"Quiero escribir mi historia". Pablo Francisco Di LeoЧитать онлайн книгу.
la figura de la mujer protectora la describimos en su rol de madre y cuidadora, aquella que por amor se rescata y permite el rescate. Su protección se encuentra primordialmente dada por ser un ancla existencial para el otro, un refugio, al mismo tiempo que el otro permite la construcción de ese soporte. Sin embargo, y a pesar de que las figuras del protector/protectora encuentran sustento en el mismo ideal conyugal, su contribución a dar forma y base a la división social de géneros es diferente. En los relatos biográficos el protector se expone como figura en la imposibilidad de llevar adelante sus mandatos de seguridad y sustento, aspectos que referencian a lo tradicionalmente social, público y masculino. La desvinculación de los jóvenes con experiencias laborales, sobre todo en los barrios populares, es parte de una realidad consciente para cada uno de ellos. Al contrario, el rol de la protectora parece ampliar su margen de acción e incumbencia, y su emergencia parece manifestarse por su capacidad exitosa, aunque no duradera ni estable, de protección. Aspectos y problemáticas de índole pública, y sus expectativas de resolución, son incorporados por la vida íntima, escenario asociado a lo femenino. Estas transformaciones en las formas de vincularse modifican y difuminan las fronteras alguna vez más precisas entre las esferas de lo público y lo privado, lo íntimo y lo social. La continuación sobre nuevas bases de la habitual y tradicional separación en esferas espaciales y relacionales de lo masculino y lo femenino puede ser una indagación que dé paso a una pregunta sobre aquellas configuraciones conyugales y de pareja que intentan armonizar, de manera contradictoria, los supuestos e ideales de pareja a que los individuos recurren.
En los relatos biográficos de los jóvenes varones entrevistados es posible observar determinadas posiciones y relatos de sentido que se ajustan al lugar usualmente definido como masculino hegemónico (Connel, 1997), entre ellos: el hombre como proveedor de los recursos del hogar, roles de paternidad tradicional o características masculinas que denotan adultez y madurez por sobre rasgos juveniles. Estos sentidos conforman las respuestas corrientemente aceptadas que legitiman el sistema de relaciones entre los sexos que garantiza la dominación del hombre por sobre las mujeres: la masculinidad hegemónica. Sin embargo, de los relatos de los jóvenes emergen sentidos subordinados, masculinidades que no se ajustan a la regla heterodoxa de forma exitosa, o que la refieren de forma tangencial. En algunos casos, la coexistencia de posiciones discursivas, donde cohabitan diversas masculinidades, son percibidas con relación a los escenarios de sociabilidad donde ellas se corporizan. El carácter performativo de los discursos acerca del género,9 la afección sobre los sujetos y la posibilidad de la coexistencia de posiciones discursivas se hacen notorios en los relatos de Purly, quien distingue dos actitudes marcadamente diferentes de acuerdo con el escenario: la “cancha de fútbol” y “la esquina” o el “barrio”.
En la cancha igual soy otro, no podés ser un pibito, así, como soy con los pibes, ¿entendés? Tenés que tener otra actitud […] la actitud de que por más que no te tengás que pelear, te vas a pelear.
