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Lo mejor de Dostoyevski. Fiódor DostoyevskiЧитать онлайн книгу.

Lo mejor de Dostoyevski - Fiódor Dostoyevski


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es que usted…? -empezó a decir. Pero se detuvo. Sin embargo, yo lo había ya comprendido todo. En su voz había algo nuevo; ya no se percibía en ella la brutalidad y la obstinación de antes, sino un sentimiento dulce, púdico, tan púdico que de pronto me sentí avergonzado y culpable frente a ella.

      -¿Qué dices? -pregunté con tierna curiosidad.

      -Que usted…

      -¿Qué.

      -Que usted habla como si leyera en un libro -dijo al fin.

      Y de nuevo me pareció percibir la burla en su voz. Este comentario me hirió profundamente. Esperaba otra cosa.

      No comprendí que ella ocultaba sus verdaderos sentimientos bajo un tono burlón, astucia a la que recurren los corazones púdicos y solitarios a los que se pretende llegar dire ctamente y que hasta el último minuto se niegan con orgullo a entregarse y temen manifestar sus sentimientos. Sólo por la timidez que mostró al iniciar varias veces su frase burlona antes de decidirse a pronunciarla debí comprenderlo todo; pero no adiviné nada, y un mal sentimiento se apoderó de mí.

      «¡Ah!, ¿sí? -pensé-. Ahora verás.»

      VII

      -¡Oh, Lisa! ¡Desde luego, los libros tienen aquí su papel! Aunque este asunto no me concierne, me desagrada. Además, me llega al corazón. Mi alma ha despertado. ¿De veras no te sientes profundamente triste aquí? Se comprende: la costumbre es una gran cosa. Sólo el diablo sabe hasta dónde puede llevar la costumbre al hombre. ¿En serio crees que no envejecerás nunca, que serás siempre bonita y que siempre te querrán tener aquí? No te hablaré de la suciedad que aquí se respira, pero quiero decirte algo sobre lo que va a ser tu vida en esta casa. Ahora eres joven y bonita, y tienes alma, sensibilidad… Sin embargo, cuando he vuelto a la realidad, me ha producido cierta repulsión verte a mi lado. Sólo venimos aquí cuando estamos completamente borrachos. En cambio, si te hubiese conocido en otra parte, si hubieses vivido como viven las personas honradas, es posible que te hubiera hecho la corte, e incluso que me hubiera enamorado de ti; que me hubiera hecho feliz una mirada tuya, y más feliz aún que tus palabras. Te habría esperado a la puerta, habría pasado horas enteras a tus pies, habrías sido mi prometida y habría juzgado este compromiso como un gran honor. N o me habría at revido a ofenderte siquiera con el pensamiento. Aquí, en cambio, me basta darte un silbido para que acudas; aquí estás obligada a obedecerme: has de venir, quieras o no, pues no soy yo quien depende de tu voluntad, sino tú quien dependes de la mía. Cuando un mujik, incluso el más humilde, se contrata para trabajar, no se vende por entero, y, además, sólo por un tiempo determinado. Pero tú… ¿Qué límite tiene tu servicio? Piensa hasta qué punto te vendes aquí, hasta qué extremo llega tu esclavitud. Vendes tu cuerpo y, con él, tu alma. Ya no dispones de tu alma. Entregas tu amor al primer borracho que pasa, para que él lo pisotee. Sin embargo, el amor lo es todo. Es un diamante, el tesoro de las muchachas. Hay hombres que para obtener ese amor son capaces de correr peligros de muerte, de perder su alma. Sin embargo, aquí, ¿qué valor tiene el amor? Te compran enteramente. ¿Y para qué quieren tu amor, si lo obtienen todo de ti sin amor? Es la mayor ofensa que se puede inferir a una joven, reconócelo.

