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Penélope, ¿pececilla o tiburón?. Lorraine CocóЧитать онлайн книгу.

Penélope, ¿pececilla o tiburón? - Lorraine Cocó


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una profesión en la que en ocasiones había que sacar los dientes. Y por eso apretó las mandíbulas, resoplando.

      —No se confunda, señora Cowell, saco los dientes cuando tengo que hacerlo. Soy dura en las negociaciones y a la hora de defender a mis clientes no hay nadie tan entregado y leal como yo —dijo con un brillo en la mirada alimentado por la necesidad de defenderse como profesional.

      —Bien —repuso la mujer satisfecha—, respeto mucho eso porque yo soy exactamente igual. Frank me importa. Es casi como un hijo para mí. Lo he dado todo por él durante los últimos cinco años, por encima de mis responsabilidades porque es un gran hombre. Un hombre que, aunque terco, impertinente, intransigente y hermético…

      —¡Vaya perla! —exclamó Zola interrumpiendo. Y ambas la miraron entornando los ojos, por lo que hizo que se cerraba una cremallera invisible sobre los labios y dio un paso atrás.

      —En fin, que se merece lo mejor, pero no sabe pedir ayuda. Cree que eso lo hace débil. Y no se da cuenta de que poco a poco se va hundiendo. Yo ya no puedo hacerlo todo sola, y él se ha dado cuenta esta tarde cuando le he dicho que dimitía.

      Penélope abrió mucho los ojos al escuchar aquello.

      —¡No puede hacerlo, es usted la mejor asistente que conozco! Le puedo asegurar que ninguna otra ha conseguido darme esquinazo durante tanto tiempo.

      —Lo sé, son años de experiencia —repuso ella con orgullo—. Y no pensaba hacerlo. Ese chico no sabría qué hacer sin mí.

      A Penélope le hizo gracia que llamase chico a un hombre hecho y derecho de treinta y cinco años.

      —Pero necesitaba que le lanzara un órdago —continuó la mujer—, y gracias a Dios se lo ha creído. Aunque no servirá de nada si a mi vuelta las cosas siguen como siempre. Necesito su ayuda, señorita Appleton.

      Penélope se vio sorprendida por el gesto de la mujer, que la cogió de las manos, de repente.

      —Necesito una compañera de equipo, la mejor compañera de equipo. Y créame, conozco a Frank más que él mismo. Si usted logra hacerle ver lo necesaria que es para él, su profesionalidad y cuánto piensa en sus intereses, él no querrá dejarla escapar y la contratará, sin duda. Necesita personas leales y no creo equivocarme al confiar en usted. La pregunta es, ¿está usted dispuesta a hacer lo que sea necesario por el bien de su futuro cliente?

      Penélope miró a las dos mujeres que tenían la vista clavada en ella, esperando su ansiada respuesta. Una respuesta que suponía el mayor de los dilemas en su vida. ¿Era capaz de convertirse en tiburón, o seguiría siendo la pececilla de colores que todo el mundo veía en ella?

      Tomó tanto oxígeno como para llenar sus pulmones por completo, y luego soltó el aire con la lentitud de un globo pinchado, mientras la tensión de la espera se hacía palpable. Una voz interior, esa que la recriminaba por no haber conseguido llegar al punto que quería en su profesión, se rio de ella y entonces, cerrando los ojos con fuerza, como si temiese cada palabra que iba a salir de sus labios, dijo:

      —Está bien, lo haré. —Nada estalló a su alrededor, pero antes de darse cuenta, estaba siendo abrazada por Ingrid y Zola, que celebraban su respuesta con un entusiasmo tan grande como la ansiedad que empezó a atenazarle las entrañas.

      Capítulo 5

      —¡Oh, Dios mío! No voy a ser capaz. —Su tono fue tan lamentable como la fe que tenía en sí misma en ese momento.

