se sentó en una mesa para cuatro vacía al lado de la de Reacher.

      —Ese no es Fisnik —susurró.

      —¿Estás seguro?

      —Fisnik tiene piel oscura y pelo negro.

      —¿Viste alguna vez antes a este tipo?

      —Nunca. Siempre estaba Fisnik.

      —Quizás no se siente bien. Quizás la llamada telefónica tuvo que ver con eso. Tenía que encontrar a alguien que lo reemplazara, y no podía, no antes de las seis.

      —Quizás.

      Reacher no dijo nada.

      —¿Qué? —susurró Shevick.

      —¿Estás seguro de que nunca viste antes a este tipo?

      —¿Por qué?

      —Porque si es así él tampoco nunca te vio. Lo único que tiene es una entrada en un libro.

      —¿Qué estás queriendo decir?

      —Yo podría ser tú. Podría ir a pagarle a este tipo en tu lugar, y acomodar todos los detalles.

      —¿Te refieres a si pide más?

      —Podría intentar persuadirlo. La mayoría de la gente al final hace lo correcto. Esa ha sido mi experiencia.

      Ahora Shevick no dijo nada.

      —Necesitaría estar seguro de algo —dijo Reacher—. Si no, voy a parecer estúpido.

      —¿Seguro de qué?

      —¿Acá termina? ¿Veintidós quinientos y se acabó?

      —Eso es lo que les debemos.

      —Dame el sobre —dijo Reacher.

      —Es una locura.

      —Tuviste un día duro. Sácate un peso de encima.

      —Lo que Maria dijo era correcto. Mañana no vas a estar acá.

      —No los voy a dejar con un problema. El tipo o va a estar de acuerdo o no. Si no está de acuerdo, ustedes no van a estar en una peor situación. Pero es tu decisión. De las dos maneras para mí está bien. No estoy buscando problemas. Me gusta una vida tranquila. Dicho esto, te podrías ahorrar la caminata de acá hasta allá ida y vuelta. Esa rodilla todavía parece estar bastante mal.

      Shevick se quedó quieto en la silla y no dijo nada durante un largo rato. Después le dio a Reacher el sobre. Lo sacó del bolsillo y lo deslizó hacia él, bajo y furtivo. Reacher lo agarró. Dos centímetros de grueso. Pesado. Se lo guardó en el bolsillo.

      —Espera aquí.

      Se puso de pie y caminó hacia el rincón de atrás al fondo. Se consideraba un hombre moderno, nacido en el siglo XX, viviendo en el XXI, pero sabía también que tenía en su cabeza una especie de portal bien abierto, un agujero de gusano al pasado primitivo de la humanidad, donde durante millones de años cualquier cosa viviente podía ser un depredador, o un rival, y por lo tanto tenía que ser evaluado, y juzgado, de manera instantánea, y precisa. ¿Quién era el animal superior? ¿Quién se iba a someter?

      Lo que veía en la mesa del fondo iba a ser un desafío. Llegado el caso. Si los asuntos se trasladaban de lo verbal a lo físico. No un desafío colosal. En algún lugar entre grande y pequeño. El tipo técnicamente estaría menos calificado, casi con seguridad, a no ser que hubiese servido también en el Ejército de Estados Unidos, que enseñaba el combate más sucio del mundo, aunque nunca lo fuera a admitir en público. Contra eso el tipo era grandote, y varios años más joven, y parecía tener bastante calle. Tenía aspecto de que no se iba a asustar fácil. Tenía aspecto de estar acostumbrado a ganar. La parte arcaica del cerebro de Reacher asimiló toda la información subliminal y encendió una advertencia amarilla, pero no hizo que dejara de avanzar. Frente a él el tipo de la mesa también lo miró, durante todo el trayecto, aparentemente haciendo sus propios cálculos atávicos. ¿Quién era el animal superior? El tipo parecía bastante confiado. Como si le gustaran sus probabilidades.

      Reacher se sentó donde Shevick se había posado seis horas antes. La silla de la visita. De cerca el tipo en la silla del ejecutivo podría haber sido un poco más viejo de lo que parecía a primera vista. Cuarenta y algo. Quizás a medio camino hacia los cincuenta. Bastante mayor. Un hombre sustancial, cronológicamente, pero la impresión densa se veía debilitada por su palidez fantasmal. Eso era lo más notable que tenía. Más el tatuaje. Era inexperto y desparejo. Tinta de cárcel. Probablemente no una cárcel americana.

      El tipo tomó el libro de contabilidad y lo abrió y lo sostuvo vertical contra su borde de la mesa. Lo miró de cerca, con dificultad, como un tipo con las cartas demasiado cerca del pecho.

      —¿Cuál es tu nombre? —dijo.

      —¿Cuál es el tuyo? —dijo Reacher.

      —El mío no importa.

      —¿Dónde está Fisnik?

      —A Fisnik lo acaban de reemplazar. El asunto que tuvieras con él ahora lo tienes conmigo.

      —Necesito más que eso —dijo Reacher—. Esta es una transacción importante. Es un tema financiero serio. Fisnik me prestó dinero, y yo se lo tengo que devolver.

      —Te lo acabo de decir, el asunto que tuvieras con él ahora lo tienes conmigo. Los clientes de Fisnik ahora son mis clientes. Si le debías dinero a Fisnik ahora me lo debes a mí. No es astrofísica. ¿Cuál es tu nombre?

      —Aaron Shevick —dijo Reacher.

      El tipo bajó la vista hacia el libro.

      Asintió.

      —¿Es el último pago? —dijo.

      —¿Va a haber recibo? —preguntó Reacher.

      —¿Fisnik te daba recibos?

      —Tú no eres Fisnik. Ni siquiera sé tu nombre.

      —Mi nombre no importa.

      —A mí me importa. Necesito saber a quién le estoy pagando.

      El tipo se dio un golpecito con el dedo, blanco como un hueso, contra el costado de su reluciente cabeza.

      —Tu recibo está acá adentro —dijo—. Eso es todo lo que necesitas saber.

      —Mañana Fisnik me podría venir a buscar.

      —Ya te lo dije dos veces, ayer eras de Fisnik, hoy eres mío. Mañana seguirás siendo mío. Fisnik es historia. Fisnik ya no está. Las cosas cambian. ¿Cuánto debes?

      —No lo sé —dijo Reacher—. Dependía de Fisnik para que me lo dijera. Él tenía una fórmula.

      —¿Qué fórmula?

      —Para las tasas y los intereses y los adicionales. Redondeado en la centena que quedara más cerca, más otros quinientos por cargos administrativos. Esa era su regla. Nunca la pude calcular bien. No quería que él pensara que


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