Sobre hielo. Peter KurzeckЧитать онлайн книгу.
puertas. Tiro la basura, no hay correo (el golpe en la rodilla me duele, ¡mi rodilla izquierda!) y, cuando vuelvo a subir, la cafetera se ha caído. ¿La habré puesto un poco inclinada, con las prisas, o se ha caído ella sola del susto? La torre de la televisión se inclina hacia la ventana. Es la segunda vez que me quemo los dedos. Limpiar el fogón, las diez y cinco (hace un momento aún era las diez menos diez). El práctico anillo de hierro para suplementar la hornilla parece un símbolo, pero ¿de qué? ¿Qué quiere decirnos? ¿No hay testigos? ¡Una última vez! La torre de la televisión cada vez más cerca. El cielo se asoma para mirarme por todas las ventanas. ¡A recoger rápidamente el manuscrito, para que pueda dejarlo solo! Preferiría llevármelo, pero entonces se mezclará con todo y me echará a perder la candidatura al puesto. Desde hace tres semanas, todas las noches sostengo conversaciones conmigo, una cama en la gran habitación. Sigue habiendo almohadas y mantas y cojines en esa habitación. Para jugar, para los desparrames irrenunciables en pleno día y, si hay visita, para las visitas. Ahora, una cama cada noche. Para mí solo una cama, en el avanzado silencio que sigue a la medianoche (¿es ese el tiempo que me queda?), y sigo perplejo. Esta vez llego a tiempo a la cocina. ¡Así que funciona! Sólo que, como se demuestra, esta vez por desgracia he olvidado poner el café. Sólo he hervido agua con el agua. Y he vuelto a quemarme los dedos. Los pulgares también (el pulgar derecho). Casi estoy dispuesto a quedarme sin expreso, pero no soy capaz de rendirme nunca. ¡Y menos en la desgracia! A enfriar con agua la cafetera y a volver a ponerle café. ¡Y a no perderme de vista, ni a mí ni a la cafetera!
Delante de la ventana, el día. Se oye cuando hierve. Como una pequeña y celosa locomotora, así es como se oye la cafetera. Y empieza a bufar, hierve, bufa y vibra. Y empieza a oler a café. Pero esta vez tarda. Esperas y el tiempo se te hace largo, siempre es así. Quedarse de pie y esperar. Normalmente las cosas salen por sí solas. Se ha pasado tantas veces de cocción que ya huele a quemado. Cada vez con mayor claridad. Pero, antes de tener alucinaciones olfativas y pensar en mi padre, lo hace aún con más transparencia (¡porque mi padre tiene el mejor olfato del mundo!). Paciencia, te dices, pero ¿de verdad puede tardar tanto? Otra vez a mirar el reloj, el día es tan oscuro y silencioso como si tuviera un mensaje para mí. Diciembre. Y cuando regreso a la cocina la cafetera ya empieza a estar al rojo. ¡He olvidado el agua! (¡Raras veces ocurre!) ¡Esta vez la cafetera ha estado a punto de explotar! Aún yace siseando en el fregadero, un shock, pánico, y se revuelve de calor y de miedo. Ya me había quemado antes dos o tres veces, pero esta vez me quemo de verdad, y además me golpeo la rodilla. ¡Sin agua! ¡Olvidarse del agua! Después de que ya haya salido mal mil veces, puede comprenderse. El café cocido hecho una bola, la junta de la cafetera quemada, goma, y apesta. Me quemo los dedos una y otra vez. La cabeza como hinchada. Me arde la cara. ¡Quizá tenga fiebre! Apenas es posible desenroscar la cafetera. Quizá se haya atascado para siempre. ¿Qué hacer ahora? A punto de llamar a Sibylle, cuando me acuerdo de la separación. ¡Hace mucho que es demasiado tarde, pero no sé estar sin ella! Ahora ¿la derrota como derrota y enseguida a un sanatorio (¡hay que mirar en la guía telefónica! ¿Dónde está nuestro plano de la ciudad?), o la segunda cafetera, la pequeña, y empezar otra vez desde el principio? ¡Justo una taza! Ahora la realidad