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La última vez que te vi. Liv ConstantineЧитать онлайн книгу.

La última vez que te vi - Liv Constantine


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      —Por supuesto —respondió Kate.

      Al llegar al piso veinticuatro, las puertas del ascensor se abrieron a la recepción de Barton and Rothman, la empresa de planificación y asesoramiento financiero. Sylvia, que llevaba en la empresa desde que Kate recordaba, se levantó de su silla tras el escritorio para saludarlos.

      —Doctor Michaels, Kate, Simon —dijo—. Gordon os está esperando.

      —Gracias —respondió Harrison.

      Kate se quedó atrás un momento.

      —Sylvia, ¿tienes algún despacho o alguna sala de juntas vacía donde puedan quedarse mi hija y su niñera mientras nosotros hablamos?

      —Desde luego. Yo me encargo. Ya sabes cuál es el despacho de Gordon —le dijo Sylvia, y condujo a Hilda y a Annabelle por el pasillo en la otra dirección.

      Gordon estaba de pie junto a la puerta de su despacho.

      —Buenos días. Adelante —dijo, le estrechó la mano a Harrison, le hizo un gesto con la cabeza a Simon y después fue a saludar a Kate. Sintió su mano hinchada y húmeda al estrechársela, pero, cuando intentó apartarla, él la apretó con más fuerza y se inclinó hacia delante para tratar de darle un abrazo. Kate tomó aliento, se apartó de él y se sentó en una de las tres sillas de cuero que había frente al escritorio.

      —¿Queréis café o té? —les preguntó Gordon sin apartar los ojos de ella.

      —No, gracias —respondió Harrison tras aclararse la garganta—. Vamos a acabar con esto cuanto antes.

      Gordon regresó a su mesa, hizo una ligera reverencia y se tiró del dobladillo del chaleco antes de sentarse. Simon siempre había dicho que Gordon era pomposo, pero Kate sabía que también respetaba su astucia para la gestión económica.

      —Es una tarea muy triste la que tenemos hoy entre manos —comenzó Gordon, y Kate suspiró, a la espera de que siguiera hablando. Hablaba siempre como si fuera un personaje de Casa desolada.

      —Como seguro que sabes, Harrison, el testamento de tu esposa declara que la mitad de su herencia irá a parar a vuestra hija, y una parte de eso a un fideicomiso para vuestra nieta.

      —Sí, por supuesto —respondió Harrison—. Estaba aquí con Lily cuando lo redactó.

      Kate miró a su padre.

      —No me parece bien —objetó—. Debería ser solo el fideicomiso para Annabelle. El resto deberías quedártelo tú. —Kate no pensaba que Simon y ella necesitaran el dinero. Tenían suficientes ingresos entre sus sueldos y el fideicomiso, y sus padres les habían dado un cheque muy generoso que les permitió comprarse el terreno y construirse la casa.

      —No, Kate. Esto es lo que quería tu madre. La herencia de sus padres se gestionó de la misma forma. Me da igual el dinero. Solo querría que ella siguiera aquí… —Se le quebró la voz.

      —Aun así… —dijo ella, pero Simon la interrumpió.

      —Estoy de acuerdo con tu padre. Si es lo que ella quería, hemos de respetar eso.

      Harrison adoptó una expresión extraña y Kate creyó ver fastidio en sus ojos. La interrupción de Simon también le había molestado a ella. En realidad, no le correspondía a él decir nada.

      —Debo darle la razón a Simon en esto —dijo Gordon, y Kate ladeó la cabeza, sabiendo lo mucho que debía de fastidiarle darle la razón a Simon en cualquier asunto—. La herencia es bastante grande. Treinta millones para Harrison y treinta millones para ti, Kate, y diez de esos se apartarían para el fideicomiso de Annabelle. —Kate sabía que la cifra sería considerable, pero aun así se sorprendió. Aquella nueva herencia se sumaría a los millones que le había dejado su abuela al morir. Una parte importante de ese dinero se había utilizado para crear la Fundación Cardiovascular Infantil, que proporcionaba atención médica cardíaca a niños que no tenían seguro. La fundación corría con todos los gastos médicos de los niños, además del alojamiento de los padres mientras los niños estuvieran hospitalizados. Kate y Harrison, que también era cirujano cardiotorácico pediátrico, veían a pacientes de todo el país, y la fundación les permitía dedicar una cantidad significativa de su actividad al trabajo no remunerado.

