Cómo volar un caballo. Кевин ЭштонЧитать онлайн книгу.
cuando expresamos No tengo tiempo libre es un arma sin filo en un mundo cuya serie literaria más vendida en los últimos años fue ejecutada por una madre soltera que escribía en los cafés de Edimburgo mientras su pequeña hija dormía;29 donde una carrera de más de cincuenta novelas fue emprendida por un empleado de lavandería dentro de un tráiler en Maine;30 donde una filosofía que cambió el mundo fue compuesta en una cárcel parisiense por un preso a la espera de la guillotina31 y donde tres siglos de física fueron volcados, en un año, por un hombre con un puesto fijo como inspector de patentes.32 Sí hay tiempo.
La tercera opción no es la mayor, la pistola en la cabeza de nuestros sueños. Todas sus variaciones dicen lo mismo: No puedo. He aquí el amargo fruto del mito de que sólo alguien especial puede crear. Ninguno de nosotros se cree especial, no a mitad de la noche, cuando nuestro rostro despide fluorescencias en el espejo del baño. No puedo, decimos. No puedo porque no soy especial.
Somos especiales, pero eso no importa ahora. Lo que importa es que no tenemos que serlo. El mito de la creatividad es un error nacido del imperativo de explicar resultados extraordinarios con actos y personajes extraordinarios, un malentendido de la verdad: la creación procede de personas ordinarias y el trabajo ordinario. No es necesario ser especial.
Lo único necesario es empezar. No puedo es falso una vez que iniciamos la marcha. Es improbable que nuestro primer paso creativo sea bueno. La imaginación necesita repetición. Las cosas nuevas no llegan terminadas al mundo. Ideas que parecen imponentes en la privacidad de nuestra cabeza se tambalean cuando las ponemos sobre la mesa. Pero todo comienzo es bello. La virtud de un primer boceto es que acaba con la página en blanco. Es la chispa de vida en el pantano. Su calidad no importa. El único borrador malo es el que no escribimos.
¿Cómo crear? ¿Para qué crear? El resto de este libro trata de cómo y para qué. ¿Qué crear? Sólo tú lo puedes decidir. Tal vez ya lo sabes. Quizá ya tienes una idea, un ansia. Pero si no es así, no te preocupes. El cómo y el qué están relacionados: uno conduce al otro.
CAPÍTULO 2
PENSAR ES COMO CAMINAR
1 KARL
Berlín ocupó alguna vez el centro del mundo creativo. Los teatros de la ciudad reverberaban con los estrenos de Max Reinhardt y Bertolt Brecht. Los clubes nocturnos presentaban el obsceno burlesque Kabarett. Albert Einstein ascendía por la Academia de Ciencias. Thomas Mann profetizaba los peligros del nacionalsocialismo.1 Las películas Metropolis y Nosferatu se estrenaban en salas repletas. Los berlineses llamaron a ese lapso la Época de Oro: los años de Marlene Dietrich, Greta Garbo, Joseph Pilates, Rudolf Steiner y Fritz Lang.
Aquél era un sitio y momento para pensar acerca del pensar. En Berlín, los psicólogos alemanes tenían entonces ideas radicales sobre cómo funciona la mente humana. Otto Selz, profesor en Mannheim, sembró la semilla: se contó entre los primeros que propusieron que pensar era un proceso que podía escudriñarse y describirse. Para la mayoría de sus contemporáneos, la mente era magia y misterio. Para Selz, era un mecanismo.
Pero al comenzar la década de 1930, él oyó aproximarse a la muerte. Era judío. Hitler estaba en ascenso. La celebración que Berlín hacía de la creación se volvió apocalíptica. La destrucción estaba cerca.
Selz había hecho preguntas psicológicas: ¿cómo operaba la mente? ¿Podría medirla? ¿Qué podía probar? Ahora hacía también preguntas prácticas: ¿qué iba a ser de él? ¿Podría escapar? ¿Cuánto tiempo le quedaba?
Además, e igualmente importante para Selz, ¿sobrevivirían sus ideas aun si él no lo lograba? La oportunidad de transmitirlas fue breve. En 1933, los nazis le impidieron trabajar y prohibieron que se le citara. Su nombre desapareció de las bibliografías.
