E-Pack Los Fortune noviembre 2020. Varias AutorasЧитать онлайн книгу.
para maquillarse usando el único rincón del espejo que no estaba cubierto de vapor. Normalmente no usaba mucho maquillaje, pero, como ese día iba a asistir a una boda, se puso un poco más de sombra de ojos y colorete que de costumbre. Sólo podía esperar que fuera suficiente para esconder las oscuras ojeras que se le habían formado después de una noche sin dormir. Afortunadamente, Drew seguía sin aparecer, así que sacó el secador y se secó el pelo, peinándoselo al mismo tiempo. Lo tenía demasiado largo, pero no había tenido tiempo de ir a la peluquería. Volvió a meterlo todo en el bolso y colocó éste en un hueco vacío de una estantería, justo debajo de las toallas. Entonces regresó al dormitorio, apretándose la toalla alrededor del cuerpo. Y justo en ese momento, cuando estaba sacando unas braguitas limpias de un cajón, oyó cómo se abría la puerta, casi sigilosamente.
Deanna se dio la vuelta con brusquedad.
Drew, vestido con unos vaqueros y nada más, la miraba sorprendido.
—El café… —murmuró y extendió la mano. Con ella sostenía una reluciente taza roja.
Llevaba cuatro años trabajando para él. Le había servido muchos cafés a lo largo de ese tiempo, sabía que le gustaba más fuerte que a la mayoría de la gente, y que sólo quería azúcar cuando tenía resaca… Evidentemente, él nunca se había dado cuenta de que ella nunca tomaba café.
Pero le estaba bien empleado… por mentir… Si lo peor que iba a ocurrirle ese fin de semana era tener que tomarse una taza de café amargo, las mentiras tampoco le saldrían demasiado caras, sobre todo porque no podía dejar de mirar aquel abdomen musculoso, la tableta de chocolate, perfecta… Se las arregló para esbozar una sonrisa y fue a agarrar la taza que él le ofrecía.
Sin embargo, de pronto se dio cuenta de que todavía tenía las braguitas en la mano. Sonrojándose hasta la médula, volvió a meterlas torpemente en el cajón y tomó la taza en la mano.
—Gracias —le dijo.
Y entonces, desafortunadamente, la toalla que llevaba enroscada alrededor del cuerpo cedió un poco…
Deanna se quedó petrificada, inmóvil… mientras la toalla se deslizaba sobre su cuerpo hasta caer a sus pies…
Capítulo 5
MALDITA sea…
Un violento juramento escapó de los labios de Drew cuando la toalla aterrizó, casi a cámara lenta, a los pies de Deanna. En una fracción de segundo, ambos intentaron agacharse para recogerla, pero ya era demasiado tarde. Aquella imagen se había quedado grabada con fuego en su cabeza, o más bien tatuada, porque la instantánea de aquella preciosa figura no se le olvidaría jamás. Agarró la toalla, pero entonces se tropezó con ella. La vista se le iba hacia abajo, hacia la deliciosa piel aterciopelada y bronceada que le cubría todo el cuerpo, exceptuando un diminuto triángulo… La dejó agarrar la toalla y ambos se incorporaron.
Jamás se hubiera imaginado que su secretaria fuera de las que usaban bikini, pero aquellas marcas de bronceado eran inconfundibles.
—Lo siento —le dijo, tosiendo—. No quería asustarte.
Deanna hacía lo indecible por esquivarle la mirada. Asía la toalla con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos.
—No. Es culpa mía. Yo, eh… Yo… —se detuvo y sacudió la cabeza. El cabello le rebotaba contra los hombros—. Éste es el castigo por mentir — masculló.
—Sólo ha sido un accidente —le dijo él.
Pasó por delante de ella para dejar la taza de café encima de la cómoda. Ella casi dio un salto.
—Cuando estemos casados y vivamos juntos…
—¡Vivir juntos!
