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Un novio en el mar. Debbie MacomberЧитать онлайн книгу.

Un novio en el mar - Debbie Macomber


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también?

      —No, es oficial de complemento. Te gustará —se apresuró a asegurarle Ali, como si aquel hombre pudiera interesarle en un sentido… sentimental.

      Nada de eso. Estaba harta de los hombres.

      —Me dijo que podía hablar con él cuando quisiera —añadió Jazmine—. Podré llamarlo por teléfono, ¿verdad?

      —Por supuesto que sí —Shana sentía mucha curiosidad por saber más cosas de aquel hombre. Un hombre de quien su hermana no había querido ni hablarle…

      Capítulo 3

      LO primero que hizo Shana el lunes por la mañana fue llevar a Jazmine a la escuela primaria Lewis y Clark para matricularla. Tenía el estómago hecho un nudo. El patio estaba lleno de niños y una cola de vehículos aguardaba frente a la entrada. Grandes autobuses amarillos iban entrando en el aparcamiento que se extendía detrás del edificio.

      Shana tuvo suerte de encontrar una plaza libre. Luego acompañó a la niña al colegio, aunque Jazmine iba tres pasos por delante de ella… como queriendo demostrar que no iban juntas.

      El ruido del interior del edificio le recordó a un concierto de rock, hasta el punto de que empezó a dolerle la cabeza. O quizá la causa fuera el alboroto que estaban montando todos aquellos alumnos, que no dejaban de mirar a las recién llegadas.

      El timbre empezó a sonar y, como por arte de magia, los pasillos se vaciaron. En cuestión de segundos todo el mundo desapareció detrás de las diversas puertas y se hizo el silencio.

      Shana y Jazmine siguieron las indicaciones que llevaban a la oficina. La niña parecía tranquila… al contrario que su tía, que estaba a punto de devorarse todas las uñas.

      —No es para tanto —le aseguró Jazmine, cargada con su enorme mochila—. Yo he hecho esto docenas de veces.

      —Creo que no me quedaré tranquila dejándote aquí —habían pasado un día entero juntas y, aunque no había sido cómodo para ninguna, tampoco había sido tan malo como Shana había temido.

      Cuando acompañaron a Ali al aeropuerto, quien se había echado a llorar había sido Shana. Madre e hija se habían abrazado durante un buen rato hasta que Ali se marchó. Fue también Shana quien llevó el peso de la conversación durante el trayecto de vuelta a casa. Tan pronto como pusieron un pie en ella, Jazmine se encerró en su habitación y no volvió a salir hasta después de algunas horas.

      Durante la cena Shana volvió a hacer varios intentos por entablar conversación, pero sus preguntas fueron recibidas con gruñidos o monosílabos. Shana captó el mensaje. Pasados los diez primeros minutos, ya no volvió a decir nada. Mantuvieron un incómodo silencio hasta que Jazmine terminó de comer, fregó su plato y volvió a encerrarse en su cuarto.

      Shana ya no volvió a verla hasta la mañana siguiente. Al parecer, los niños de su edad valoraban especialmente su intimidad. Lección aprendida.

      —Debe de ser aquí —dijo Shana, señalando una puerta con un cartel que ponía Oficina.

      Jazmine murmuró algo ininteligible y dejó la mochila en el suelo. Su tía no podía imaginar qué llevaba en aquella monstruosidad, pero todo indicaba que debía de ser algo tan fundamental como el contenido de su propio bolso.

      —Estaba pensando que quizá quieras esperar un poco antes de matricularte… Quiero decir que… tampoco es necesario hacerlo ahora mismo… —balbuceó.

      Estaba terriblemente preocupada. Los alumnos que antes habían visto en el pasillo no parecían particularmente amigables. Jazmine sólo tenía nueve años, y su madre iba a pasar medio año en el mar… Quizá debería contratar a un profesor particular o…

      —Estaré perfectamente. No soy una cría, ¿sabes?

