Darshan. Alexis Racionero RaguéЧитать онлайн книгу.
de una forma concreta, en la inmediatez del presente, es asimismo básico comprender que todo está en permanente cambio, tal como han establecido diversas filosofías orientales, como el taoísmo chino o el vedanta hinduista. Por lo tanto, la energía, que unos llaman chi y otros prana, está en constante movimiento y se desplaza por todas partes, incluyendo nuestro cuerpo, entorno y naturaleza.
Al igual que los planetas se desplazan y la Tierra rota, la energía que nos rodea y también nuestras células están en permanente cambio. En el pensamiento oriental, hay mayor tendencia a vincular este flujo a lo mental, adoptando posturas más flexibles, asimilando las cosas como vienen, sin un plan determinado, fijo e impostado.
Occidente quiere el plan, el control, la planificación, por eso muchas veces surge la frustración cuando las cosas no salen como las hemos previsto. En cambio, la mayoría de los países asiáticos (tal vez en este capítulo deberíamos descartar la más mecanizada mente nipona) se deja llevar por la improvisación de lo que viene, comprendiendo que todo fluye y que es absurdo aferrarse a las cosas, ideas, etc.
Nosotros, los occidentales, pensamos que somos la misma persona todos los días y no nos damos cuenta de que ningún día es igual, por mucho que fijemos una rutina que nos garantice vivir en una zona de confort.
El destino puede cambiar todo cuanto nos rodea en un simple día, como bien saben muchos habitantes asiáticos expuestos a tornados, tsunamis, inundaciones o terremotos, que pueden acabar en nada con todo lo que poseen. Ahí están los casos de desastres naturales que han asolado Myanmar, Camboya, Vietnam, Indonesia y Nepal.
Muchos de estos países deben convivir con el peligro de estas amenazas y la inclemencia de las lluvias monzónicas que les visitan cada año.
De esta forma, la naturaleza parece imponer su ley, recordando que todo aquello que existe en este momento habrá dejado de ser en unos segundos.
El medio natural parece querer decirle al hombre que su vida está en permanente cambio, como lo están sus cuatro elementos: agua, tierra, fuego y aire.
Por mucho que el ser humano quiera controlar, cogerse a lo que le funciona, le gusta o le resulta cómodo, las cosas cambian de forma imprevista. Es la ley del azar, del fluir que nos obliga a dejarnos llevar, al igual que el tronco que navega en la corriente del río, sorteando obstáculos, evitando quedar estancado, siguiendo la línea de menor resistencia.
La cultura occidental conoce esta ley gracias al sabio presocrático Heráclito, quien dijo que es imposible volver a bañarse en el mismo río, pero parece haber olvidado la lección. En cambio, esto es algo que en lugares del sudeste asiático como Thailandia, Laos, Camboya o Vietnam conocen muy bien, porque sus vidas transcurren en el agua, ya sea sobre el mar, los ríos y canales o en las tierras interiores encharcadas, sobre las que crecen las plantaciones de arroz.
Sus gentes, pescadores o campesinos, al igual que los que viven en las montañas de los Himalayas, asimilan perfectamente las lecciones de su elemento natural, algo que se ha perdido en Occidente, debido a la concentración urbana e industrial.
Además, nosotros creemos dominar la naturaleza con nuestra fuerza tecnológica, pero quienes están en el Tao comprenden el modo de ser de la naturaleza.
«El gran Tao es como el río que fluye en todas las direcciones.
Todos los seres le deben la existencia y él a ninguno se la niega. Cuando realiza su obra, no se la apropia.
Cuida y alimenta a todos los seres sin adueñarse de ellos.
Carece de ambiciones, por eso puede ser llamado pequeño.
Todos los seres retornan a él sin que los reclame, y por eso puede ser llamado grande.
De la misma forma, el sabio nunca se considera grande, y así, perpetúa su grandeza.»
Tao Te King, XXIV
El agua es tránsito, símbolo del alma, elemento que se vincula con las emociones y la creatividad. La materia de la cual procedemos y que ocupa gran parte de nuestro organismo.
