Lo mejor de Dostoyevski. Fiódor DostoyevskiЧитать онлайн книгу.
ya soy vieja; pero no vayas a creerte, Nastenka, que te estoy buscando marido.» Yo sospechaba que era para eso…
¡Ay, Nastenka!
Y los dos rompimos a reír.
Bien, basta ya. ¿Y usted dónde vive? Ya se me ha olvidado.
Ahí, junto a uno de los puentes, en casa de Barannikov.
¿Esa casa tan grande?
Sí, esa casa tan grande.
Ah, sí, ya sé, es una casa hermosa. Bueno, pues ya sabe que mañana la deja y se viene con nosotras cuanto antes…
Pues mañana, Nastenka, mañana. Estoy algo retrasado con el pago del alquiler, pero no importa… Voy a recibir mi paga pronto y…
Y ¿sabe?, quizá yo dé lecciones. Yo misma me instruiré y daré lecciones…
¡Magnífico! Y yo recibiré pronto una gratificación, Nastenka…
De modo que mañana será usted un inquilino…
Sí, e iremos a oír El Barbero de Sevilla, porque lo van a poner pronto otra vez.
Sí que iremos dijo riendo Nastenka . No. Mejor será que vayamos a oir otra cosa en lugar de El Barbero.
Bueno, muy bien, otra cosa. Claro que será mejor. No había pensado…
Hablando así, íbamos y veníamos como aturdidos, como caminantes en la niebla, como si no supiéramos qué nos pasaba. A veces nos parábamos y charlábamos largo rato en un mismo lugar; a veces reanudábamos nuestras ¡das y venidas y llegábamos hasta Dios sabe dónde, y allí vuelta a reír y vuelta a llorar… De pronto, Nastenka decidió volver a casa. Yo no me atreví a retenerla y quise acompañarla hasta la puerta misma. Nos pusimos en camino y al cabo de un cuarto de hora nos hallamos de nuevo en nuestro banco del muelle. Allí suspiró y alguna lagrimilla volvió a bañarle los ojos. Yo quedé cohibido y perdí un tanto mi ardor… Pero ella, allí mismo, me apretó la mano y me arrastró de nuevo a caminar, a charlar, a contar cosas…
Ya es hora de que vaya a casa, ya es hora. Pienso que debe ser muy tarde dijo por fin Nastenka , ¡basta ya de chiquilladas!
Sí, Nastenka, pero lo que es dormir, no dormiré ahora. Yo no me voy a casa.
Yo parece que tampoco voy a dormir. Pero acompañeme usted.
Por supuesto.
Esta vez, sin embargo, es preciso que lleguemos hasta mi casa.
Claro. Por supuesto.
¿Palabra de honor?… Porque alguna vez habrá que volver a casa.
Palabra de honor contesté riendo.
Bueno, andando.
Andando.
Mire el cielo, Nastenka, mírelo. Mañana va a hacer buen día. ¡Qué cielo tan azul! ¡Qué luna! ¡Mire cómo la va a cubrir esa nube amarilla, mire, mire! No, ha pasado junto a ella. ¡Mire, mire!
Pero Nastenka no miraba la nube, sino que, clavada en el sitio, guardaba silencio. Un instante después comenzó a apretarse contra mí con una punta de timidez. Su mano temblaba en la mía. La miré… Ella se apoyó contra mí con más fuerza aún.
En ese momento paso junto a nosotros un joven. Se detuvo de repente, nos miró de hito en hito y luego dio unos pasos más. Mi corazón tembló.
Nastenka dije yo a media voz . ¿Quién es, Nastenka?
Es él respondió con un murmullo, apretándose aún más estremecida contra mí.
Yo apenas podía tenerme de pie.
¡Nastenka! ¡Nastenka! ¡Eres tú! exclamó una voz tras nosotros y en ese momento el joven dio unos pasos hacia donde estábamos.