No obstante, al menos un berlinés conocía su obra. Karl Duncker tenía treinta años cuando los nazis vetaron a Otto Selz. Duncker no era judío. Su apariencia era aria: piel blanca, cabello muy rubio y mandíbula angular. Pero ni siquiera así estaba a salvo. Su exesposa era judía, y sus padres comunistas. Solicitó dos veces un puesto de profesor en la Universidad de Berlín;2 se le rechazó en ambas ocasiones, pese a su excelente historial académico.3 En 1935 fue despedido como investigador. Publicó entonces su obra maestra, On Problem-Solving —en la que desafió a los nazis citando a Selz diez veces—,4 y huyó a Estados Unidos.
La Época de Oro había llegado a su fin. El novelista Christopher Isherwood, quien daba clases de inglés en Berlín, narró su defunción:
Hoy brilla el sol y el día es tibio y suave. Sin abrigo ni sombrero, salgo a dar por última vez mi paseo matinal. Brilla el sol y Hitler es el amo de esta ciudad. Brilla el sol y docenas de amigos míos —mis alumnos del Liceo de Trabajadores, los hombres y las mujeres con quienes me reunía— están presos, si no es que muertos, o condenados a muerte. Capto el reflejo de mi cara en la luna de un escaparate y me horroriza ver que estoy sonriendo. Imposible dejar de sonreír, con un tiempo tan hermoso... Los tranvías pasan, Kleiststrasse arriba, como siempre. Y lo mismo los transeúntes que la cúpula en forma de tetera de la estación de la Nollendorfplatz guardan un aire curiosamente familiar, un asombroso parecido con algo recordado, habitual y placentero.5
Duncker encontró cabida en el departamento de psicología del Swarthmore College, en Pennsylvania. En 1939 produjo su primer artículo desde su llegada a Estados Unidos, en coautoría con Isadore Krechevsky, inmigrante que había dejado en su juventud el pequeño pueblo lituano de Sventijanskas para escapar del antisemitismo ruso.6 Krechevsky, cuyos choques con el prejuicio en Estados Unidos lo habían llevado a querer abandonar su carrera académica, fue el primer estadunidense a quien Duncker inspiró.
Su artículo conjunto, “On Solution-Achievement”, publicado en la Psychological Review,7 marcó el momento en la historia de la mente en que Estados Unidos se encontró con Berlín. De acuerdo con el estilo estadunidense de la época, Krechevsky estudiaba el aprendizaje en ratas; Duncker estudiaba el pensamiento en humanos. Esto era tan inusual que él tuvo que esclarecer qué entendía por “pensamiento”: “El sentido funcional de la resolución de problemas, no un tipo especial —sin imágenes, por ejemplo— de representación”.
En su artículo, ambos coincidían en que la resolución de problemas requiere “varios pasos intermedios’, aunque Krechevsky señaló una diferencia crucial entre las ideas de Duncker y las que prevalecían en Estados Unidos: “En el análisis de Duncker hay un concepto importante, sin paralelo en la psicología estadunidense: en sus experimentos, la solución del problema es significativa. El organismo puede aplicar experiencias de otras ocasiones y, en términos comparativos, pocas experiencias generales pueden usarse en la resolución de problemas”.
Duncker había dejado su primera huella. Los psicólogos estadunidenses experimentaban con animales y hablaban de organismos: una psicología de “educa a tu rata”. A Duncker le interesaban la mente humana y los problemas significativos. Puso manos a la obra y abrió camino a la revolución cognitiva, que tardaría veinte años en cuajar.
En Alemania, los nazis arrestaron a Otto Selz y lo llevaron a Dachau, el primer campo de concentración. Lo tuvieron ahí cinco semanas.
Duncker publicó su segundo artículo, sobre la relación entre familiaridad y percepción, en el American Journal of Psychology.8
En Rusia, su hermano Wolfgang fue capturado en la gran purga de Stalin y asesinado en el gulag.
El tercer artículo de Duncker en ese año se publicó en la revista pionera de filosofía y psicología Mind; su tema era la psicología de la ética.9 Él quería entender por qué los valores morales de la gente variaban tanto. Era un artículo sutil, exhaustivo y mordaz. Un individuo dedicado a descubrir cómo piensan los seres humanos trataba de dar sentido al final de Berlín:
El motivo “por el bien del Estado” depende de si este último parece ser la encarnación de los más altos valores de la vida o apenas una