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La leyenda del jinete sin cabeza y otros cuentos - Washington Irving


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      La leyenda del jinete sin cabeza y otros cuentos

      La leyenda del jinete sin cabeza y otros cuentos (1820) Washington Irving

      © Editorial Cõ

      Leemos Contigo Editorial S.A.S. de C.V.

      [email protected]

      Edición: Octubre 2020

      Imagen de portada: John Quidor, Public domain, via Wikimedia Commons

      Traducción: Benito Romero

      Prohibida la reproducción parcial o total sin la autorización escrita del editor.

      La leyenda del jinete sin cabeza

      Encontrado entre los papeles del difunto Diedrech Knickerbocker.

       Era una agradable tierra de hipnótica calma, de sueños que se desplazan ante los ojos entrecerrados; y de alegres castillos en las nubes que pasan, siempre girando alrededor de un cielo de verano. Castillo de la Indolencia

      En lo profundo de una de las espaciosas ensenadas que se forman en la costa oriental del Hudson, donde hay un ensanchamiento del río al que los antiguos marinos holandeses llamaron “Tappan Zee”; y donde acortaban velas prudentemente mientras invocaban a San Nicolás mientras lo cruzaban, justo allí se alza un pequeño pueblo mercantil o puerto rural, al que algunos llaman Greensburg, pero que es general y más propiamente conocido por el nombre de Tarry Town. Recibió este nombre antiguamente, nos contaron, de las buenas mujeres de una región vecina, dada la propensión de sus esposos a entretenerse en la taberna del pueblo en los días de mercado. Sea como sea, no digo que sea un hecho, sino que me limito a anunciarlo, para ser preciso y auténtico. No lejos de este pueblo, tal vez a unos tres kilómetros, hay un pequeño valle o, más bien, un pedazo de tierra entre colinas altas, que es uno de los lugares más tranquilos de todo el mundo. Un pequeño arroyo corre a través de él, con sólo un murmullo suficiente para arrullarlo a uno para que descanse; el silbido ocasional de una codorniz o el golpeteo de un pájaro carpintero es casi el único sonido que rompe la uniforme tranquilidad.

      Recuerdo que, cuando era un joven, mi primer hazaña al cazar una ardilla fue en un bosque de nogales no muy altos que sombrean un lado del valle. Me había adentrado en él al mediodía, cuando todo en la naturaleza está peculiarmente tranquilo, y me sobresaltó el rugido de mi propia arma, ya que rompió la quietud del sábado y el sonido se prolongaba y reverberaba con ecos enojados. Si alguna vez quisiera un retiro donde pudiera apartarme del mundo y sus distracciones, y evadir tranquilamente los rastros de una vida problemática, no conozco nada más prometedor que este pequeño valle.

      A causa de la lánguida quietud del lugar y del carácter peculiar de sus habitantes, que son descendientes de los colonos holandeses originales, esta aislada cañada se conoce desde hace mucho tiempo con el nombre de Sleepy Hollow, y los campesinos que viven ahí son llamados los muchachos de Sleepy Hollow en todos los pueblos vecinos. Una influencia adormecedora y soñadora parece colgar sobre la tierra y permear la atmósfera misma. Algunos dicen que el lugar fue embrujado por un médico de la alta franconia, durante los primeros días de su fundación; otros, que un viejo jefe indio, el profeta o el mago de su tribu, celebró sus powows allí antes de que Henry Hudson descubriera el país.

      Lo cierto es que el lugar aún continúa bajo el dominio de algún poder de brujería, que ejerce un hechizo sobre las mentes de las buenas personas que hace que caminen en un continuo ensueño. Son proclives a todo tipo de creencias maravillosas; están en trance y alucinan, y con frecuencia tienen visiones extrañas, y escuchan música y voces en el aire. En todo el vecindario abundan los cuentos locales, lugares encantados y supersticiones crepusculares; las lluvias de estrellas y los meteoros se ven en mayor cantidad y con mayor frecuencia a través del valle que en cualquier otra parte del país, y las pesadillas parecen convertirla en la escena favorita de sus jugarretas.

