E-Pack Los Fortune noviembre 2020. Varias AutorasЧитать онлайн книгу.
queridos con los que habían compartido buena parte de sus vidas. Empezaron a salir juntos y, según le había dicho su padre, se hubiera casado con ella un año antes de no haber sido por la insistencia de Lily. Al parecer, le había dicho que quería darles algo de tiempo a sus hijos para adaptarse a la nueva situación.
Como si eso fuera a ocurrir alguna vez…
—¿Será una boda por todo lo alto?
—Supongo que habrá un montón de invitados.
—¿No lo sabes seguro?
—No tengo que acompañarlos, ni nada parecido. J.R. será el padrino.
—Muy bien —Deanna bajó la cabeza y la apoyó en el brazo, sobre la almohada—. Parece que, eh, te llevas muy bien con J.R.
—Sí.
—¿Y con tus otros hermanos?
—Igual —le contestó Drew, sin saber adónde quería llegar.
Ella emitió un sonido parecido a una pequeña carcajada. Drew sintió un escalofrío.
—Siempre he pensado que sería maravilloso tener una gran familia.
—Todo tiene sus momentos, sobre todo cuando éramos niños —admitió él.
Todos habían seguido caminos distintos al hacerse adultos, pero seguían muy unidos, aunque no pudieran verse con tanta frecuencia como antes. J.R., Nick y Darr vivían en Red Rock, mientras que Jeremy y él seguían en California, pero siempre intentaban mantener el contacto.
—También habrá un montón de primos —añadió—. El hermano de mi padre, Patrick, su esposa y sus hijos. Pero no creo que tengas oportunidad de conocer a mi tía Cindy. Sólo es cinco años más joven que mi padre, pero seguramente seguirá por ahí, viviendo la vida. Es todo un personaje.
Siempre había sido muy divertido tenerla como tía, pero Drew sabía que la historia debía de haber sido muy diferente para sus cuatro hijos. De repente se acordó de la madre de Deanna.
—¿Qué le vas a decir a tu madre?
Ella volvió a ponerse boca arriba y se tapó hasta la barbilla.
—Nada hasta que no tenga más remedio. Le diré lo justo y necesario.
Drew estuvo a punto de preguntarle por su padre, pero entonces ella bostezó y le dio la espalda de nuevo, dejándolo con la curiosidad. Por lo que podía recordar, jamás la había oído mencionarle. No sabía si su padre estaba vivo o muerto. Ni siquiera sabía si ella lo conocía.
En realidad, ella sabía mucho más de él que él de ella. Hasta ese momento no le había importado mucho, pero de repente tenía unas ganas locas de averiguarlo todo. Sin embargo, decidió dejar el tema de momento. Deanna y él no estaban juntos de verdad, pero él era lo bastante listo como para saber que cuando una mujer le daba la espalda de esa manera, la conversación había terminado.
Se dedicó a escudriñar las sombras hasta que oyó cómo cambiaba la cadencia de su respiración, haciéndose más larga y lenta. Y entonces pudo cerrar los ojos por fin y dejar descansar sus atormentados pensamientos. No obstante, un rato más tarde, en cuanto volvió a sentir el suave cuerpo de su peculiar compañera de cama, volvió a despertarse de nuevo.
Y su cuerpo no parecía dispuesto a darle una tregua.
Deanna se estaba asando de calor. Se quitó el edredón de una patada y, al sentir la textura sedosa de las sábanas de algodón, se dio cuenta de que aquélla no era su propia cama.
Se quedó quieta y miró hacia la ventana que tenía delante. Las persianas estaban cerradas, pero la luz del sol se colaba entre las secciones de madera. No obstante, no era la luz del sol lo que más llamaba su atención, sino el brazo musculoso que tenía alrededor de la cintura, oprimiéndola. La mano de aquel brazo fibroso le caía justamente sobre el pecho. Se mordió el labio inferior. Hubiera querido contener la respiración, pero el corazón le latía tan rápido que ni siquiera hubiera podido hacerlo. Se dio cuenta de que tenía los pezones endurecidos y que Drew se los acariciaba inconscientemente con las yemas de los dedos. Rápidamente le agarró la mano y trató de apartarla. Él murmuró algo y la agarró de la cintura con más fuerza, tirando de ella hasta apretarla contra su propio cuerpo. Por lo menos ya no tenía la mano sobre su pecho, sino sobre el vientre. La había metido por debajo de las sábanas y estaban piel contra piel.
Deanna se tragó un pequeño grito y trató de apartar su pesado brazo de nuevo.
—Suéltame.
Él volvió a murmurar algo y entonces se dio la vuelta, liberándola por fin.
—Vaya, Dee. ¿Por qué no me dejas dormir?
Ella se levantó de la cama, sujetándose la camisola con una mano y echándose el pelo atrás con la otra. El anillo de diamantes que tenía en el anular parecía más pesado que nunca, habiéndosele enredado en el cabello.
—A mí no te me quejes. ¿Pero qué pasa contigo? —le dijo, tirando del brazo con brusquedad y arrancándose el anillo del pelo.
Drew tenía casi todo el pelo sobre la frente y apenas se le veían los ojos. Sobre aquellas sábanas blancas, parecía más oscuro y peligroso que nunca, y muy seductor.
De repente la miró con los párpados casi cerrados y una sonrisa endiablada asomó en sus labios.
—Por lo visto, nada.
Deanna sintió un terrible ardor en las mejillas. No era tan ingenua como para pensar que tuviera algo que ver con… con lo que había sentido contra la espalda.
—Bueno, es evidente que tendremos que hacer algo con esto.
Él arqueó una ceja.
—¿Ah, sí?
Ella se sonrojó aún más.
—Eso no —le dijo, poniendo los ojos en blanco.
Esto, eso… Siempre se te han dado muy bien las descripciones, Dee, pero hoy te estás superando a ti misma.
Ella cruzó los brazos, aunque ya era demasiado tarde para esconder los pezones endurecidos que se transparentaban por debajo del fino tejido de la camisola.
—Me alegra ver lo mucho que te diviertes. Ya sabes a qué me refería.
Él sonrió con desparpajo y Deanna ya no pudo aguantar más. Dio media vuelta y se metió en el cuarto de baño, dando un portazo tras de sí. A través de la puerta le oyó reírse abiertamente.
—En qué lío te has metido, Deanna —se dijo, mirándose en el espejo.
—¿Has dicho algo?
Deanna casi dio un salto en el aire. La voz de Drew era tan clara como si estuviera justo al otro lado de la puerta.
—¡No!
—A mí me ha parecido que sí.
Buscó alrededor del picaporte con la esperanza de encontrar algún pestillo, pero no había ninguno. No sería capaz de entrar estando ella dentro…
—¿Deanna?
Ella tragó en seco, se mesó los cabellos.
—Yo, eh… —se aclaró la garganta y habló más alto—. Decía que necesito un café desesperadamente —añadió, haciendo una mueca. Aquella excusa era muy pobre. Ella ni siquiera bebía café.
—Muy bien.
Sin duda él no la creía, pero por lo menos dejó de insistir.
—Voy a ver si aún estamos a tiempo para desayunar.
—De acuerdo —abrió el grifo, dejó que corriera el agua y volvió junto a la puerta para escuchar.
Se sentía como una idiota, pero no consiguió relajarse hasta que sintió cerrarse la puerta del dormitorio.
En ese