Desafío al pasado - La niñera y el magnate. Christina HollisЧитать онлайн книгу.
en el agua fresca de la piscina. Suponía que la familia tardaría una hora o dos en regresar, así que podía aprovechar para darse un baño en su ausencia. Subió a su habitación a ponerse el bañador bajo la falda y la blusa. Equipada con protección solar, una toalla y un libro, bajó y salió por la puerta trasera.
Dejó su ropa en una tumbona, baja una sombrilla y se introdujo en la deliciosa agua fresca, cerrando los ojos para incrementar su placer. Era maravilloso. Tarareó una melodía mientras flotaba de espaldas. Perdió la noción del tiempo hasta que oyó un intenso ruido a su derecha y una cascada de agua cayó sobre ella. Se frotó los ojos y volvió la cabeza.
En el otro extremo de la piscina emergió una cabeza morena y supo de inmediato que era Jonas. Lo observó nadar hasta la pared, girar y nadar hacia ella. Era impresionante verlo en el agua, parecía avanzar sin esfuerzo alguno. Jonas se detuvo a su lado, sonrió y se apartó el pelo de los ojos.
–Lo siento si te he molestado –se disculpó, con el habitual brillo de humor en los ojos.
–No sabía que habíais vuelto –contestó ella, intentando mantener la serenidad.
–¿Vuelto? –preguntó Jonas, enarcando una ceja y acercándose más.
–De la iglesia –se alejó más, hasta que el borde de la piscina impidió su huida. Maldiciendo para sí, Aimi alzó la barbilla y lo miró.
–Ah, yo no voy a la iglesia, excepto en ocasiones especiales –sonrió, captando su nerviosismo–. Por eso cuentas con el placer de mi compañía esta mañana –una de sus piernas rozó las de ellas.
Aimi sabía que lo había hecho a propósito, pero no por eso dejó de sentir una intensa sensación. Entreabrió los labios y tomó aire; por desgracia, una oleada de agua golpeó su rostro en ese instante y, atragantándose, empezó a toser. Jonas la rodeó con un brazo y enredó las piernas con las suyas, manteniéndola a flote.
–Tranquila. Te tengo –afirmó, tranquilizador. Aimi captó el tono divertido de su voz.
–¡Lo has hecho a propósito! –lo acusó, en cuanto pudo hablar.
–¿Haría yo algo así? –se burló él.
En ese momento Aimi se dio cuenta de que estaba agarrada a sus hombros y que su piel bronceada era tan suave y agradable que deseaba acariciarla. Sintió la fuerza del brazo que rodeaba su cintura y eso provocó un estallido de fuegos artificiales en sus nervios.
–¡Claro que sí! –escupió ella airada, intentando apartarlo. Era inamovible como una montaña, así que desistió para no hacer aún más el ridículo–. Ya puedes soltarme, estoy bien.
–No te preocupes. Estoy cómodo así –replicó él con una sonrisa.
Aimi no lo estaba en absoluto. La parte rebelde de sí misma, que había emergido esos últimos dos días, habría seguido así mucho tiempo, pero ésa no era la cuestión. No podía estar en sus brazos en ninguna circunstancia. Con las piernas enredadas en un nudo, su mente estaba conjurando imágenes eróticas que no iban a ayudarla a luchar contra su atracción por él. De repente, se le ocurrió cómo recuperar su libertad.
–Jonas –le dijo con el tono seductor que tan buenos resultados le había dado en otros tiempo. Él la miró a los ojos.
–Sí, Aimi, cariño.
–Puede que no te hayas dado cuenta, pero mi rodilla está estratégicamente situada –dijo ella con voz suave–. Si yo fuera tú, me soltaría.
–Tienes razón –Jonas dejó escapar una risita–. ¿Harías algo tan terrible? –al ver la amenaza de sus ojos, se rindió–. Tú ganas –la soltó y Aimi nadó rápidamente hacia los escalones.
Salió de la piscina con los nervios a flor de piel. Supo que él la contemplaba mientras iba a su tumbona y se secaba. No tenía ni idea de qué diablos hacer. Si se marchaba, Jonas sabría que la había afectado. La única opción era quedarse y capear el temporal.