Si simplemente nos limitáramos a escucharla, comprenderíamos que debemos perder nuestro miedo al cambio. Todo fluye... Entonces, ¿para qué aferrarse, por qué negarlo?
Aprende a liberar tu carga y a transitar atento al eterno cambio, al movimiento continuo que nos envuelve.
Es inútil resistirse al fluir de los acontecimientos y al flujo continuo de la naturaleza.
País/territorio: Thailandia
El país de los tais es uno de los destinos más amables que pueden encontrarse en toda Asia. Si bien es cierto que su capital, Bangkok, es una inmensa metrópolis con una energía que puede llegar a ser extenuante, el carácter tailandés fascina por su amabilidad y talante budista.
Su gente vive sin prisas, sin exigencias y sin quejas, independientemente de cuál sea la situación. Puede haber restos de agresividad en los conductores de tuk-tuks en las grandes ciudades, aunque mayoritariamente lo que uno encuentra en Thailandia es dulzura y formas elegantes, al igual que en los países vecinos del sudeste asiático, como Myanmar, Laos o Camboya, también bajo la forma de budismo Hinayana, que cree en la liberación en esta vida.
Bangkok es el epicentro financiero y comercial. Ubicada junto al río Chao Praya que la convirtió hace siglos en importante puerto de intercambio, hoy ejerce de hub asiático que conecta Occidente con muchas destinaciones de Asia.
Asimismo, se ha convertido en el lugar de residencia de múltiples occidentales. El país vive bajo una monarquía cada vez menos absolutista y con la voluntad de abrirse al mundo, por detrás de gigantes asiáticos como China o India. Al igual que estos, puede ser un lugar de contrastes, aunque las diferencias entre ricos y pobres no son tan exageradas. Probablemente, solo en los grandes y lujosos centros comerciales de zonas de Bangkok, como Silom, se note la distancia entre los muy ricos y el resto de la población.
Con localidades como Chang Mai y Chang Rai, el norte es más rural y montañoso, con zonas selváticas que se adentran en el prohibido triángulo del opio: una zona fronteriza, que une a Thailandia con Laos y Myanmar, en la que el tráfico de droga ha causado estragos desde hace décadas.
La droga y la prostitución son inherentes al paisaje humano tailandés, una herencia de la ya lejana guerra de Vietnam, que desde entonces atrae a los occidentales en busca de hedonismo, escapismo, vicio y diversión.
La alta concentración de prostitución en diversas zonas de Bangkok, como Nana o Pat Pong, pueden convertir este destino en una especie de Estación Termini de la decadencia de Occidente.
Esta es una cara de Thailandia que hay que tener en cuenta, pero se trata de algo que uno encuentra si lo va a buscar, o cuando a lo largo del viaje se visitan determinadas destinaciones, como la playa de Pattaya o alguna de las supuestas islas paradisíacas del archipiélago tailandés. Si se viaja por zonas rurales del interior, como Lampang, todo esto desaparece. Lo mismo sucede en Bangkok, evitando ciertos barrios.
Mi experiencia como viajero en Thailandia ha sido casi siempre la de estar de paso, he recurrido a Bangkok como enlace para otros destinos. Sin embargo, han sido tantas las veces que he pasado por esta ciudad que se ha convertido en una de mis ciudades predilectas del continente asiático. Casi siempre me he alojado cerca del río, cerca del Hotel Oriental, con la proximidad del embarcadero que te permite tomar las lanchas públicas, que remontan el río en dirección al barrio chino, el Palacio Real o el barrio mochilero de Kaosan Road, en el norte.
En ocasiones, he llegado a emprender cortas excursiones para visitar lugares de interés histórico, como las ruinas de Ayutayya y Sukhotai, que cobijan los restos del antiguo reino de Siam, o a la más lejana Phimai, con templos que anticipan la civilización jemer de Angkor Wat.
En todos los casos, mi impresión de Thailandia ha sido la de un país amable, donde se me hace fácil seguir el fluir de su gente, donde puedo improvisar sin temer que las cosas puedan complicarse. Se trata de un lugar de