      Kate se inclinó hacia delante en su silla.

      —Quiero meter parte del dinero en el fideicomiso de la fundación —le dijo a Gordon—. ¿Podrías concertar una reunión entre Charles Hammersmith, del fideicomiso, y nuestro abogado para hablar del tema?

      —Por supuesto. Me pondré con ello —confirmó Gordon.

      Simon se aclaró la garganta.

      —Quizá deberíamos tomarnos algo de tiempo para decidir cuánto dinero debería ir a parar a la fundación antes de reunirnos con ellos —comentó.

      Gordon miró a Kate, después a Simon, y volvió a fijarse en ella, a la espera de una respuesta.

      —Concierta la reunión, Gordon —le dijo. Se volvió hacia Simon y le dedicó una sonrisa tensa—. Ya tendremos tiempo de hablarlo después.

      Gordon juntó las manos y se inclinó hacia delante.

      —No sé bien cómo deciros esto, así que lo mejor será hacerlo cuanto antes. —Hizo una pausa dramática y todos lo miraron expectantes.

      —¿De qué se trata? —preguntó Harrison.

      —Recibí una llamada telefónica de Lily. —Otra pausa—. Fue el día antes de… ejem… El caso es que me pidió confidencialidad, pero ahora que nos ha dejado…, bueno, quería venir y hacer algunos cambios en su testamento.

      —¿Qué? —preguntaron Harrison y Kate al mismo tiempo.

      Gordon asintió con expresión sombría.

      —Deduzco, entonces, que no sabíais nada de esto.

      Kate miró a su padre, que se había quedado pálido.

      —No, nada. ¿Estás seguro de que esa era la razón por la que quería reunirse contigo?

      —Bastante seguro. Especificó que quería que hubiese un notario. Tuve que mencionárselo a la policía, por supuesto. Quería que lo supierais.

      Harrison se puso en pie y se acercó más a donde Gordon estaba sentado.

      —¿Qué dijo exactamente mi esposa?

      —Ya te lo he dicho —respondió Gordon con rubor en las mejillas—. Que quería cambiar el testamento. Lo último que me dijo antes de colgar fue: «Te agradecería que esto quedara entre nosotros».

      Kate volvió a mirar a su padre, tratando de evaluar su reacción. Su expresión era inescrutable.

      —¿Hay algo más, o podemos irnos? —preguntó Harrison con sequedad.

      —Tenéis que firmar algunos documentos —respondió Gordon.

      Tras firmar los papeles, terminó la reunión y Gordon salió de detrás de su mesa para volver a estrecharle las manos a Kate.

      —Si hay algo, lo que sea, que pueda hacer por ti, por favor, llámame. —Le soltó las manos y la acercó para darle un abrazo rígido. Gordon siempre se había comportado con cierta torpeza, desde que eran pequeños.

      De niño, tenía muy pocos amigos, y eso se prolongó durante su adolescencia. Kate no sabía si había tenido novia alguna vez, desde luego no cuando eran jóvenes. Siempre había sido extraño, evitaba los pantalones vaqueros en favor de los pantalones de golf estampados o de cuadros, camisas almidonadas y pajaritas cuando no llevaba el uniforme de la escuela. Aunque nunca se había sentido del todo cómoda con él, tampoco había dejado de defenderlo cuando los demás se burlaban de él, de modo que, pese a no haberlo considerado nunca como uno de sus amigos, teniendo en cuenta la estrecha relación de sus padres, de niños habían pasado mucho tiempo juntos.

      Una


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