regresa a mí. Ahora volvemos a empezar. Con cuidado ahora, para que el tiempo también se ponga en razón. Agua, exactamente la cantidad justa. El café. No demasiado flojo ni demasiado apretado. Presente. El cielo es mi testigo. La cafetera enroscada y lista, pero aún no puesta al fuego. ¡Primero la historia, hay que librarse de ella! Al menos por teléfono (¡de otro modo tendré que llevarla conmigo al teatro, y se colará en la entrevista de trabajo!). Mi amigo Jürgen en Portugal. Edelgard también está de viaje. Sibylle está en la editorial. Christa, en Nueva Orleáns. Jana, en España o en Suecia, casi no hay diferencia. Se me ha perdido Praga entera. Hundida. Bohemia está ahora en el fondo del mar. Wolfram en un adosado, ni siquiera sabía la dirección. Eckart desaparecido. Horst un monumento. Manfred en Giessen y sin teléfono. También hace mucho que no vuelve en sí de la embriaguez. No hay nadie aquí. No sólo he perdido mi trabajo con el preaviso legal, sino que después de la separación no me ha quedado ni un solo amigo. O al menos eso me parece ahora. ¡Llamar enseguida a Anne! Por suerte ya está despierta. La mayoría de las veces, lee toda la noche todas las noches. Siete veces, dije, normalmente sale solo. Un día angosto. Me he dado un sensible golpe en la rodilla izquierda, y ahora la rodilla está ofendida. Las rodillas son complicadas. ¡Siete veces mal, y me he quemado los dedos una y otra vez! ¡Y ahora ya es demasiado tarde! ¡Tanto expreso! ¡Y es una injusticia! ¡Ya es demasiado tarde, y aún así no puedo irme! Ahora por última vez, dije, ¡de lo contrario me volveré loco! ¿Quizá no fuera tan malo? ¡Una nueva experiencia! ¡De qué manera tan penetrante me ha mirado el cielo! El día lleno de vileza, silencioso. ¡Cada objeto es igual que un reproche! ¡Ahora es demasiado tarde, y aún así quiero mi expreso! ¡Quiero verlo y olerlo y probarlo y gozar de ese momento único de silencio y tiempo y paz conmigo! Y apurarlo y luego, deprisa: el día de hoy, quién soy y adónde... ¡no olvidar nada! Decírmelo todo de antemano y al tranvía, ¡deprisa! Apagar el gas, cerrar la puerta, memoria, agarrar la llave, ¡y desde ese momento todo bien! ¡Como siempre, siempre se consigue! Mientras se está en el mundo, se entiende, ¡mientras se sigue vivo y en uno mismo! Todo se consigue siempre en el último momento, ¡hasta ahora! ¡Precisamente en eso se diferencian los vivos de los muertos! También puede ocurrir que uno quiera tomar, deprisa, un expreso: que haya puesto al fuego la cafetera, ¡todo en orden! Pero que haya olvidado encender el gas, me dije, ¡también eso puede pasarle a uno! Los mangos de baquelita pueden fundirse, ¡y entonces hay que describir los colores de las llamas! El filtro atascado. Se te ha quemado ligeramente una juntura. Pero, por lo demás, cuando no se dispone de mayores recursos tecnológicos, una cafetera italiana es casi indestructible para un profano que tiene prisa. Ahora puedes volver a recoger la guía telefónica y el plano de la ciudad. ¡Hay que dividir el plano! El pasado también. Nueve años. Precisamente esta oscura mañana de diciembre casi me he rendido para siempre, pero luego no, ¡en el último momento, no! ¡Al menos sin derramamiento de sangre y explosión! ¿He quitado el gas? Con el horno eléctrico, las placas eléctricas y el calentador por inmersión he sufrido otras derrotas y reveses, pero también he salido victorioso. Pasado, azares, revelaciones. ¡Apagar el gas! ¡Apagar la luz! ¡Casi nunca he sufrido un gran siniestro por agua! ¡Experiencia! ¿Otro expreso rapidito? Es hora de ponerse en camino.
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