      »He oído decir que aquí se os halaga, aprovechándose de vuestra candidez; que se os permite tener amantes. Esto es una farsa, una mentira. Se ríen de vosotras, y vosotras os dejáis engañar. ¿Puede amarre verdaderamente uno de esos amantes? No lo creo. ¿Cómo es posible que te ame sabiendo que te van a llamar de un momento a otro, que tendrás que dejarlo a él por cualquiera? El que consiente estas cosas es un miserable. ¿Qué estimación, por poca cosa que sea, puede tenerte? Se ríe de ti y, encima, te roba. En esto consiste su amor. Y puedes darte por satisfecha si no te vapulea…, cosa que es muy posible que haga. Pregúntale al tuyo (si lo tienes) si quiere casarse contigo. Como respuesta, lanzará una risotada en tus mismas narices, eso si no te escupe a la cara o te da una paliza. Pero ocurre que él no vale ni dos ochavos. ¿Y para qué (piensa en ello) has enterrado aquí tu existencia? Para que te alimenten y te den café. Pero ¿con qué objeto te alimentan? Una mujer distinta, una joven honrada, ni siquiera probaría esos alimentos, pues comprendería el fin con que se los dan. Tú debes ya a la patrona; le deberás todavía más, y tu deuda seguirá aumentando hasta el fin de tu carrera; hasta que los clientes no quieran ya saber nada de ti. Esto ocurrirá pronto. No confíes en tu juventud. Aquí el tiempo galopa. Cuando ya no sirvas, te echarán a la calle. Y, antes de echarte, te colmarán de reproches e insultos, como si no hubieses entregado a tu 'patrona tu juventud, tu salud e incluso tu alma. Te dirán que eres la ruina de la casa; te hablarán como si hubieses robado, como si hubieses sumido en la miseria a tu patrona. Y no esperes ayuda de nadie. Las demás, tus compañeras, irán también en contra tuya para adular a la patrona, pues aquí todas, todas son esclavas y han perdido hace ya mucho tiempo la conciencia y la compasión. Son cobardes y lanzarán sobre ti los insultos más groseros, más viles y más crueles. Lo dejarás aquí todo sin darte cuenta: la salud, la juventud, tus encantos, tus esperanzas, y a los veintidós años tendrás el aspecto de una mujer de treinta. Y da gracias a Dios si no te pones enferma. Te imaginas (estoy seguro) que no trabajas, que estás en continuas vacaciones. Pero no hay, no ha habido jamás trabajo más penoso que el tuyo, tanto, que tu corazón debería fundirse en lágrimas.

      »No te atreverás a pronunciar una sola palabra, ni siquiera media, cuando te echen de aquí. Te marcharás encorvada como una culpable. Irás a otra casa, luego a otra, todavía volverás a cambiar, y, finalmente, irás a parar a la plaza del Heno. Y allí recibirás paliza tras paliza, por nada, por costumbre. Así se hace siempre en aquel lugar. Ningún cliente te besará sin antes darte un buen vapuleo. ¿Te resistes a creer en tanto horror? Ve a la plaza del Heno y lo verás por tus propios ojos.

      »Yo vi una vez, una víspera de Año Nuevo, a una de esas desgraciadas. La habían echado a la calle, a modo de broma, para "calmarla", porque gritaba demasiado, y habían cerrado la puerta tras ella. A las nueve de la mañana estaba ya completamente borracha. Iba desmelenada y medio desnuda. Su cuerpo mostraba huellas de golpes. Llevaba la cara pintada y cubierta de polvos, bajo sus ojos destacaban dos grandes manchas negras y su boca y su nariz sangraban. El causante de todo aquello había sido un cochero de fiacre. Estaba sentada en los peldaños de piedra de la escalinata y tenía en la mano un pescado en salmuera. Gritaba, repetía con obstinación las mismas frases sobre su infortunio y golpeaba los escalones con el pescado. Estaba rodeada de cocheros y soldados borrachos, que se reían de ella y se divertían excitándola. Tú no quieres admitir que te ocurrirá lo mismo que a esa mujer. Tampoco yo lo quiero creer. Pero ¿qué sabes tú de eso? Ocho o diez años atrás, llegó de no sé dónde, fresca como una rosa, inocente, limpia, ignorante de todo lo malo, ruborizándose a cada momento. Tal vez era semejante a ti: orgullosa y susceptible, de mirada altiva, y persuadida de que el hombre que la amase y a quien ella amara gozaría de una felicidad inmensa. Sin embargo, ya ves cómo terminó.

      »Y piensa que acaso en el momento mismo en que golpeaba los escalones de piedra con su pescado en salmuera, borracha y desmelenada, acudieron a su memoria los años pasados en la casa paterna, aquellos años en que, pura como un ángel, iba al colegio, y el hijo del vecino la esperaba en la carretera para jurarle que la amaría eternamente y le dedicaría su vida entera, lo que terminó con la mutua promesa de quererse siempre y casarse tan pronto como fuesen mayores…

      »¡Créeme, Lisa! Sería una felicidad para ti, sí, una felicidad, morir en un rincón, en un sótano, como aquella tísica de la que te he hablado hace poco. Has mencionado el hospital. ¡Tendrías suerte si te llevaran a un hospital! Pero piensa que tu patrona te necesitará todavía. La tisis no es un simple acceso de fiebre. El enfermo conserva la esperanza hasta el último minuto y siempre dice que se siente bien. Se engaña a sí mismo, y la patrona se aprovecha de ello. Sí, así es. Le vendiste tu alma y, además, le debes dinero. Ya no puedes, por lo tanto, replicarle. Y cuando estás agonizando, todos se apartarán de ti y te abandonarán, porque ¿para qué puedes servirles en esos momentos? Y todavía te echarán en cara el sitio que ocupas y la poca prisa con que te mueres. Ni siquiera podrás obtener un poco de agua, y, si te la dan, lo harán injuriándote:


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