Él frunció el ceño y miró hacia el pasillo por la rendija de la puerta entreabierta. Afortunadamente, los únicos sonidos que se oían eran las risas y las voces que venían del otro lado de la casa. Todo el mundo seguía en la cocina. Cerró la puerta.
—Sí. Vivir juntos —dijo, haciendo un esfuerzo por sostenerle la mirada—. Eso es lo que suele pasar cuando las parejas se casan —añadió, bajando el tono. Las paredes parecían gruesas, pero no quería correr ningún riesgo.
—Nosotros… —dijo ella, señalándole a él y después a sí misma—. No somos una pareja.
Él le agarró la mano y la sostuvo en el aire un momento. El diamante que brillaba en su dedo anular lanzaba destellos de colores que bailaban sobre las paredes.
—A todos los efectos, nos convertimos en una pareja cuando te puse este pedrusco en el dedo. ¿Qué clase de matrimonio sería si no viviéramos juntos después de decir «sí, quiero»? De hecho, a muchos les parece raro que no vivamos juntos ya.
Ella apartó la mano bruscamente.
—Diles que soy anticuada —le dijo con voz temblorosa. Rehuyó su mirada y entonces cerró un cajón de la cómoda de un empujón.
Pero toda hostilidad era inútil ya. Él ya había visto lo que se escondía debajo de aquella toalla; las delicadas cintas de la braguita, el encaje… Sin duda le esperaban muchas horas de tormento mientras pensaba en aquel cuerpo perfecto…
—Eso es exactamente lo que le dije a Jeremy. Que eras un poco anticuada.
Y, por alguna razón, su hermano había encontrado el comentario increíblemente divertido.
Isabella, en cambio, se había limitado a sonreír plácidamente al tiempo que le dejaba un plato de beicon y salchichas sobre la mesa. Evie, la cocinera, se lo había recalentado un poco, pues ya hacía más de tres horas que habían desayunado.
—Genial —le dijo Deanna, haciendo una mueca—. Ahora se preguntarán más que nunca qué demonios estás haciendo casándote conmigo.
—¿Qué quieres que diga, Deanna? —exclamó Drew en un tono de pura frustración.
—¡No lo sé! —le dio la espalda. Todavía asía la toalla como si le fuera la vida en ello.
Se sentó en el borde de la cama un momento, pero enseguida se levantó y se alejó.
—No te voy a hacer nada, por el amor de Dios. Que nos hayamos despertado de esa manera no significa que no sepa controlarme.
—Yo no he dicho que no supieras.
—Fuiste tú quien se arrimó a mí mientras dormías —le dijo él—. Y ahora te comportas como una mojigata remilgada y virginal que tiene miedo de estar a solas en una habitación con un hombre.
Deanna se puso roja como un tomate.
Drew la miró unos instantes, preguntándose qué parte de aquel maravilloso cuerpo quedaba por ruborizarse. Y entonces se dio cuenta de que quizá había acertado sin querer.
Apenas pudo reprimir el juramento que pugnaba por salir de su boca.
—No lo eres, ¿verdad? Una mojigata virginal…
Aunque hiciera todo lo posible por esconder la gloria de aquel cuerpo de infarto tras aquellos horribles trajes de ejecutiva, no tenía por qué escondérselos a su novio también.
¿Cómo había dicho que se llamaba él?
¿Mike? ¿Mark?
De repente se dio cuenta de que aquel tipo no le caía nada bien, aunque no lo conociera de nada. Menuda ironía… Drew Fortune nunca había sido de los celosos, ni siquiera cuando la mujer a la que había jurado amar para siempre le había engañado con su mejor amigo.
Deanna apretó los labios.
—No. No soy virgen, si es eso a lo que te refieres, aunque tampoco es asunto tuyo.
—¿Y por qué no? Tú lo sabes todo de mi vida amorosa.
—Eso es porque te lo traes todo a la oficina — exclamó ella, gesticulando con los