La actitud particular asumida en la cancha permite la acumulación de respeto que soporta y rige la cultura del honor y el aguante (Garriga Zucal, 2007). En correspondencia con la masculinidad hegemónica y sus valores asociados (fuerza, poder, agresividad, toma de riesgo, valentía, belicosidad, decisión, violencia), las posiciones subalternas se intuyen como lo no dicho, es decir como las significaciones culturales que no exponen esos ideales homéricos de lo masculino, y que se encuentran afines a lo lúdicojuvenil de estar y ser como “los pibes”. En este sentido, la esquina cumple una función de socialización para los jóvenes, especialmente los varones, porque se configura como un espacio que otorga identidad y referencia barrial, refuerza la idea de un territorio con códigos propios, distinto de cualquier otro lugar del barrio. Allí los más jovenes comienzan a ganarse espacio entre los más grandes compartiendo tiempos, afectos, consumos. En los barrios, la esquina era considerada lugar de tránsito, un espacio de pasaje de la adolescencia a la adultez, de la escuela al trabajo. En la actualidad, en estos contextos, la esquina aparece como un lugar de anclaje ante la pérdida de protagonismo de estas instituciones, pero no sin cierto cuestionamiento:10
Ella [su novia] me dice: “Ya […] no sos un pibito de trece, catorce años para estar en la esquina, qué sé yo, tomándote una cerveza o una Coca”. Cuando tenés doce, trece años, bueno, la gente lo ve como que, bueno, está yendo a la escuela, sos un pibito que va ahí porque, qué sé yo, porque es tu edad, estás en la edad de la boludez, todo eso, pero vos ya tenés casi diecinueve años, la gente te ve desde siempre te vio ahí, ya va a pensar que sos un vago, que no hacés nada. Vos no trabajás, no vas a la escuela, trabajás de vez en cuando pero la gente debe pensar, los de tu barrio, por más que te quieran, todo, ya deben pensar que sos un vago, que no vas a ser nada, porque te ven en la esquina, siempre en la esquina, desde chico ya. (Purly)
De este modo, en estos relatos sentidos subordinados encontramos masculinidades desajustadas en referencia al ideal masculino moderno que dejan traslucir, por un lado, la incomodidad que ello genera, la dificultad para adaptarse a estos modelos y, en consecuencia, la necesidad de ir generando espacios más dinámicos y flexibles que se ofrezcan como soportes más amables para la vida.
Para seguir pensando
En los relatos biográficos de los jóvenes entrevistados fueron señalados como acontecimientos significativos muchas instancias que hacían expresa referencia a relaciones cercanas e íntimas, rupturas e inicios de pareja, relaciones familiares, etc. Los relatos construidos en el momento de narrar esos puntos de inflexión nos permiten observar las tensiones que sostienen los entramados existenciales y materiales de los jóvenes, esas redes que les permiten habitar su mundo. Los refugios afectivos se constituyen como soportes que brindan guías de sentido en un mundo que se presenta como riesgoso e inseguro y falto de oportunidades, características que se acentúan en los barrios donde moran estos jóvenes. Así, estos refugios afectivos cobran una función de amortiguación de las privaciones cotidianas, no sólo materiales sino también existenciales. Estos refugios afectivos permiten (sobre)vivir a los jóvenes en escenarios poco amables. Sin embargo, como hemos intentado describir, la fragilidad de los vínculos que soportan los acechos de la realidad expresa la inestabilidad a la cual se enfrentan los jóvenes cotidianamente. Estas condiciones ponen en juego el desarrollo de soportes afectivos más que la de cualquier otro tipo de soportes, lo que implica, por un lado, una dependencia muy grande a los ideales planteados y por otro la puesta en juego de la reflexividad para sobreponerse desde su perspectiva a los posibles fracasos. En contextos donde los soportes materiales han quedado más replegados, la red de los soportes afectivos resulta un recurso imprescindible.
A pesar de la corta edad de los jóvenes, su experiencia de vida en lo que refiere a las relaciones de pareja es vasta e intensa. La mayor parte de ellos ha tenido al menos una relación de pareja lo suficientemente importante como para pensar en la constitución de una familia a partir de ella, de modo que la conformación de estas parejas ha sido mencionada entre los acontecimientos significativos. En la constitución de las parejas puede observarse alguna premura por alcanzar el estado de madurez, asociado a cierta estabilidad y a la conformación de un espacio propio, por fuera del espacio familiar de origen. Esta situación, además de la huida de situaciones penosas, aparece como la posibilidad de consolidar un proyecto propio, la construcción de algo duradero y estable. En el tiempo de lo efímero, de lo inestable y riesgoso que se ha convertido el mundo, la construcción de estos refugios se muestra como una posibilidad de desarrollo propio y la proyección de una vida posible. Sin embargo, como hemos plasmado, las expectativas sobre esta concreción son, en ciertas ocasiones, tan grandes y tensionan a su vez con los ideales individuales y las limitaciones materiales, que las situaciones conflictivas no tardan en aparecer prolongando en el tiempo la sensación de frustración y fragilidad ante el mundo. La dificultad para el sostenimiento de las parejas a lo largo del tiempo aparece entonces como una instancia de reflexión que permite hacer evaluaciones acerca de los ajustes que deben ir haciendo para lograr refugiarse.
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