Por eso se concentró en ponerse protección solar y luego se sentó a leer. Sin embargo, por encima del borde del libro, lo veía nadar de un lado a otro. Inconscientemente, bajó el libro, observando su poderoso cuerpo cortar el agua. Hipnotizada, no se dio cuenta de lo que estaba haciendo hasta que él se detuvo; alzó el libro.
Minutos después vio, por el rabillo del ojo, que había salido de la piscina e iba hacia ella. La visión de su esbelto cuerpo masculino, bronceado y brillante por el agua, hizo que se le cerrara la garganta y se le secara la boca. Estaba para comérselo. El bañador negro dejaba poco a la imaginación y ella sintió cómo se derretía ante tanta virilidad. Todo lo que había de femenino en ella reaccionó a la visión.
–¿Es un buen libro? –preguntó Jonas, al pasar a su lado.
–Mucho –le contestó, aunque ni siquiera habría podido decirle de qué trataba.
Lo oyó moverse por ahí y después debió tumbarse, porque oyó un suspiro. Miró por encima del libro y lo vio sobre una tumbona, a unos metros de ella. Decidió que estando allí no le causaría problemas y volvió a la lectura. Sin embargo, cuando se dio cuenta de que había empezado la misma página media docena de veces, por lo pendiente que estaba de él, cerró el libro y lo dejó a un lado.
Ajustó la tumbona en posición horizontal y se tumbó boca abajo, apoyando la cabeza en los brazos. El calor y el silencio hicieron que se adormilara. De repente, sintió unas manos en la espalda, subiendo hacia el cuello. Dio un gritito e intentó incorporarse; las manos lo impidieron.
–Estoy poniéndote crema protectora en la espalda –dijo Jonas con calma–. Vas a quemarte con este sol.
Aimi se mordió el labio mientras los dedos rozaban sus costillas, acercándose peligrosamente a sus pechos. Sintió una burbuja de histeria en la garganta, estaba ardiendo y el sol no tenía nada que ver. Deseó que se detuviera, el contacto de sus manos la estaba volviendo loca. Jonas, sin embargo, parecía dispuesto a tomarse su tiempo y cuando por fin acabó ella estuvo a punto de gruñir, no sabía si por alivio o desilusión.
–Creo que con eso valdrá –afirmó él–. ¿O quieres que te ponga también en las piernas?
–¡No! –rechazó ella con demasiada rapidez–. Ya me he puesto yo. Gracias –añadió con voz ronca, sin mirarlo.
–Vale. Ahora tú puedes ponerme a mí en la espalda –dijo él con toda tranquilidad.
–¿Qué? –entonces sí que se volvió hacia él.
Jonas la miró con expresión inocente como la de un niño, sin duda falsa.
–¿Puedes ponerme crema en la espalda? –repitió. Sin dudar que aceptaría, volvió a su tumbona y se tumbó boca abajo.
Aimi se incorporó y, con desgana, agarró el bote de crema. En su interior se libraba una batalla. Por un lado, sabía que lo sensato sería negarse, por otro, su parte sensual que, había conseguido escapar de su prisión de hielo, quería explorar los intrigantes planos de su cuerpo bronceado. Ésa fue la parte que ganó la batalla; fue hacia él.
Se arrodilló a su lado, echó un chorro de crema en el centro de su espalda, inspiró con fuerza y empezó a extenderla con las palmas de las manos. Había pretendido hacerlo de forma profesional, pero una vez lo tocó distanciarse se convirtió en un imposible. Tenía la piel firme pero sedosa, y la sensación era muy erótica. Perdió la noción del paso del tiempo, disfrutando del contacto.
–Mmm –suspiró Jonas con placer evidente–. Fantástico. Tienes unas manos maravillosas. Podría acostumbrarme a esto.
Fue poco más que un murmullo sensual, pero devolvió a Aimi a la realidad. «¿Qué estás haciendo?», se preguntó, horrorizada. Roja como la grana, acabó con su tarea y se apoyó en los talones.
–Ya está –dijo, preparándose para levantarse. Tenía que alejarse de él cuanto antes.
Jonas