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E-Pack HQN Jill Shalvis 2. Jill ShalvisЧитать онлайн книгу.

E-Pack HQN Jill Shalvis 2 - Jill Shalvis


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me merezco mucho más que tú un robot de cocina.

      Willa se rio.

      –Lo tendré en cuenta –dijo. Tomó otro muffin y suspiró–. Ojalá todo fuera tan fácil como engordar.

      Todas asintieron al oír aquel sabio comentario y volvieron a sus respectivos trabajos. A Molly se le pasó la tarde volando. Resolvió problemas, respondió a llamadas telefónicas, hizo informes y realizó comprobaciones de seguridad. A las cinco, los chicos todavía estaban fuera, haciendo varios trabajos, así que ella sacó su ordenador personal.

      Era hora de dedicarle tiempo a su Proyecto de Santa Claus Malvado.

      Volvió a visitar la página web del Pueblo de la Navidad, pero no encontró información nueva. Sin embargo, sí encontró anuncios en Facebook y Craigslist, y en algunos otros lugares, del bingo del pueblo, en los que se aseguraba que los beneficios irían destinados a ONGs. Uno de los anuncios decía que podía solicitarse información adicional para fiestas privadas. Um… Llamó al número de teléfono que aparecía en el anuncio.

      –Estaría interesada en celebrar una fiesta privada –dijo cuando respondió un hombre.

      Hubo un silencio.

      –¿Una noche en el bingo?

      No tenía ni idea.

      –Sí. ¿Con quién hablo?

      –Conmigo.

      –De acuerdo –dijo Molly–. ¿Y quién es usted?

      –Eso no importa. ¿Qué está buscando?

      Como no tenía ni la más mínima idea, colgó. Y, entonces, buscó información sobre aquel número de teléfono. Era de un móvil registrado a nombre de Nicolas King. Ella se preguntó si acababa de hablar con Nick el Loco. Sin embargo, al buscar el nombre, no encontró nada.

      Aquel tipo no existía.

      Entonces, intentó dar con Tommy Pulgares. Su nombre era Thomas Russolini. Tal y como había dicho Lucas, se le daba por muerto, pero antes de eso lo habían buscado en cinco países diferentes por estafa, blanqueo de dinero y fraude.

      Tuvo una corazonada. Si Tommy y Nick eran hermanos… Buscó Nicolas Russolini.

      No había ningún Nicolas Russolini en San Francisco. Aparecía una dirección en Soma, a tiro de piedra del Pueblo de Navidad.

      –Tu hermano y tú habéis sido muy malos –murmuró, sonriendo con una sensación de triunfo–. Estáis oficialmente incluidos en la lista de traviesos.

      –Yo entraría encantado en esa lista si eso te hiciera sonreír así.

      Se dio la vuelta y vio a Lucas apoyado en la puerta, cruzado de brazos, observándola.

      –¿Qué estás haciendo aquí?

      –Tenemos una cita, ¿o es que no te acuerdas? –le preguntó él, en un tono sexy y… bromista.

      Molly se dio la vuelta y guardó toda la información que había encontrado, sin dejar de percibir la presencia del hombre que estaba observándola.

      –¿Qué has encontrado? –le preguntó.

      –Puede que la dirección de Nick el Loco.

      Él se acercó al mostrador para leer la pantalla de su portátil.

      Molly se quedó inmóvil. Lucas había apoyado las manos en el escritorio, junto a las suyas. Si giraba la cabeza, su boca rozaría la parte interior de sus bíceps, y eso le produjo un temblor en el vientre. Y ¿cómo era posible que oliera tan bien después de haber estado trabajando desde el amanecer?

      Antes de que ella pudiera reaccionar y apartarse, él se puso recto y la miró.

      –¿Qué plan tienes?

      –Ir a husmear por el pueblo.

      Él asintió.

      –Conmigo.

      Ella no tenía ninguna intención de ir sin él, pero le molestó que él pensara que tenía que recordárselo, como si pensara que era tan tonta como para ir a escondidas y sola.

      –Molly –dijo él–. O lo hacemos a mi manera, o te entrego a Archer y a Joe y te las arreglas con ellos.

      –Tenemos un trato, y yo voy a cumplir mi parte, así que tú cumple también la tuya. Tú no les digas que estoy con este caso, y yo no les diré que dormimos juntos.

      A él le vibró un músculo de la mandíbula, lo cual era fascinante. Ella nunca lo había visto hasta la otra noche. Claramente, ella le alteraba los nervios.

      –No dormimos juntos –dijo, por fin.

      Ella sonrió.

      –Tú sigue diciéndote eso a ti mismo.

      Lucas bajó la cabeza y se frotó la nuca.

      –Mira, preferiría confesar eso que verte en peligro.

      –Está bien –respondió ella–. Entonces, ¿les vas a contar lo que pasó la otra noche?

      –No pasó nada.

      –Ah, ya. ¿Te apostarías las pelotas?

      Él exhaló un suspiro.

      –Ojalá supiera lo que tienes en contra de mis pelotas.

      Ella se echó a reír.

      –Que conste que estaba trabajando aquí, esperándote. Así que puedes calmarte.

      Él entrecerró los ojos y la miró fijamente, como si estuviera buscando señales de engaño.

      –Vamos a hacer esto entre los dos –dijo ella, y sintió una descarga de adrenalina al pensar en su primer caso.

      Se puso en pie y tuvo que contener la respiración y cambiar el peso del cuerpo a la pierna sana, porque, en la otra, sintió un dolor agudo por la parte externa del muslo, desde la rodilla a la cadera.

      Lucas la ayudó a mantener el equilibrio y, rápidamente, la soltó y retrocedió.

      Ella pensaba que la iba a consolar, pero Lucas no era de los que hacían carantoñas. De hecho, nunca la miraba con lástima ni sentía compasión por ella, ni le hacía preguntas que ella no quisiera contestar.

      Y eso le gustaba.

      Lucas le gustaba mucho. Habían dormido juntos y para ella, la parte sobria, había sido algo muy íntimo. Hacía mucho tiempo que no compartía cama con un hombre. Se sentía atraída por él, y sabía que él sentía atracción por ella, y… demonios. Quería lo que no había tenido la otra noche.

      –Me estás mirando de una manera rara.

      –No, claro que no –replicó ella.

      –Sí, claro que sí. Me estás mirando como si…

      –¿Como si estuviera molesta por tu presencia? –preguntó ella.

      –No, como si fuera un caramelo.

      Ella cerró los ojos.

      –Vamos, por favor. Ya me he acostado contigo y, de verdad, no necesito repetirlo.

      –Ya. Otra vez con lo mismo.

      En aquella ocasión, la voz de Lucas sonó muy cerca de su oído. Él se había acercado tanto, que su pecho casi le rozaba la espalda. Al notar su calor, Molly estuvo a punto de dar un gemido y echarse hacia atrás para apoyarse en él, pero se contuvo. Olía muy bien, y eso también era excitante. Como el tono burlón y sexy que percibía en su voz.

      Aquello no tenía sentido. Desde el momento en que había sido consciente de su sexualidad, de adolescente, con el bagaje de su secuestro, solo se había sentido cómoda cuando era ella la que flirteaba y controlaba la situación. Había salido con algunos hombres, pero completamente distintos a su hermano y a Lucas.


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