      Entonces… ¿los niños de nueve años ya no eran unos críos? Shana prefirió dejar pasar el comentario.

      Matricular a Jazmine resultó sorprendentemente fácil: no tuvo más que rellenar un par de formularios y entregar una copia de los documentos de la tutela. Una profesora se encargó de acompañar a Jazmine a una clase. Shana la observó marcharse, reprimiendo el impulso de seguirla como un perro faldero.

      —¿Es su primera vez como tutora? —le preguntó la secretaria del colegio.

      —Sí. Jazmine lo ha pasado muy mal —prefirió no contarle lo de la muerte de Peter y el hecho de que Ali estaba embarcada. Instintivamente pensó que cuanta menos gente supiera todas esas cosas, mejor sería para la niña.

      —Se adaptará bien.

      —Eso espero —pero Shana no estaba tan segura. Sólo quedaban unas pocas semanas para que terminara el año escolar. Justo cuando Jazmine empezara a adaptarse, comenzarían las vacaciones. ¿Y qué haría entonces Shana con ella? Ésa era una pregunta para la que no tenía respuesta. Por el momento.

      Reacia, subió al coche y condujo hasta la pizzería-heladería Olsen. Había pensado en cambiarle el nombre, pero el local llevaba cerca de treinta años llamándose así. En esas circunstancias un nombre nuevo habría significado una desventaja, de modo que había decidido conservarlo de manera provisional.

      La jornada transcurrió apaciblemente después de la visita al colegio. La preparación de Shana a cargo de los Olsen había terminado. El matrimonio le había insistido en que el secreto de sus pizzas era la salsa de tomate, hecha con una receta especial que había permanecido secreta durante treinta años… Sólo cuando hubo firmado las escrituras de traspaso había recibido Shana la famosa receta, que a primera vista no era nada espectacular. De hecho, su madre solía preparar una muy parecida para sus espaguetis…

      En el local había una enorme máquina mezcladora. Siguiendo el ejemplo de los Olsen, lo primero que hacía cada mañana al entrar en la tienda era preparar la masa, que luego guardaba en el frigorífico, a la espera de los pedidos del día. El restaurante abría a las once. La cantidad de masa que pudiera necesitar era un completo misterio, no había forma de preverlo: el mayor temor de Shana era quedarse corta. Como resultado, a veces preparaba demasiada. Pero estaba aprendiendo.

      El bullicio era constante: gente que entraba para esperar el ferry, estudiantes de instituto, jubilados, turistas… Shana pensaba contratar pronto a un trabajador a tiempo parcial. Otra idea que tenía era la de introducir una sopa en el menú.

      Se puso alerta al ver aparecer de repente un autobús escolar. Jazmine bajó, ceñuda como siempre, y entró en el local. Sin pronunciar una palabra, se sentó a una de las mesas.

      —¿Y bien? —le preguntó Shana, incapaz de disimular su nerviosismo—. ¿Qué tal ha ido?

      Jazmine se encogió de hombros.

      —¿Has aprendido algo interesante?

      La niña se limitó a negar con la cabeza.

      —¿Has hecho algún amigo?

      —No —esa vez la fulminó con la mirada.

      Era una manera enfática de decirle que las cosas no habían ido bien.

      —Entiendo —suspiró—. ¿Tienes hambre? Puedo hacerte una pizza.

      —No, gracias.

      La campanilla de la puerta anunció la entrada de una clienta, que se dirigió directamente al mostrador de los helados. Shana fue hacia allí y esperó pacientemente a que la mujer eligiera sabor. Mientras le entregaba el cucurucho de menta con chocolate, se dio cuenta de que algo había pasado con Jazmine: la notaba diferente. Sólo cuando la mujer se hubo marchado, descubrió lo que era.

      —Jazz… ¿dónde está tu mochila?

      La niña no contestó.

      —¿Te la has olvidado en el cole? Podemos volver para recogerla, si quieres —eso no sería hasta las seis, la hora de cierre del local, pero no se lo dijo.

      Jazmine


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