      Se dejó caer en el suelo, a los pies de su cama, pues sobre esta reposaba gran parte de su ropa. No quería aplastarla y terminar por arrugarla justo antes de meterla en la maleta. Y desde allí, con el trasero en la alfombra color teja de pelo corto de su cuarto, sentada con las piernas cruzadas y mirando hacia arriba, se sintió aún más insegura. Empezaba a preguntarse en qué momento de su vida había comenzado a seguir los locos planes de Zola. Mucho más cuando se trataba de trabajo. Peor, cuando se trataba de alcanzar su sueño de convertirse en agente y entraba en juego el mayor cliente con el que podía hacerlo. A veces le daba miedo la capacidad de su amiga no solo de tramar ese tipo de cosas sino también la facilidad con la que movilizaba a otros para convencerlos de que llevaran a cabo dichos planes con ella. ¡Había convencido incluso a Ingrid! La dura e inaccesible Ingrid. El mejor perro guardián que había visto en la profesión, temida por todos los agentes. Y la mujer no solo no estaba poniendo oposición, sino que le estaba sirviendo en bandeja a su jefe.

      Todo aquello era una auténtica locura. Desde que dejaron el evento en la feria, hasta llegar a su casa, era lo que se había repetido una y otra vez. Entonces Zola la empujó hasta el baño para que se diese una ducha y después, envuelta en su esponjoso albornoz, había empezado a sacar toda su ropa sobre la cama, para decidir qué prendas debía llevarse para pasar las próximas cuatro semanas con Frank Beckett. «¡Frank Beckett!», repitió en su mente con esa mezcla de excitación, ansiedad e incredulidad que la tenía en una nube.

      —¡Frank Beckett! —dijo en un susurro, por si al escucharlo de sus labios empezaba a parecerle más real, pero consiguió el efecto contrario. Apretó los labios uno contra otro, hasta emblanquecerlos, con los ojos muy abiertos y la mirada perdida en algún punto de la pared.

      —¿Ensayas caras de estar descompuesta? —le preguntó Zola asomando por la puerta. Su respuesta fue fruncir la frente, intentando encontrar sentido a lo que decía.

      —Yo lo hago frente al espejo. Son las caras de huida. Cuando quieres irte del trabajo, o te das cuenta de que no llevas el monedero justo en el momento en que te toca pagar en la caja del súper. También es útil la mañana siguiente cuando quieres marcharte de la casa de un tío…, no funciona tanto en la casa de una tía. Ellas intentan hacerte una infusión y hasta darte friegas en la tripa. A mí fue lo que me pasó con una, que al final consiguió que me quedara todo el fin de semana —terminó por decir su amiga con los ojos tan abiertos como el espanto que intentaba mostrar.

      Penélope, sin embargo, estaba alucinada por la velocidad con la que era capaz de mover los labios.

      —¡Zola! No estaba ensayando nada. Yo no hago ninguna de esas cosas.

      —Es verdad, tú eres la niña buena y pringada que paga la compra cuando ve que el de delante se ha olvidado el dinero…

      —¿Por qué ser buena equivale a pringada? —preguntó molesta.

      —No te enfades conmigo, el mundo está diseñado así, amiga. El mundo está programado así —repitió con condescendencia.

      Penélope se limitó a poner los ojos en blanco. Después se dejó caer, echándose para atrás y apoyando el peso en los codos.

      —No tengo ni idea de qué meter en la maleta. Ni siquiera sé a dónde vamos.

      —¡Ojalá sea uno de esos autores a los que le gusta escribir frente al mar, en una isla caribeña, bebiendo combinados de zumos y ron!

      Las dos suspiraron ante esa idea.

      —Y tú a su lado, con un escueto bikini que realce esa piel paliducha que tienes.

      El sueño en su mente se esfumó al instante, deshaciéndose sobre sus cabezas. Penélope le brindó una mueca a su amiga, que una vez más había conseguido quitar tensión al momento con una broma de las suyas. No sabía qué hacer con ella, pero tampoco sin ella.

      —Son muchos días, cuatro semanas y en plenas fiestas. Menos mal que mis padres habían decidido hacer por fin ese crucero de enamorados. De lo contrario no habría sabido qué decirles, qué excusa ponerles.

      —¿Que estás trabajando? —dijo con sorna como si fuera más que evidente—. Te gusta dramatizarlo todo. Son solo eso, unas semanas de trabajo —le dijo Zola empezando a meter prendas en su maleta.

      No protestó. Su amiga había viajado muchísimo más que ella. Tras la universidad se había pasado dos años recorriendo mundo mientras ella hacía prácticas en diversas editoriales y agencias, para de esa


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