      Sin embargo, el espíritu dominante que ronda esta región encantada, y parece ser el comandante en jefe de todos los poderes en el aire, es la aparición de una figura a caballo, sin cabeza. Algunos dicen que es el fantasma de un soldado hessiano, cuya cabeza fue arrancada por una bala de cañón, en una batalla sin nombre durante la Guerra de la Independencia, y que la gente del campo de vez en cuando lo ve cuando pasa de prisa en la oscuridad de la noche, como si lo llevara el viento. Sus apariciones no se limitan al valle, sino que se extienden a veces a las carreteras adyacentes, y especialmente a las proximidades de una iglesia que se encuentra a corta distancia. De hecho, algunos de los historiadores más fidedignos de esos lares, que han sido cuidadosos al recopilar y cotejar los imprecisos datos concernientes a este espectro, sostienen que, ya que el cuerpo del soldado fue enterrado en el cementerio de la iglesia, el fantasma cabalga hacia la escena de la batalla en la búsqueda nocturna de su cabeza, y que la velocidad apresurada con la que a veces pasa a lo largo de Hollow, como una ráfaga de medianoche, se debe a que va retrasado, y tiene prisa por regresar al cementerio antes del amanecer.

      Tal es el interés general de esta superstición legendaria que ha proporcionado material para muchas historias salvajes en esa región de sombras, y el espectro es conocido en todos los hogares del país con el nombre del jinete sin cabeza de Sleepy Hollow.

      Es notable que la propensión visionaria que he mencionado no se limite a los habitantes nativos del valle, sino que se absorbe inconscientemente por todos los que residen allí por un tiempo. Por muy despiertos que hayan estado antes de entrar en esa región del sueño, es seguro que en poco tiempo inhalarán la influencia hechicera del aire y comenzarán a volverse imaginativos, tendrán sueños vívidos y verán apariciones.

      Menciono este lugar pacífico con todo el reconocimiento posible porque es en los valles holandeses tan pequeños y retirados, encontrados aquí y allá en el gran Estado de Nueva York, que la población, usos y las costumbres permanecen fijas, mientras que el gran torrente de migración y progreso, que produce cambios incesantes en otras partes de este país inquieto, pasa por ellos sin ser notado. Son como esos pequeños rincones de aguas tranquilas, que están a la orilla de un arroyo rápido, donde podemos ver pajitas y burbujas quietas, o girando lentamente en su simulado puerto, sin ser molestadas por la velocidad de la corriente que pasa cerca. Aunque han transcurrido muchos años desde que pisé el entorno somnoliento de Sleepy Hollow, me pregunto si no debería encontrar los mismos árboles y las mismas familias vegetando en su seno protegido.

      En este extraño rincón de la naturaleza se alojó, en un período remoto de la historia de los Estados Unidos, es decir, hace unos treinta años, un buen hombre de nombre Ichabod Crane, que permaneció, o, como él se expresaba, se "aletargó" en Sleepy Hollow, con el propósito de instruir a los niños del vecindario. Nació en Connecticut, un estado que proporciona a la Unión pioneros tanto para la mente como para el bosque, y que envía anualmente a los estados fronterizos legiones de leñadores y de maestros de escuela rurales. El apellido de Crane (grulla) le sentaba bien a su persona. Era alto, pero extremadamente lacio, con hombros estrechos, brazos y piernas largos, manos que colgaban muy por debajo de sus mangas, pies que podrían haber servido de palas, y todo su cuerpo colgaba como desmadejado, de la manera más holgada. Su cabeza era pequeña y plana en la parte superior, con enormes orejas, grandes ojos verdes y vidriosos, y una larga nariz agachadiza, de modo que parecía un gallo veleta posado sobre su flaco cuello para indicar la dirección del viento. Al verlo caminar de perfil en una colina en un día ventoso, con sus ropas revueltas y agitándose a su alrededor, uno podría haberlo confundido con un espíritu de la hambruna que descendiera sobre la tierra, o algún espantapájaros que hubiera escapado de un campo de maíz.

      Su escuela era un edificio bajo de una gran sala, rudamente construida con troncos; las ventanas parcialmente acristaladas, y en parte remendadas con hojas de viejos cuadernos. Cuando no había nadie, quedaba asegurada de una manera muy ingeniosa con un mimbre enrollado en el picaporte de la puerta y estacas contra las persianas de la ventana; de modo que, aunque un ladrón pudiera entrar con perfecta facilidad, encontraría cierta incomodidad al salir, una idea muy probablemente tomada por el arquitecto, Yost Van Houten, del ingenioso sistema de una trampa para angulas. La escuela


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