¡Dios mío, qué grito dio ella! ¡Cómo temblaba! ¡Cómo se libró forcejeando de mis brazos y voló a su encuentro! Yo me quedé mirándolos con el corazón deshecho. Pero apenas le dio ella la mano, apenas se hubo lanzado a sus brazos, cuando de pronto se volvió de nuevo hacia mí, corrió a mi lado como una ráfaga de viento, como un relámpago, y antes de que yo me diera cuenta, me rodeó el cuello con los brazos y me besó con fuerza, ardientemente. Luego, sin decirme una palabra, corrió otra vez a él, le cogió de la mano y le arrastró tras sí.
Yo me quedé largo rato donde estaba, siguiéndoles con la mirada. Por fin se perdieron de vista.
La mañana
Mis noches terminaron con una mañana. El día estaba feo. Llovía, y la lluvia golpeaba tristemente en mis cristajes. Mi cuarto estaba oscuro y el patio sombrío. La cabeza me dolía y me daba vueltas. La fiebre se iba adueñando de mi cuerpo.
Carta para ti, señorito. El cartero la ha traído por correo interior dijo Matryona inclinada sobre mí.
¿Una carta? ¿De quien? grité saltando de la silla.
No tengo idea, señorito. Mira bien. Puede que esté escrito ahí.
Rompí el sello. Era de ella.
«Perdone, perdóneme me decía Nastenka , de rodillas se lo pido, perdóneme. Le he engañado a usted y me he engañado a mí misma. Ha sido un sueño, una ilusión… ¡No puede imaginarse cómo le he echado de menos hoy! ¡Perdóneme, perdóneme!
»No me culpe, porque en nada he cambiado con respecto a usted. Le dije que le amaría y ya le amo, y aún le amo más de la cuenta. ¡Ay, Dios mío! ¡Si fuera posible amarles a ustedes dos a la vez! ¡Ay, si fuera usted él! »
«¡Ay, si él fuera usted!» me cruzó por la mente. ¿Recordé tus propias palabras, Nastenka?
«¡Dios sabe lo que yo haría por usted ahora! Sé que está usted apesadumbrado y triste. Le he agraviado, pero ya sabe usted que quien ama no recuerda largo tiempo el agravio. Y usted me ama.
»Le agradezco, sí, le agradezco a usted ese amor. Porque ha quedado impreso en mi memoria como un dulce sueño, un sueño de esos que uno recuerda largo rato después de despertar; siempre me acordaré del momento en que usted me abrió su corazón tan fraternalmente, en que tomó en prenda el mío, destrozado, para protegerlo, abrigarlo, curarlo… Si me perdona, mi recuerdo de usted llegará a ser un sentimiento de gratitud que nunca se borrará de mi alma… Guardaré ese recuerdo, le seré fiel, no le haré traición, no traicionaré mi propio corazón; es demasiado constante. Ayer se volvió al momento hacia aquél a quien ha pertenecido siempre.
»Nos encontraremos, usted vendrá a vernos, no nos abandonará, será siempre mi amigo, mi hermano. Y cuando me vea me dará la mano… ¿verdad? Me la dará usted en señal de que me ha perdonado, ¿verdad? ¿Me querrá usted como antes?
»Quiérame, sí, no me abandone, porque yo le quiero tanto en este momento… porque soy digna de su amor, porque lo mereceré… ¡mi muy querido amigo! La semana entrante nos casamos. Ha vuelto enamorado, nunca me olvidó. No se enfade usted porque hablo de él. Quisiera ir con él a verle a usted; usted le cobrará afecto, ¿verdad?
»Perdónenos, y recuerde y quiera a su
Nastenka.»
Leí varias veces la carta con lágrimas en los ojos. Por fin se me escapó de las manos y me cubrí la cara.
¡Mira, mira, señorito! exclamó Matryona.
¿Qué pasa, vieja?
Que he quitado todas las telarañas del techo. Ahora, cásate, invita a mucha gente, antes de que el techo se ensucie otra vez…
Miré